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Miércoles 15 junio, 2022

Reportero se jubila

El señor M. es reportero. Acaba de cumplir 40 años y veinte años en el oficio de contar historias. Ha dejado su trabajo en cinco periódicos. Pero por desgracia, ya tomó decisión estelar. No más andar correteando atrás de la noticia. No más dejar la vida en la sala de redacción. Su razón es una sola, la siguiente: “Esto... no da”.

Luis Velázquez

Está casado y es padre de tres hijas. Y ha amado tanto el periodismo que, por ejemplo, a la hija mayor le puso de nombre “Crónica”. Y a la otra, “Exclusiva”. Y la otra lleva el nombre de la madre, la madre que se impuso. Y un perrito que las hijas de tienen de mascota lo bautizó con el nombre de “Ocho columnas”.
Héctor Lavoe se queda chiquito a su lado con la canción “Tu amor es como el periódico de ayer”.
El señor M. es un reportero honesto. Vive “con la medianía del salario”. Un salario de hambre dijo Ricardo Flores Magón en 1900 en su periódico “Regeneración”.
“Los periodistas no se matan a balazos, sino de hambre” dijo el presidente del CEN del PRI, Alejandro Moreno. Alito le decían sus colegas. Amlito (de AMLO) llaman ahora.
Desde hace muchos años, cada quincena ha entregado completo, completito, el salario a su señora esposa. “Ahí lo estiras y haces milagros”, le dice.
No fuma. No bebe. No anda de faldero. En nada gasta. Por fortuna, sus suegros le han tendido la mano.
Pero la vergüenza, el pudor, la pena, le han ganado.
Incluso, acaba de renunciar al medio donde laboraba y busca trabajo. Quizá de profesor, dice. Acaso de burócrata. Quizá de mecánico que sabe y conoce el oficio. Incluso, piensa en un taxi. Y, claro, él mismo manejarlo de 6 de la mañana a 8, 10 de la noche.
Es más, hasta un changarro de antojitos en el portón de su casa. Sobre la banqueta.
La vida, entonces, como un océano de posibilidades.
Si tanto le gusta contar historias, dice, en vez de periodismo, hará literatura. Quizá historias de vida. Libros.

NI RENCORES NI ODIOS NI VENGANZAS

Ningún rencor, odio, venganza, en su corazón y las neuronas en contra, digamos, de los dueños de los medios.
Ellos son empresarios. Y como tales andan siempre atrás de las utilidades. Las ganancias.
Con todo y la fama pública de que en el periodismo magnates ricos y reporteros y fotógrafos y camarógrafos y editores pobres y jodidos.
En la mayoría de medios es la misma historia. Historia repetitiva. Peor tantito cuando hay periódicos donde el reportero apenas, apenitas gana mil pesos a la semana. Cuatro mil al mes.
Y, claro, sin las prestaciones económicas, médicas y sociales establecidas en la Ley Federal del Trabajo.
En muchos casos, la venta de esperanzas burdas, ramplonas, baratas y demagógicas de los patroncitos ofreciendo pronto, pronto, pronto, un mejor salario.
Durante veinte años así vivió. Como el conejito atrás de la zanahoria. Y hubo tiempos, años, cuando creyó. Y creyó a ciegas, con lealtad ciega.
Pero con trío de hijas que van creciendo y una esposa que tanta pobreza y hasta miseria le ha tolerado, ni modo de seguir comiendo “sopa de letras” todos los días. A veces, dos comidas al día, y mal comidas.
El señor M. está desencantado, desengañado, del oficio. Nada más duro y rudo y contradictorio reseñar la crónica de una huelga de trabajadores reclamando mejores salarios, y él mismo, mirándose, saber, estar consciente, de la inicua explotación laboral de que es objeto y víctima.
Vaya, ni siquiera vender publicidad comercial en un tiempo del post COVID, la recesión y la inflación. Quebradero de negocios, comercios y empresas. Desempleo descarrilado por todos lados.

FEROZ COMPETENCIA

El periodismo es pasión.
La pasión de reportear, explorar historias, buscar hechos, comprobar datos, ganar la exclusiva y las ocho columnas.
Es feroz competencia en cada nuevo amanecer. Lo que ayer se avanzó hoy no cuenta. Cada día se inicia de cero. Y cada día trepados en el ring para ganar a los otros.
Felicidad total cuando la noticia se gana. Desgracia infinita cuando la ganan otros del periódico de enfrente.
Cada día se vive con la bilirrubina al máximo. El acelerador metido hasta el fondo. Y con un bidón de gasolina de reserva para evitar detenerse en la gasolinera.
Podrá tenerse un amigo reportero. Pero la amistad es sagrada y tiene su nicho, su espacio, su límite, su frontera.
Y es que a la hora de ganar la noticia, la noticia es como una mujer que se ama y respeta. Nunca se comparte. Jamás. Por más y más afinidad humana con el amigo.
Pasión insaciable, infinita, el periodismo es la dicha. Pero al mismo tiempo, ningún trabajador de la información puede vivir de la pasión.
Y su realidad adversa tumba, descarrila, avasalla. Y ni modo, cuando en casa una esposa y tres hijas esperan para vivir con dignidad, simple y llanamente con dignidad humana, es la hora de decir adiós.
Adiós, señor Eme. Cuesta mucho, camino al Gólgota, dejar la pasión a un lado.
Pero nunca la pasión trascenderá la sonrisa de unas hijas estrenando un vestidito y unos zapatitos con la despensa llena y la mascota, el “Ocho columnas”, moviendo la colita de felicidad y dicha que intuye y olfatea.


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