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8 Columnas
Miércoles 05 febrero, 2014

Desaparecido otro reportero de Editorial Olmeca


•“Te alineas o te alineas”™”™ le dijo un comandante de policí­a a Sergio Landa Rosado

Luis Velázquez

Sabí­a Sergio Landa Rosado que era un reportero incómodo en el pueblo chico. A las 4 de la tarde de finales del mes de noviembre, 2012, lo secuestraron por vez primera y durante dos horas fue paseado en el pueblo, con los ojos vendados, esposado, recordando la frase que un comandante le dijera minutos antes: “Te alineas o te alineas”, mientras en la parte trasera de la camioneta Murano olfateaba la muerte espiando el diálogo sórdido del trí­o de plagiarios que por el celular esperaban órdenes.

Sabí­a que estaba en la mira.

Y aun cuando dos horas después los marinos lo rescataran a la altura del poblado de San Pancho, en La Antigua, donde trabajaba de reportero en el periódico “El Diario de Cardel”, y regresara a casa con su esposa y sus tres hijas, Sergio Landa regresó el último dí­a del año al frente de la batalla informativa.

Otra vez, a la fuente policiaca, donde todos los dí­as correteaba a la muerte trepado en una motocicleta, la libreta de taquigrafí­a y la cámara fotográfica en la mochila, honrando el apodo de “El reportero de hule”, porque cuando manejaba como Speddy González para llegar antes que la policí­a al escenario de la tragedia y tropezaba en el camino, y hasta se fracturara una rodilla, una mano, de inmediato se levantaba y como intrépido seguí­a conduciendo para ganar la nota.

El 20 de enero, 2013, pardeando el domingo, cuando tecleaba las primeras notas del dí­a, Sergio Landa contestó el celular en el “Diario de Cardel”. Eran las 4 de la tarde y dos minutos, porque en la sala de redacción del periódico solo escribí­an dos reporteros más, con los audí­fonos puestos, escuchando música, y uno miró el reloj esperando la llamada de la novia para ir al cine.

Medio segundo después de hablar por teléfono, Sergio Landa se metió al baño, donde se restregó la cara con un pedacito de jabón California que guardaba en la mochila. Luego, dijo en voz alta sin referirse a nadie: “Nos vemos al rato. Nos hablamos”.

Y el adiós fue tan rápido que olvidó guardar la nota inconclusa en la pantalla de la computadora, quizá porque pensaba regresar lo más pronto posible.

Fue la última tarde que los colegas lo vieron. Entre las 9 y las 10 de la noche del domingo, el reportero de guardia apagó las computadoras, apagó las luces, pensando que a Sergio Landa se le habí­a atravesado una aventura furtiva y clandestina. En un dominguito. Y en un oficio, el diarismo, tan cómplice de la infidelidad con el pretexto de que la noticia, ni tampoco la muerte, tienen hora para ocurrir.

Y en un Sergio Landa bailarí­n de salsa y cumbia, que de apasionado del fútbol y árbitro en el pueblo de pronto descubriera a Pavarotti y mientras tecleaba las notas del dí­a escuchaba con los audí­fonos puestos “Las bodas del Fí­garo” y “Carusso”, y por eso sus textos bailoteaban con la palabra al ritmo del tenor.

LA TARDE DE UN DOMINGO, EL SEGUNDO SECUESTRO

Más o menos a la medianoche del domingo 20 de enero sonó el celular de otro reportero del Diario de Cardel. La voz conocida de una mujer preguntó: “Oye, ¿qué otra vez levantaron a Sergio?”.

El diarista, a la mitad del sueño, pensó en un ataque de celos. Y pidió a la mujer se apaciguara. “Sergio está en su casa” dijo y apagó el celular.

Pero a las 3 de la mañana y a las 6, otra vez sonó el teléfono. La misma voz. La misma mujer: “Oye, ¿qué se llevaron a Sergio?”.

El colega empezó a ocuparse y preocuparse. Desde la madrugada, en la segunda llamada, luchó contra el insomnio, mirando el techo de su casa. Desesperado, esperó el amanecer. Pero a eso de las 5 horas, ansioso, lleno de incertidumbre, la duda atravesada, marcó al celular de Sergio. Y nunca contestó.

