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Expediente 2024
Martes 12 octubre, 2021

Dicha de Estar Vivo

Estar vivo en Veracruz es un milagro. Por el COVID, claro. Pero también, por el reguero de cadáveres. Pero más, mucho más, significa un milagro superior comer todos los días.
Más, si se considera la estadística oficial. 6 millones de los 8 millones 150 mil habitantes de la tierra jarocha viven en la miseria, la pobreza y la jodidez.
Medio millón de habitantes apenas, apenitas, hacen una o dos comidas al día, y mal comidas, debito a la precariedad vivida y padecida.

Luis Velázquez

Además, ha de ponderarse la calidad de la comida que cada uno de los 6 millones de paisanos en la miseria y la pobreza aplican cada día.
Más, y en base a la estadística oficial, si uno de cada 3 jefes de familia lleva el itacate y la torta a casa con el ingresito obtenido en el changarro público.
La investigadora Patricia Ponce documentó la jodidez desde el sexenio de Javier Duarte. Veracruz, dijo, ocupa el primer lugar nacional en la producción y exportación de trabajadoras sexuales, vendiendo y subastando su cuerpo para garantizar el dinerito y la morrallita en casa para la alimentación básica de los suyos.
Ahora, caray, si por mera curiosidad el lector checa los avisos económicos en la prensa impresa, la mayor parte de los días, incluidos los fines de semana, ningún anuncio de cortesanas ni casas de citas ni servicio sexual aparece por ahí.
Entonces, si la calidad de la alimentación se mide por el ingreso económico de cada familia, se vive el peor de los mundos posibles en Veracruz.
Por eso, la entidad federativa ocupa uno de los primeros lugares nacionales en anemia y desnutrición.
Y un pueblo diezmado en su salud significa una caída estrepitosa del índice de productividad en todos los rubros como, por ejemplo, los niños indígenas quedándose dormidos en el salón de clases por tanta desnutrición milenaria, histórica y bíblica que arrastran.

COMER… PRIVILEGIO Y LUJO

Comer, y comer bien, se ha vuelto un privilegio. En las regiones étnicas y campesinas, incluso, dirán que un lujo.
Mínimo, caray, una comida nutritiva y balanceada.
Por eso, resulta inverosímil que Veracruz, pródigo en recursos naturales, esté habitado por gente pobre y en la miseria, la miseria que es el último grado de la dignidad humana para sucumbir a cualquier circunstancia para llevar el itacate a casa.
En el siglo pasado, el gobernador Rafael Hernández Ochoa alardeaba de que aquí, “en la noche tibia y callada” de Agustín Lara, nadie moría de hambre.
Decía, por ejemplo, que en la mañana la ama de casa salía al patio y levantaba legumbres sembradas para desayunar.
Al mediodía, el hombre se iba al río o al mar y pescaba para una suculenta comida.
Y en la noche, otra vez regresaba al patio y sacudía una planta de papaya, por ejemplo, y caía una papayita para cenar regada con miel.
Pero, bueno, con los sexenios la posibilidad disminuyó y ahora luego de 79 gobernadores, todos hombres, ocupando la silla imperial, faraónica y embrujada del palacio, Veracruz quedó convertido en un paraíso terrenal, mejor dicho, infierno, habitado por gente en la anemia y la desnutrición.
Más ahora cuando en el primero año del COVID, y su hermana gemela siniestra, sórdida y sombría como es la recesión, 140 (ciento cuarenta) mil jefes de familia fueron despedidos en negocios, comercios y empresas quebradas.
En todo caso, una cosita, por ejemplo, es comer comidita chatarra, y/o todos los días picadas y gordas y/o arroz con chicharos cultivados en el patio de la casa como en las regiones indígenas, y otra, mil años luz de distancia, una comida nutritiva.
“Muchas cornadas da el hambre” intituló Luis Spota a una de sus novelas.

ENSEÑAR A PESCAR

La mitad de la población de Veracruz de clase baja y la otra mitad y también de la clase media, quizá también una parte indicativa y significativa de la clase alta formada en la fila para cobrar el chequecito mensual y bimensual de los programas sociales vive agradecido con el obradorismo, de igual manera como antes, con los presidentes priistas y panistas con otros programitas.
Pero en todos los casos, el pendiente social es de siglos, sexenios, décadas, pues la autoridad obsequia, regala, facilita, el dinerito oficial para, en la mayor parte de los casos, comer, y en contraparte, a nadie de la población enseña a pescar.
Más, porque cuando el obradorismo se haya ido en el año 2024, entonces, en el mejor de los casos, los programas sociales continuarán, y en el peor, serán modificados con nuevas reglas del presidencialismo en turno.
Incluso, en el siglo pasado el gobierno lanzaba obra de infraestructura para los famosos empleos temporales, y ahora, se ignora si la historia se repita.
Por eso es que, con todo y la política racista, segregacionista y xenófoba, la población del país (y de América Central y de Haití y África) sigue migrando a Estados Unidos, soñando como en los orígenes de la humanidad con la tierra prometida, el paraíso terrenal.
Y migran, primero, debido a la errática política económica para alentar la creación de empleos en las regiones indígenas, campesinas, suburbanas y urbanas, y segundo, por un interminable y canijo oleaje de inseguridad e impunidad.
Lo más terrible y espantoso es que comer en el día con día se ha vuelto un privilegio, un lujo, en un Veracruz exuberante en su riqueza natural, tanta que la autoridad organiza como fuego artificial tianguis de higos, mangos y pambazos.
Y de ñapa, lanza programitas estelares como “Veracruz se antoja”.


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