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Diario de un reportero
Sábado 03 junio, 2023

La mirada del Alzheimer

**Primeros síntomas
**Ninguna cura efectiva
**La familia, solidaria…


DOMINGO
La mirada del Alzheimer



Los últimos ocho años de su vida, el señor A. vivió sin pronunciar una sola palabra. Su lenguaje era visual. Únicamente mirada en silencio a los interlocutores, por lo general, la familia. Los hijos y los nietos. La esposa había fallecido.
Su mirada siempre estaba llena de asombro, interrogaciones, dudas.
Miraba como preguntando quién eres, quién soy, qué hago aquí.Y como sus neuronas estaban en cortocircuito, de hecho y derecho era incapaz de asociar las letras y las palabras y de hilar una frase, construir una imagen, dar forma a las sensaciones y emociones que de seguro eran intensas y volcánicas en el cerebro y el corazón.
Nunca una mirada expresiva. Ni el amor ni el desamor en sus ojos. Tampoco la alegría ni la tristeza. Menos, mucho menos, el rencor.

Al contrario, la angustia en su más alto decibel. La angustia derivada quizá de la incapacidad para expresarse.
De setenta años de edad había vivido. Y acaso en algún rincón de las neuronas yacía el recuerdo de un hecho. Pero al mismo tiempo, vaya paradoja, sin poder manifestarse.
Tenía Alzheimer y en la parte más dura y ruda. Y murió de un infarto cardiaco.

LUNES
Montón de medicinas y ninguna cura

Durante ocho años, una doctora lo atendió. Recetaba montón de medicinas. Casi casi, un botiquín en su vida. Consulta, una vez al mes.
La familia cumplía el ritual sagrado de la medicina en tiempo y forma.
Pero, caray, nunca mejoraba. Jamás el restablecimiento neurológico. El deterioro de las neuronas era irreversible.
De manera concreta, ninguna cura. Y hasta donde se sabe si bien se sabe, al momento, la ciencia médica incapaz de un antídoto.
La vejez, ya se sabe, origina muchos, demasiados estragos. Bastaría referir la versión de algunos médicos de que hay unas tres mil enfermedades identificadas, mientras existen siete mil enfermedades raras y extrañas.
Y el ser humano a todas está expuesto a partir del momento cuando nace.
Más, claro, si lleva una vida disoluta.
Pero, bueno, aquella doctora fue hábil para vender esperanzas a la familia del señor A.
Sobre todo, cuando claro está, pocos, excepcionales enfermos mueren de Alzheimer.
El mal equivale a una muerte en vida. Una vez que las neuronas se desconectan la persona pierde la memoria mediata e inmediata. Y el archiva mental queda en cero.

MARTES
El nieto generoso

El señor A. tuvo un gran enfermero de cabecera. Era su nieto, el joven A.
Estudiante del Bachillerato estaba en el salón de clases en las mañanas. Y en las tardes y la noche lo procuraba.
Generoso, solidario, desprendido, amable, cordial, atento, lleno de vida y de salud, garrudo, el joven A. siempre estuvo pendiente de todo y con todo.
Le daba de comer. Lo bañaba. Rasuraba. Cortaba el pelo. Cambiaba de ropa. Daba las medicinas a las horas. Inyectaba de ser necesario.
Y le ponía música. Y leía. Y contaba historias.
Sábados y domingos, consagrados a su abuelo.
La familia siempre vivió, vive, agradecida.
Más, porque la doctora siempre aconsejó integrar una red familiar para el cuidado del enfermo porque gasta y desgasta las neuronas y el corazón. Y la fuerza física por más y más voluntad de por medio.
Pero el joven A. se anotó como el único.
El abuelo y el nieto. La preferencia de uno sobre el otro. El gran compañero de viaje.

MIÉRCOLES
Primeros síntomas

Las primeras señales del Alzheimer en el señor A. fueron las siguientes, entre otras:
Las cosas, los nombres, las fechas, se le empezaron a olvidar.
A veces, andaba buscando las llaves del automóvil y las traía en las manos.
Otras ocasiones, caminaba de la sala de su casa al patio y de pronto, quedaba a la mitad del patio preguntándose lo que tenía programado hacer.
Salía a la calle y en el camino olvidaba el objetivo a seguir.
Le llamaban a comer y decía que ya había desayunado, comido o cenado.
Solía ir al mercado popular por la despensa, pero frente al puesto olvidaba el encargo de la señora.
También olvidaba los nombres y las caras de los amigos y los compadres y los vecinos.
Insólito: hasta el deseo sexual se le acabó.
Entonces, los hijos pensaban que se estaba volviendo como un niño y que era, caray, destino de la vida.
Y el deterioro neurológico siguió germinando inderrotable en tierra fértil.
Y cuando la alerta médica llegó quizá habría sido demasiado tarde.
Los médicos aseguran que ocho de cada diez personas están expuestas al Alzheimer y en su momento ha de cuidarse la vida neurológica, de igual manera, digamos, como el cuerpo humano se ejercita en el bulevar, la cancha deportiva y la alberca.

JUEVES
La familia entrando a Belem…

La conseja popular lo dice: si en casa hay un enfermo de Alzheimer, la familia (los hijos) han de estar pendientes y con hechos.
Y todos en la atención diaria como en los gastos médicos. Consulta y medicinas.
Y, bueno, si unos hijos están desempleados o subempleados y viven con premuras, entonces, su parte consiste en tener al enfermo en casa.
Y el resto de los hermanos subvencionar los gastos.
En todo caso, y si entre los hermanos “se tiran la pelota” como sucede con regularidad, entonces, solución salomónica:
La primera, contratar a una persona de día y otra de noche para su cuidado.
Y otra, claro, para los asuntos de la casa. Incluida, la comida.
La segunda, internar al paciente en un asilo y todos participar con la parte justa.
Únicamente así puede lograrse una calidad de vida para el enfermo, y quien, por lo general, en la sexta, séptima década, padece otras enfermedades, y la más dura y ruda, la soledad.

VIERNES
Murió en el viaje onírico

En ocho años con el Alzheimer, el señor A. únicamente pronunció diez palabras.
Fue un sábado en la tarde. En la quietud del fin de semana. De pronto, empezó a llorar y llorar.
El joven A., a su lado, lo abrazó como a un niño.
Y el señor A. siguió con las lágrimas desbordadas.
En medio del llanto exclamó:
“¡Mamá, mamá! ¡Quiero a mi mamá! ¡Mamá, ven por mí!”.
El joven A., a punto del llanto lo abrazó más.
Y el señor A. calló. Habría dicho todo lo que necesitaba en su vida, digamos, inconsciente.
El subconsciente abriéndose camino.
Acaso, la expresión más dura y ruda de la soledad.
Nunca más volvió a hablar.
Falleció un año después y de un infarto cardiaco. Tenía 82 años de edad.
El nieto lo acababa de bañar y poner ropa limpiecita. Y se acostó a dormir. Y murió en el viaje onírico.
La historia de un hombre que a los ocho años de edad fuera llevado al campo por su padre para ordeñar dos vaquitas que tenía y que servían para garantizar la leche en casa para los hijos.
Y toda la vida fregándose la espalda en el surco sembrando maíz y frijol.
Y que únicamente cursara el tercer año de primaria, suficiente, le dijo el padre, para saber leer y escribir y hacer cuentas y enfrentarse a la vida.


1 comentario(s)

Joven A 05 Jun, 2023 - 21:31
con lágrimas en los ojos, muchas gracias.

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