Amanecí­a en Cardel el lunes 21 de enero. Y el amigo, en vez de acercarse a la casa de Sergio para preguntar a la esposa y a las hijas, temeroso de un sobresalto, avisó al director editorial del periódico.

“Sergio no llegó a dormir a casa”.

Esperaron el lunes. Cada quien en su chamba. Reporteando el dí­a. Tecleando en la tarde.
El martes 22, el “Diario de Cardel” circuló con la noticia de la desaparición de Sergio. Y en un ratito, desfilaron en la oficina del periódico las policí­as municipal, estatal y federal, el ejército y la marina.

Ese dí­a la esposa interpuso la demanda y, desde entonces, han transcurrido 3 meses y 15 dí­as, y uno de sus amigos reporteros está leyendo el libro de editorial Porrúa, “Los 9 libros de la historia”, de Herodoto, el primer reportero del mundo 450 años antes de Cristo, que Sergio estaba leyendo y dejara abierto en la página 120 en el escritorio, cuando aquel domingo, a las 4 de la tarde, le llamaran por teléfono y lo dejara abierto porque acaso, quizá, pensaba regresar a seguir tecleando en un oficio donde habí­a llegado por casualidad.

“ME PREGUNTO SI VALE LA VIDA GANAR UNA NOTA”

Sergio tení­a 49 años cuando desapareció en Cardel. Rotulista, pintor, diseñador, durante años trabajó en el Ayuntamiento de La Antigua como un burócrata.

Pero en el periodo 2008-2010, el alcalde Aureliano Domí­nguez Moreno (ahora sí­ndico en Úrsulo Galván) ordenó un recorte de personal, entre ellos Sergio.

Y cuando en el año 2009 se miró en la calle leyó en el “Diario de Cardel” que solicitaban personal para el diseño, que estudiara dos semestres en el puerto jarocho, y solicitó chamba.

-Solo tengo una plaza de reportero de policí­a, reviró el director editorial.

-Pero yo me desmayo mirando un muerto, contestó.

-Si quieres de policiaco de una vez, insistió el director.

Ese dí­a, con su cámara fotográfica, Sergio llegó temblando a la caseta de La Antigua, en la autopista, donde se topó con el primer muerto.

Luego, los compañeros del periódico le fueron enseñando a contar las historias a la computadora con la famosa pirámide invertida.

Y si la sala y la cumbia y el fútbol “lo mataban en sus pasiones”, durante las semanas y los meses siguientes, apenas conoció el desmadre en una sala de redacción, oficio de neurasténicos, empezó a vivir en el periódico, con la bilirrubina a todo lo que da, checando la fuente policiaca, trepando en la moto para ganar la nota a la policí­a, tomando las fotos, escribiendo.

Y eso que ni un muerto en el féretro podí­a mirar.

Sus colegas recuerdan que nunca faltó un solo dí­a. Reporteros iban y vení­an en otros diarios, y Sergio permanecí­a en el suyo. Su vida girando alrededor del diarismo. Disciplinado, pero atrabancado para reportear como pasión primaria de su vida.

A finales del mes de noviembre, 2012, se topó con la noticia que anunció su desventura. Fue cuando cubrió el secuestro de un taxista en Cardel, levantado frente al Seguro Social, aparecido sin vida en el poblado “La vuelta del coyote” en Paso de Ovejas.

Fotógrafo y diarista, Sergio Landa entregó la información a su jefe y el periódico publicó el hecho en las páginas centrales, con las fotos a color.

Y del otro lado, alguien enfureció. Y lo secuestraron la primera vez.

Futbolista, el dí­a cuando naciera su primera hija tomó la última copa de su vida para renacer a otra. Cuando el “Diario de Cardel” publicó la nota del plagio y asesinato del taxista, Sergio Landa Rosado leyó el periódico en silencio. Sorprendido y azorado. Entonces, dijo a un compañero de trabajo: “Me pregunto si vale la vida ganar una nota”.

Han pasado tres meses…


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