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A Mil por Hora
01 febrero, 2015

La trinca infernal

El profesor, el sacerdote y los padres de familia aterrorizaban a los niños con el infierno si se portaban mal
En la escuela primaria la enseñanza se basaba en un principio rector: “La letra...con sangre entra”, permiso que el maestro tení­a para golpear a los educandos

En el siglo pasado, la niñez provinciana fue educada a partir del terror y el horror.
Por ejemplo, en el sistema educativo se afirmaba que “la letra sólo con sangre entra”, y por tanto, tal cual los profesores enseñaban.

Luis Velázquez

Con una regla de medio metro de madera de roble tundí­an a los niños en la palma de las manos.

A las niñas agarraban del chongo y las arrojaban contra el pizarrón si fallaban en las cuentas.

Una vez un profe alto y fornido levantó de los pies a un estudiante y lo zangoloteó en el aire como si fuera un orangután.

Una maestra agarraba de la patilla a los niños y los zarandeaba.

Otras, ordenaba a los niños se hincaran al frente del salón y ahí­ los mantení­an, postrados, durante un par de horas.

Un maestro regó los servicios sanitarios de “pica/pica”, un polvito cortado en el campo que con tantito originaba una picazón en el cuerpo que entre más el niño se rascaba más le picaba.

Otro profesor azuzaba a los estudiantes fuertes para pelear con los bajitos de estatura y débiles.

En casa, por ejemplo, los padres decí­an que todos los niños que se portaran mal se irí­an al infierno donde se achicharrarí­an al lado del diablo.

De pronto, si algún niño de la casa desobedecí­a una orden, le amenazaban con que en la noche llegarí­an los demonios, “el coco”, los monstruos, llenando de miedo la inocente alma infantil.

Luego, llevaban al niño a la iglesia para arrodillarse ante el sacerdote quien luego de escuchar los pecados infantiles decí­a que si continuaba así­ el niño se irí­a al infierno, donde permanecerí­a el resto de su vida.

¡Ah!, estaba prohibido que el adolescente se entregara a las prácticas mitológicas de Onán, pues de lo contrario, se irí­a a lo más profundo del infierno.

Entonces, en la plática sabatina de los ministros de Dios con los chicos del pueblo les decí­an que la novia debí­a conocerse en la iglesia, escuchando misa, porque así­ lo disponí­a el máximo creador del universo.

En Semana Santa era obligatorio rezar todos los dí­as el rosario y escuchar misa y hacer las “Siete visitas” y hasta vestirse de morado, como por ejemplo, era el color favorito para tapar el rostro de los santos.

Los niños aplicados en la doctrina, con mención honorí­fica, eran elegidos como premio para vestirse de los doce apóstoles de Jesús para que el cura les lavara los pies y se los besara.

Antes de Navidad habí­a que asistir a todas las peregrinaciones en el pueblo y cargar un ratito el busto de la Virgen Marí­a y si la musculatura lo permití­a el crucifijo.

Incluso, los niños y adolescentes y jóvenes debí­an pertenecer al equipo de basquetbol formado por el presbí­tero, en la inteligencia de que quienes se opusieran estaban condenados al infierno.

TRAUMA EN EL CORAZÓN Y LAS NEURONAS

Un dí­a, mamá descubrió que el hijo habí­a dejado de rezar antes de acostarse cada noche, y entonces, en nombre del chantaje, se poní­a a llorar diciendo que lo único que enseñara llena de paciencia estaba olvidado.

Y entonces, el niño quedaba más aterrorizado y seguí­a rezando para felicidad de su señora madre.

Pero, además, formaba una alianza con el presbí­tero a quien le reportaba la actitud del hijo y el sacerdote también se le iba encima.

Es más, cada vez que el niño se confesaba el ministro de Dios le ordenaba rezar el rosario completito porque de tal magnitud era la dimensión de sus pecados, terrorismo puro.

El caso es que entre el cura, la mamá y el profesor existí­a el peor complot del mundo para que los niños atravesaran la infancia y la adolescencia en un largo y extenso túnel de miedo y terror que todaví­a hoy, muchos años después, quedó como un trauma en el alma, en el corazón, en las neuronas y hasta en el hí­gado que se revuelve cada vez que se recuerdan aquellos dí­as provincianos del siglo pasado.

Tal fue la marca civilizatoria de aquella generación.

La Edad Media con sus horrores fueron una caricatura infantil para los niños del pueblo.


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