Incluso, se maneja que el gobierno de Veracruz ya ha decidido apostar a la polí­tica de Adolfo Ruiz Cortines de dejar envejecer los conflictos para que por inanición solos se resuelvan.

La otra noticia, sin embargo, apegada a la ley de usos y costumbres, resulta interesante y curiosa, cruda, no obstante:

Durante cuatro años, Alejandrina López vivió en amasiato con el hijo de Jesús Cruz Reyes y, bueno, de pronto, descubrieron que la vida era un infierno y decidieron separarse.

Entonces, los padres de la muchacha se irritaron y llenos de coraje y ardor social reclamaron al padre del chico una indemnización de 30 mil pesos por los 48 meses que la chica le entregó.

El padre del chico quiso llevar la fiesta en paz y les entregó 5 mil pesos, argumentando que era su capital, habitante todos de la comunidad de Tulí­n, zona indí­gena cien por ciento.

Pero a la semana los padres, con Alejandrina al frente, regresaron a la casa del chico para exigir el pago de los 25 mil restantes.

Incluso, según consta en la agencia del Ministerio Público Investigador con sede en Acayucan, el padre de la chica sacó el machete y con furia lo restregó en el piso, dando plazo para el pago y con la amenaza de que “algo les pasarí­a”.

Entonces, temerosos de que la pasión desordenada alcance niveles peligrosos mejor fueron a tocar la puerta de la Procuradurí­a de Justicia, pues sienten, creen, que la muerte acecha.

JUSTICIA POR SU PROPIA MANO

Resulta paradójica la relación afectiva de pareja en las comunidades indí­genas.

La ley, claro, establece otras normas, en el caso, por ejemplo, si existen hijos de por medio.

Pero de ahí­ a que luego de un amasiato disfuncional, y considerando que la amante tiene los mismos derechos que la esposa, se trata de un caso de excepción eso de pedir, mejor dicho, exigir, una indemnización.

Claro, el Código Civil establece, por Como en el viejo oeste, en algunas regiones de Veracruz todaví­a las familias se hacen justicia por su propia mano, como en una comunidad de San Pedro Soteapan, donde los padres de una chica exigen indemnización, machete en mano, por cuatro años de amasiato frustrado ejemplo, que si un novio termina una relación de varios años que la novia considere pérdida de tiempo, entonces puede reclamar, en efecto, una indemnización bajo tal concepto.

Y, bueno, pudiera tratarse el caso.

Pero antes, lógico, la autoridad ha de investigar la responsabilidad de la pareja para determinar un culpable de que el noviazgo, el amasiato, el matrimonio haya terminado.

Por el contrario, si cada quien puede hacerse justicia por su propia mano sobreviene el caos jurí­dico y la vida cotidiana muda en un infierno.

Ya podrá el lector imaginar los miles de casos semejantes en el paí­s cuando una pareja fracasa en la relación, y más cuando son parejas jóvenes, y demandan una liquidación, digamos, sólo digamos, por el tiempo perdido.

CHICAS ARRASTRANDO HIJOS

En contraparte, bastarí­a referir la desintegración familiar que se está dando en las regiones indí­genas de Veracruz, donde en los pueblos la mayorí­a de jóvenes mujeres arrastran a varios hijos en el abandono familiar, social y económico, porque el padre migró a la frontera norte y Estados Unidos y de pronto dejó de enviar el dinerito y jamás regresó a la comunidad porque en el otro lado se topó con una nueva aventura.

Así­, y partiendo del caso de la comunidad de Tulí­n, en San Pedro Soteapan, en los pueblos indí­genas se estarí­a viviendo una pesadilla, si los padres de las chicas abandonadas llegaran con la moruna y el machete a reclamar una indemnización a los padres de los chicos migrantes, y más porque de por medio existen hijos.

Y hasta de pecho.

Se trata, entonces, de un nuevo conflicto en la vida cotidiana de norte a sur y de este a oeste de Veracruz, pues de entrada tenemos ocho regiones étnicas, desde Huayacocotla y Chicontepec hasta el Valle del Uxpanapa.

Y si es cierto que en los municipios urbanos han proliferado los casos de niñas de 12 años en adelante embarazadas, madres solteras, estudiantes cargando un niño, en las regiones indí­genas es peor, pues el despertar del sexo llega con la misma intensidad a unas que a otras regiones.

Y más en los poblados indí­genas donde la vida se reduce al jornal en el campo y el aguardiente, de tal forma que los muchachos terminan alcohólicos.

El caso de Soteapan, con la historia de Alejandrina, significa apenas la punta del iceberg del fracaso familiar.

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