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Diario de un reportero
Viernes 25 junio, 2021

Miseria y pobreza

•Vidas muy jodidas
•¡Pobre Veracruz!

DOMINGO
Miseria y pobreza



Recuerdo a los abuelos y miro pobreza y miseria. Campesinos él y los hijos. Nueve en total.
De ñapa, a un hijo lo mataron en un baile en la ranchería. Otro, murió atropellado en la carretera por un cafre. Una hija, enferma toda la vida de mal incurable. Uno más se suicidó, incapaz de soportar la jodidez. Otro migró a Estados Unidos sin papeles y desapareció para siempre.
Recuerdo a mis padres y también miro pobreza y miseria. Campesinos los dos.
Un día, una hermana debía viajar del pueblo a Xalapa y estaban sin dinero. Entonces, mi madre agarró montón de periódicos guardados y se fue a la tienda del barrio para venderlos. Regresó con unos centavitos, los suficientes para el pasaje.
Entonces, paseo la mirada en las regiones étnicas de Veracruz y miro la jodidez total y absoluta en el millón de indígenas.
Visión apocalíptica. En los caminos de la sierra suele hallarse una caravana de hombres.

Luis Velázquez

Al frente camina un hombre y en la espalda lleva amarrada una sillita de madera. Y a la silla está amarrado con reata un hombre enfermo. Atrás, los siguen un montón de hombres para turnarse. Llevan al enfermo a la cabecera municipal donde hay Centro de Salud.
Insólito: el Centro de Salud con médico, pero sin medicinas. O con enfermera, pero sin médico.

LUNES
Vidas muy jodidas

Si la vista continúa girando, entonces se topa con dos millones de campesinos de un extremo a otro de Veracruz.
La mayoría, pobres y en la miseria. La mayoría, toda la vida, en las tareas del campo, por lo regular, jornaleros de 70 pesos diarios desde antes de que el sol sale hasta cuando la luna alumbra el surco.
Y sin las prestaciones establecidas en la Ley Federal del Trabajo.
Lo peor, sin hacer antigüedad para la jubilación ni tampoco para el legítimo derecho a una casita Infonavit.
Vidas muy jodidas. Precarias. Limitadas. Todos los días, lo mismo. Incluso, vivir sin una esperanza para mantener la emoción social.
“¡Aquí nos tocó vivir y qué le vamos a hacer!” exclama un personaje literario de Carlos Fuentes Macías.
Del rancho, siempre huyen quienes pueden. Y/o quienes se atreven. Y si es posible, nunca regresan.
Y si la vida es dura y ruda, espinosa y escabrosa, en las ciudades urbanas, más, en las zonas indígenas y rurales.
Pero, cuando en un Veracruz pródigo en recursos naturales y habitado por gente pobre.

MARTES
Desgarradora miseria

Celedonio Macuistle Tecpile vivía en Astacinga, en la montaña negra de Zongolica, con su esposa, Rosita, y sus hijos, un montón.
Cada año era un migrante en el interior de Veracruz. En la zafra y en el corte de café y cítricos.
Y cada año durante haciendo lo mismo. Trabajando para llevar el itacate modesto a casa.
Siempre vestido con una ropita sencilla y modesta. Dos muditas de ropa. Una para usarse y la otra para lavarse. Y cuando andaba en la zafra, él mismo se lavaba.
Y siempre, con huaraches. Nunca sus pies conocieron los zapatos.
Fue el oficio que el padre y el abuelo le enseñaron. Dejó la escuela primaria en segundo o tercer año, parece. El padre siempre lo sacaba de la escuela para irse al campo, pues niño aún también significaba una mano de obra.
Era pobreza, quizá en los límites de la miseria, desgarradora.
Era su casita de lámina y piso de tierra. Y la familia vivía amontonada. Y en el patio, la hortaliza con chícharos, por ejemplo, para la comida diaria. Y una modesta llave de agua donde el líquido salía a cuentagotas. Y la acarreaban en par de cubetitas.

MIÉRCOLES
70 años en el surco

El tío Silvestre era campesino y nunca pudo comprarse un caballo. Apenitas, un burrito que entendía al nombre de “Chivete”.
Cada mañana, antes de la salida del sol, con el itacate para el mediodía, se iba al surco, 2, 3 hectáreas de su propiedad, para sembrar maíz y frijol, una parte para la venta y guardar los centavitos, y otra, para el autoconsumo.
Era, digamos, un campesino pudiente porque era dueño de una vaquita común y corriente y la que ordeñaba para llevar unos cuantos libros de leche a casa para el par de hijos.
Y, claro, para tomar cafecito con leche remojando un pancito hecho en la panadería del rancho.
Vivió ochenta años y desde los diez años trabajó en el campo, haciendo siempre lo mismo, lo mismo, lo mismo.
Setenta años metido en el surco, sin que la vida ofreciera una posibilidad de mejorar los días.
El tiempo cuando la esposa o los hijos enfermaban solo quedaba salir corriendo por la curandera del pueblo para los remedios caseros, por lo regular, plantitas que crecían por ahí, en el patio, en el monte, y eran prodigiosas y mágicas.

JUEVES
Todos se fueron de migrantes

Los cinco hijos del tío Vicente, campesino, tocaron puertas en el pueblo para una oportunidad laboral y todas estaban cerradas. Mejor dicho, saturadas.
Entonces, el mayor agarró camino con unos paisanos a Estados Unidos como migrante sin papeles y lograron entrar y al ratito encontró trabajo como agricultor en un rancho de Texas, ahí nomás, cruzando la frontera.
Luego jaló al hermano siguiente y al siguiente y al siguiente, y de pronto, todos estaban allá.
A su lado, en el mismo rancho, quedaron dos hermanos. Y a los otros dos acomodó en otro rancho.
Varios años después, se llevaron a sus padres, ya ancianos, con toda la resistencia del tío Vicente, quien se negaba a partir porque en el panteón del pueblo tenía enterrados a sus padres y deseaba quedar sepultado al lado de ellos.
De la familia nadie quedó. Todos “quemaron sus naves” en un pueblo sin horizonte económico y social. Sin fuentes de empleo. Casi casi, un pueblo fantasma que subsiste de milagro.

VIERNES
Los días cada vez más negros

Nunca el ser humano ha de olvidar su origen. En el caso, uno de los hijos de una pareja campesina, siempre en la subsistencia, en el día con día, “en la medianía (digamos) del salario” y/o de lo que cayera en el tenate del molino de nixtamal, la otra fuente de ingresos del padre.
Con todo, la vida social resulta estrujante. 6 millones de los 8 millones y 150 mil habitantes, en la pobreza y la miseria según exhibe el INEGI.
Medio millón de paisanos haciendo dos comidas al día, y mal comidas, debido a tanta precariedad.
Un millón de paisanos en Estados Unidos como migrantes sin papeles y quienes huyeron de Veracruz ante la errática política económica para crear fuentes de empleo cubiertas con un salario justo y digno.
La miseria y la pobreza son canijas. Y lo peor, nada posibilita que las circunstancias puedan cambiar.
Cada amanecer empeora en su negrura y ninguna velita alumbra la noche oscura larga y perpetua de la historia local.
Nada de fatalismo, pues. Los hechos, como son. Duros y rudos. Adversos y difíciles.
Pobre naces. Pobre vives. Pobre mueres. De generación en generación. 3 millones de habitantes de Veracruz así. Un millón, indígenas. Dos millones, campesinos.


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