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Diario de un reportero
Sábado 25 septiembre, 2021

Niños indígenas

Niños urbanos
•Miseria y pobreza


DOMINGO
El niño rico



En las tardes y los fines de semana desde que “Dios amanece”, el niño rico la pasa en la alberca. Chapotea, nada, juega, gritonea, siempre acompañado por la nana, una chica joven que lo cuida.
Sábado y domingo, hacia las 7 de la mañana, está en la piscina. Es su paraíso terrenal. La tierra prometida. La felicidad y la dicha plena.
Con frecuencia, invita a los amigos, compañeros de la escuela. Y el romerío alcanza a casi toda la vecindad.
Son niños de entre 7 a 10 años de edad. Y desayunan y comen en la alberca. Y hacia la tarde, cuando la tarde aún es tibia y fresca, entonces, la merienda en el comedor de la casa. Listos, quizá, para mirar una película con los super héroes y para una piyamada que bien suele terminar hacia medianoche, incansables como son.
Los padres son ricos y tienen un rancho y una casa. Entonces, el domingo es día de campo.

Luis Velázquez

Trepados en los caballos entrenados y mansos, juegan a correr en un carril imaginario, en medio del sembradío.
Luego, el domingo, nadan en el río del pueblo, desde luego, en lugar seguro.
Son los niños privilegiados de la vida. Nacieron ricos. Son ricos. Y ojalá la riqueza dure toda la vida.

LUNES
El niño pobre

Es el niño indígena. De entre 7 a 10 años de edad. Sus manos y sus brazos significan una mano de obra para el padre.
En cada corte de café, cítricos y caña de azúcar en Veracruz, el niño indígena se convierte, igual que los padres y hermanos mayores, en migrantes en el interior del territorio jarocho.
La familia va al corte y anda de pueblo en pueblo y de sembradío en sembradío.
El niño, pues, deserta del salón de clases y de ciclo en ciclo se va atrasando y la deserción escolar alcanza niveles insospechados.
Desde luego, corta poco café y cítricos. Y en el caso de la caña de azúcar se echa una caña, dos cañas, al hombro, y va juntando en el lugar ordenado por el capataz.
Y hacia el final de cada jornada el padre recibe unos centavitos más.
Por lo general, cada zafra y corte de la gramínea y naranjas viven en galeras amontonados con otras familias, igual de pobres, en la miseria, en una historia legendaria, histórica y mítica en un Veracruz pródigo en recursos naturales y habitado por gente jodida. Muy jodida.

MARTES
El niño urbano

Por lo general, lo llevan en coche a la escuela primaria todos los días. También lo recogen en el auto a la hora de salida.
Va bien desayunadito. Además, lleva lonch para el recreo. Y unos centavitos para comprar, digamos, comida chatarra, la única ofrecida en el sistema escolar.
Los útiles escolares los lleva bien acomodaditos en una mochila. Y si es posible, en mochila de marca. Cuadernos de rayas y cuadros, lápices, gomas, lapiceros. Los libros de texto.
Siempre, bien uniformadito. Y con ropa y zapatos, si se puede, de marca, para que en la escuela “nadie lo haga menos”.
Algunas madres de familia, encargadas del traslado de los hijos a la escuela, se van al café. Y hacen su grupito de amigas del whatsaap y las redes sociales, el facebook y los tuitazos.
Y así, en el café primero, y en el desayuno después, llegan hasta las 13 horas a casa y por el celular ordenan a la trabajadora doméstica el itacate y el menú del día.
Si es posible, el marido pasará por el niño a la escuela para llegar juntos a casa para la comida familiar.

MIÉRCOLES
Niños desnutridos y anémicos

Es el niño indígena. Llega a la escuela apenas, apenitas, con un cafecito negro en el estómago, quizá, y por un milagro del día con día, una pieza de pan. Acaso, por ahí, un par de tortillas revolcadas en frijoles.
De entrada, suele recibir clases de 9 a 12 horas, incluídas media hora de recreo, porque son las únicas horas impartidas por los maestros.
Pero…, si entran a clase hacia las 8 de la mañana, una o dos horas después, el niño queda dormido sobre el pupitre en el salón de clases.
Es la anemia y la desnutrición mítica, legendaria y bíblica que arrastran, como dice el clásico erudito, “desde la noche de todos los tiempos”.
Y ni modo que el profe los despierte interrumpiendo el sueño nutritivo, pues duermen, digamos, para corretear el hambre y distraer a las lombrices.
Algunos niños asisten a la escuela con zapatitos. Otros, en huarachitos, hijos de familias modestas y sencillas, pobres y jodidas.

JUEVES
Un negocito para los hijos

Es el niño urbano. La secundaria, el bachillerato y la universidad lo esperan. Incluso, si es posible, la maestría y el doctorado.
Y si los padres pueden, en alguna universidad prestigiada del país. Y en el extranjero.
Y si es posible, los padres le pondrán un negocio. En todo caso, está predestinado a convertirse en director o gerente general de la empresa familiar.
La estadística oficial es canija: de cada cien niños egresados de la escuela primaria únicamente diez llegan a los estudios superiores.
Y de los diez, solo uno se titula… si se titula.
Y es en los pueblos urbanos y suburbanos, porque en las regiones indígenas y campesinas, la estadística empeora.
De entrada, un súper milagrazo terminar la primaria. Y ni se diga la secundaria.
Más, en un país con tanto desempleo galopante y con insólita competencia laboral y con sueldos de hambre y sin las prestaciones económicas, médicas y sociales establecidas en la Ley Federal del Trabajo, y en donde, estudiar una carrera resulta insuficiente, pues el mayor legado familiar es un negocito por ahí para los hijos.

VIERNES
Pudientes y jodidos

Se dirá que el mundo es así. Que hay pudientes y hay jodidos. Que el sistema económico, social y político, tal cual ha sido toda la vida. Que en el relato bíblico hay ricos y pobres. Que en Tenochtitlán, los emperadores y sus hijos eran ricos y los indígenas pobres y en la miseria.
Se dirá que por eso mismo la iglesia habla de que existe un paraíso celestial donde los pobres que sean buenos tendrán vida eterna al lado del Señor.
Se dirá que Carlos Marx, Federico Engels, Tomás Moro, Abraham Lincoln y hasta Pancho Villa y Emiliano Zapata lucharon por la justicia social y “ta’güeno”.
Pero al mismo tiempo, nada lograron más que la venta burda, ramplona y barata de esperanzas.
Los niños indígenas, por ejemplo, tuvieron padres jodidos y abuelos jodidos y tatarabuelos jodidos y significa la constante universal, de igual manera como el destino enaltecedor para los niños hijos de pudientes, hijos de clase media.
Podrán, entonces, las tribus políticas seguir inmolándose por los pobres en el palenque público.
Los pobres, quienes, ni modo, se resignan a los programas sociales como el conejo con la zanahoria, sin que nadie ofrezca la oportunidad de aprender a pescar.
Simplemente, los jodidos como “carne de cañón” antes, hoy y siempre.


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