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Expediente 2024
Viernes 14 agosto, 2020

Realidad descarnada

Meseros: 4 meses sin trabajar. Vendedores ambulantes: 5 meses sin laborar. Carpinteros, pintores y fontaneros: 3 meses sin chambear.
Trabajadoras domésticas: 3 meses cesantes. Volovaneros: 4 meses sin ventas. Restaurantes: 3 meses y medio con las puertas cerradas. Quebrados doscientos, solo en la franja Veracruz-Boca del Rí­o.

Luis Velázquez

Músicos: 4 meses sin llevar serenata ni tocar y cantar en Los Portales. Cines: 3 meses y medio, cuatro, cerrados.
Compañí­as constructoras: 4 meses sin poner un ladrillo. Quebradas casi el 80 por ciento. Jardineros: 4 meses pidiendo una chambita a las patronas, y sin resultados.
Panaderos: 3 meses y medio con las ventas en caí­da libre. Taxistas: mirándose unos a otros desde hace 3 meses.
Choferes de autobuses urbanos: 3 meses trabajando al cincuenta por ciento. Orden oficial de que en los autobuses solo la mitad de pasajeros para, digamos, la sana distancia.
Mendigos y pordioseros: 4 meses sin extender la mano en el crucero. Muchos, la mayorí­a, acuartelados en sus casas dado que son ancianos, más expuestos que nadie.
Trabajadoras sexuales: 3 meses y medio sin ingresos. Taiboleras y stripperos: viviendo a la quinta pregunta, ofreciendo table-dance a domicilio y virtuales.
Palaperos: 3 meses y medio, casi 4, sin turismo. Quebrados. Productores del campo: dejando que las cosechas queden en el surco. Cero ventas. Cerrados los centros de distribución.
Maestras de la Manualidad: 5 meses sin alumnas. Maestras de zumba en el bulevar: 5 meses sin alumnas. Tardes pasteleras de las señoras: 4 meses, suspendidas.
Venta de pasteles caseros: 4 meses en caí­da libre. Cero ventas. Changarreros con vendimia de picadas y gordas, tacos y tortas: 4 meses trabajando a la mitad. Incluso, quebrados.
Abogados: 3 meses desesperados. Juzgados, cerrados. Demandas, en el limbo.
Ingenieros: 4 meses mirándose entre sí­. Cero obra pública. Cero obra privada. La peor recesión de sus vidas.
Estilistas: 4 meses sin ingresos. Decidieron ya reabrir. Pero…, solo atendiendo una persona por dí­a en el manicure, pedicure y corte y pintada de pelo.
Jardineros: 3 meses y medio, sin chambear. Uber: 2 meses y medio sin laborar, con todo y el servicio a domicilio, que bajó. Las puertas se están reabriendo.
Locatarios: desde hace 5 meses y semanas, bajos los ingresos. Tamseros, empleados de Tamsa: más de dos mil trabajadores despedidos. Incluso, los obreros, protestando en las calles como parte de una resistencia pací­fica.

LA VIDA COMO UN COMBATE DIARIO

Los trabajadores informales, los más afectados con la recesión, hija del coronavirus que se vive y padece como la peor pesadilla de la vida.
Y por lo general, trabajadores pertenecientes a las clases bajas y medianas, medianas bajas.
Aquellos que por lo general están sin seguridad social. Sin IMSS. Sin INFONAVIT. Sin derecho a la antigí¼edad laboral para jubilarse y pensionarse.
Y lo peor entre lo peor, expuestos a un despido imprevisto. Sin liquidación como lo establece la Ley Federal del Trabajo.
Aquellos cuyos antecesores se fueron a la guerra de Independencia con Miguel Hidalgo y José Marí­a Morelos y alcanzaron trescientos mil muertos.
Aquellos que también lucharon con Francisco Ignacio Madero en la revolución y quedaron a la deriva. Un millón de muertos.
Incluso, cuyos antecesores fueron miembros del ejército de Pancho Villa, la División del Norte, integrada por treinta mil soldados, la mayorí­a campesinos que poní­an una estampita de la Virgencita de Guadalupe en la solapa delantera del sombrero, convencidos que así­ detendrí­an las balas y los disparos de los cañones.
Los mismos, cuyos descendientes ahora son trabajadores informales.
Pobres fueron. Pobres son. Pobres seguirán con todo y el paraí­so socialista pintada por la 4T, la purificación moral y la honestidad valiente.
Allí­, en las clases bajas y medias medias, medias bajas, la recesión está pegando más duro que nunca.
Quincenas, semanas, y al paso que vamos, meses, años que ya, desempleados, sin recibir un ingreso para garantizar el itacate y la torta en casa.
El llamado paí­s de oportunidades. El Veracruz, rico y pródigo en recursos naturales, pero habitado por gente jodida que vive a la quinta pregunta, en el dí­a con dí­a, corriendo al Monte de Piedad para empeñar su único patrimonio, el anillo matrimonial, para alcanzar la quincena o pagar al médico y comprar la medicina en caso de la enfermedad de un hijo, la esposa, los padres ancianos.
Un paí­s, un Veracruz, jodido. Con baja calidad educativa. Pésima calidad de salud pública. Pésima entre las pésimas la seguridad pública y la procuración de justicia.
Más peor, sin posibilidad real, concreta, especí­fica y maciza para el desarrollo humano.
Millones de jóvenes estudiando en la universidad pública y privada soñando con una vida promisoria, pero que nada, absolutamente nada garantice el sueño, la ilusión, la quimera, con una recesión apocalí­ptica en puerta, además, claro, de que las circunstancias están ultra contra jodidas de por sí­.
¡El difí­cil arte de vivir! escribió Albert Camus, Premio Nobel de Literatura, desde la trinchera periodí­stica cuando dirigiera en Francia el periódico clandestino, opositor, Combat.
De por sí­, la vida era cruda, dura, adversa, ruin y hasta miserable. Y de pronto, caray, llegó la pandemia. Luego, la recesión. Y el descarrilamiento de las empresas, negocios y comercios. Y el desempleo.
La vida, pues, como un combate. Un ring donde hemos de treparnos para agarrarnos a guamazos con todos y por todos. La batalla callejera de las elites, las tribus, las dinastí­as, los ciudadanos, los jefes de familia, para alcanzar una vida digna…, cada vez, por desgracia, más lejana, ilusoria, utópica, quimérica.


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