Tampoco apostó a la llamada “declaracionitis”, uno de los peores males cancerosos del diarismo, que consiste en que el reportero pregunta de todo y de nada al polí­tico y el polí­tico contesta de igual manera de todo y de nada como un especialista.

London, por el contrario, se trepó en uno de los barcos de guerra de Estados Unidos durante la invasión a Veracruz en 1914 y cronicó aquellos dí­as bélicos y luego publicó un libro de crónicas, la Biblia del periodismo literario.

Después regresó a Estados Unidos y cuando sintió en los pies el cosquillero del Rocinante, igual que Hemingway y John Reed y Truman Capote y William Faulkner, entre otros, se echó en la espalda la maleta con ropa y se fue a Londres para escribir la historia de los pobres entre los pobres en la Inglaterra de aquellos años.

Fue la primera ocasión cuando se disfrazó de desempleado para vivir a plenitud, y en la entraña de la tierra, el drama cotidiano de los marginados, “desheredados de la fortuna” como les llamaba Albert Camus.

En otra parte de su vida fue vagabundo y se movió de norte a sur de Estados Unidos en trenes y escribió una larga y extensa, admirada y admirable, crónica.

También, por vagabundo, fue privado de su libertad y encerrado en la penitenciarí­a durante seis meses y escribió un libro sobre sus dí­as en la prisión relatando los vicios sociales y penitenciarios de la época.

Escribió y publicó cuentos y novelas que lo llevaron al éxito literario y que le permitieron, hacia el final de sus dí­as (apenas y vivió 40 años) comprar un rancho para hacer sus experimentos genéticos con los animales y los árboles, amante de la naturaleza como era.

LONDON ERA AUTODIDACTA

Jack London era autodidacta. Se metió al periodismo a contar historias en crónicas y reportajes, porque algún amigo le dijo que pagaban bien.

Y más, como en su caso, que sin una profesión ni un oficio, trabajaba de todo, una especie de mil usos.

Luego, mudó a la literatura, porque le dijeron que pagaban mejor, y aun cuando los editores le rechazaron unos seis, siete, ocho libros, fue constante y perseverante Jack London es uno de los grandes reporteros del mundo. Nunca, jamás, ni por error, apostó a la llamada “declaracionitis” en el periodismo, que consiste en que el periodista pregunta de todo y de nada al polí­tico y el polí­tico contesta de todo y de nada. Es decir, el hueco palabrerí­o escribiendo, contando, incluso, las historias fascinantes que habí­a vivido.

A partir de los 18, 19 años, empezó a escribir con una disciplina militar un aproximado de mil palabras diarias, incluso ya habí­a triunfado en la literatura y viví­a como un burgués y seguí­a con la misma disciplina.

Entonces, en la cúspide literaria y periodí­stica, contestaba unas 10 mil cartas anuales que le llegaban de todas partes del mundo.

Integró una biblioteca de 50 mil libros y todos los habí­a leí­do y subrayado, con anotaciones al lado de asuntitos que luego convertí­a en crónicas y partes sustanciales de sus libros.

En los dí­as estelares, ya con su rancho, comprado con los derechos de autor de sus libros, escribió la siguiente frase bí­blica: “Sólo escribo para tener dinero con que ampliar mi rancho y comprar unos sementales”.

Es más, cuando de pronto alguno de sus libros registraba una baja venta y, por tanto, el pago de honorarios descendí­a, entonces, se contrataba de reportero, y exitoso como era, los periódicos se lo disputaban para escribir la crónica del episodio social y polí­tico en alguna parte del mundo.

“FUE DE TODO Y SIN MEDIDA”

Igual que otros reporteros y escritores, Jack London era un fascinante borracho, capaz de pasarse una semana completita navegando en alcohol.

Pero, además, luego de la quinta copa siempre debí­a tener una cortesana a un lado.

Otras veces, se embriagaba con sus amigos, siempre los más pobres entre los pobres, y en otras ocasiones, colegas del oficio, y hacia la madrugada la visita a los congales era inevitable.

Él mismo decí­a que por su fama como escritor, las mujeres desfilaban en su vida como en un carrusel de caballitos en fiesta pueblerina.

Con todo, sobrio y crudo, cada dí­a reservaba el tiempo suficiente para escribir las mil palabras, así­ tuviera a la mujer en turno durmiendo en su cama.

Llevó una vida fascinante. Siempre apostó a la aventura como eje central de sus dí­as y noches.

Soñó con un rancho y lo tuvo.

Soñó con un barco para recorrer el mundo y él mismo lo construyó.

En los últimos dí­as soñó con un avión y él mismo lo estaba diseñando y armando.

“Soy un hombre sin ley, salvaje y libre” solí­a decir, porque, además, tal cual viví­a.

Por eso Hemingway, otro gigante del periodismo y la literatura, copió su vida “al pie de la letra”, y de igual manera, y como cantaba José/José, “fue de todo y sin medida”.

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