Veracruz, la boca del lobo
•Amenazas a la libertad de prensa
Emiliano Ruiz Parra.- Gatopardo
El canto de la sirena
Hacia las 10 de la mañana del 5 de febrero de 2 014 la noticia era viral: un comando había secuestrado al reportero Gregorio Jiménez de la Cruz unas horas antes en su domicilio de Villa Allende, en Coatzacoalcos, Veracruz. La Red de Periodistas de a Pie y otras organizaciones pro libertad de expresión encendieron las alarmas en las redes sociales.
Conforme transcurrían las horas y los días, periodistas de América Latina compartíanselfies en donde aparecían con el letrero #QueremosVivoaGoyo. Reporteros de Coatzacoalcos salieron a las calles a marchar, incluso dos veces por día, para reclamar la búsqueda de su compañero. La presión internacional apuntaba al gobernador Javier Duarte de Ochoa. Durante su mandato, que empezó el primero de diciembre de 2010, habían sido asesinados nueve periodistas. Desde las redes sociales se mantenía la esperanza de salvar a Gregorio de convertirse en la décima víctima fatal de la censura en Veracruz.
Periodista del sur de Veracruz: "Nosotros queríamos salir a buscar a Goyo pero esto es una boca de lobo".
Cuando oía el canto de la sirena, Gregorio Jiménez de la Cruz dejaba de hacer lo que estaba haciendo, agarraba su cámara fotográfica y montaba su motocicleta Aprissa. Salía a perseguir una patrulla o una ambulancia por las calles de Villa Allende (un suburbio obrero del municipio de Coatzacoalcos, al sur de Veracruz, en la costa del Golfo de México). Al final del camino aguardaba su recompensa: un choque con heridos o muertos, un cadáver flotando en la playa, el charco rojo de una balacera.
Gregorio disparaba su cámara EOS Reflex Canon antes de que los agentes cogieran los cuerpos o pisotearan la sangre. Conversaba con los policías y se enteraba de nombres y hechos. Treinta o 40 minutos después llegaban los periodistas. Era demasiado tarde para ellos: los cuerpos sin vida ya estaban en bolsas y se les había escapado la fotografía. Pero ahí estaba ese hombre grueso y taciturno, de cabello crespo y bigote recortado, dispuesto a compartir las imágenes de su cámara sin pedir nada a cambio.
Los reporteros de nota roja difícilmente llegaban a tiempo a Villa Allende. Hay que montarse en una lancha para cruzar el río Coatzacoalcos o dar un rodeo hasta el puente del mismo nombre, pero es un puente impredecible, que cierra sin previo aviso por mal clima o reparaciones. Ahí, junto a la patrulla o la ambulancia, aparecía este fotógrafo de bodas con las mejores imágenes en la memoria de su cámara.
Esa historia llegó a los oídos de Ernesto Malpica, director del diario de nota roja En la Red. Le hacía falta un reportero en Villa Allende, un barrio de unos 25 mil habitantes que había sido un pueblito de pescadores hasta 1967, cuando se instaló la planta petroquímica de Pajaritos. En 1982 se sumaron dos plantas más, Morelos y La Cangrejera. A pesar de convertirse en un polo petroquímico nacional, Villa Allende seguía en la miseria. Una buena parte de sus calles carecía de agua corriente, drenaje, energía eléctrica, pavimentación y alumbrado público.
"Yo soy fotógrafo, no sé escribir", confesó Gregorio cuando lo invitaron a ser corresponsal de En la Red y su diario asociado, el Liberal del Sur.
Los directivos de el Liberal asignaron al reportero José Alfredo Estrella para que lo capacitara. Durante tres meses ambos cubrieron los sucesos policiacos, cada uno por su lado, y se encontraban por la tarde en un cibercafé a redactar su información.
Estrella le decía que sus notas estaban de cabeza: en las primeras líneas aparecían comentarios y opiniones personales y, relegados al final, los datos duros: los nombres de los heridos y los muertos, las fechas. Estrella le enseñó la pirámide invertida ””lo más relevante al principio”” y las seis preguntas que debía responder: qué, quién, cuándo, dónde, cómo y por qué.