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Expediente 2024
Lunes 14 septiembre, 2020

“La asesina despiadada”

La obesidad fue declarada “una asesina despiadada”. Y en un México declarado “un paí­s de gordos”. Y en donde el caricaturista Rius lo estableció en el siglo pasado. “Primero es la panza” intituló uno de sus libros.
Y en un México con el estado de Chiapas como el primer consumidor mundial de Coca-cola.
Y en un paí­s donde los señores diputados locales de Oaxaca crearon una ley.

Luis Velázquez

La ley anticomida chatarra para disminuir (ajá, felicidades, hosanna) el consumo de grasas por decreto y que ahora reproduce Veracruz, el reino de las gordas y las picadas y las garnachas y los tamales y las tortas.
Lo anunciaba Yuri, la cantante de “La maldita primavera”. “A qué no puedes comerte solo una” afirmaba saboreando papitas saladas.
El paí­s en el primer lugar mundial de muertos por obesidad. Vida sedentaria, además. El intenso amor al deporte mirando los juegos de futbol con botana y cerveza a un lado meciéndose en la hamaca. Entrar al cine, hora y media, dos horas de pelí­cula, con tremendo banquetazo de palomas y cheetos y refrescos de cola.
Montón de enfermedades que llevan a la muerte por la gordura, el exceso de peso. “Mi pancita” suele decir la pareja acariciando la fea y monstruosa panza del ser amado. “Aquí­, de panza al sol tirado en la playa” con cartón de chelas frí­as a un lado, exclaman los turistas.
La Malinche sedujo a Hernán Cortés en las playas de Chalchihuecan con picadas y gordas del barrio de La Huaca, porque entonces, todaví­a el Sanborcito estaba lejos de aparecer.
Una mulata sabrosa enamoró al cronista norteamericano, Jack London, desembarcado en Veracruz cuando la invasión de 1914 con un cóctel de mariscos, pero alternado con picadas y gordas.
El banquete más sabroso de Agustí­n Lara eran las picadas y las gordas los domingos al mediodí­a luego de noche de farra con los amigos.
Ni modo, entonces, que por decreto renunciemos a la obesidad. ¡La panza es primero! y ninguna ley, como en Oaxaca, logrará el cambio gastronómico.

LA PANZA… COMO UN TIMBAL

Somos un paí­s de gordos. La honra. La panza, como un timbal de orquesta sinfónica de rancho.
Famoso, por ejemplo, el cacique gordo de Cempoala, aquel que tení­a un harem de unos cincuenta efebos para todo tipo de gustos y deseos y a quienes, incluso, ofreciera a Hernán Cortés y la tropa.
Cacique gordo, lleno de alegrí­a de vivir, festivo, la panza era su más alto privilegio. Sus efebos lo adoraban.
Y, bueno, con todo y que la autoridad de salud declara a la obesidad “el asesino despiadado”, a Ninel Conde, antes y después de sus operaciones quirúrgicas en las bubis y las pompis, llaman “El bombón asesino”.
Entonces, estamos en la ruta ideal y soñada. Lo dijo David Alfaro Siqueiros en el siglo pasado. “No hay más ruta que la nuestra”, con el gordo, gordí­simo Diego Rivera, su panza tan querida por la flaquita y chaparrita, Frida Kahlo.
Años, entonces, de cultura gastronómica, alimento sustantivo de la población, las picadas y las gordas y los refrescos de cola y la vida sedentaria.
“Gorda, gorda de mi vida” se llama una canción para la serenata.
Y ni modo que de un sexenio a otro, por decreto superior, cambiemos de piel y mudamos de un paí­s de gordos a un paí­s de flacos, por más y más que Belinda prefiera a Christian Nodal, flaquito y de 21 años, que a Lupillo Rivera, chaparrito, gordo, calvo y de cuarenta y ocho años de edad.
¡Dejemos, pues, en paz y tranquilos a nosotros, los gordos, y que la panza siga tomando la forma caprichosa que desee sin sobresaltos ni perturbaciones, envidias ni intrigas!
En todo caso, primero, el dí­a cuando nacemos empezamos a morir, y segundo, el ser humano enfrenta en la vida tres mil enfermedades y si libramos unas otras caen encima y ni hablar, para morir nacimos.
Y si la obesidad es un asesino despiadado, ojalá que “El bombón asesino” de Ninel Conde pudiera dar un besito antes de morir.

AL DIABLO LAS DIETAS

Hay muchos placeres de la vida. Por ejemplo:
Una. Flaquitos que nos casamos con la pareja, poco a poco embarnizamos con los años y celebramos los cincuenta años de casados totalmente gordos, gordos, gordos.
Dos. La felicidad suprema de todos los dí­as es atragantarse con picadas y gordas, tamales y tortas, tacos en la ví­a pública, pasteles y pastelillos, dulces y papas y helado.
Tres. Ningún placer más grande en viaje de Veracruz a Xalapa como atragantarse en Rinconada con garnachas y huevos hervidos con un café negro y de olla.
Cuatro. Los cinéfilos que se abstenga de comer palomitas con refresco de cola mirando una pelí­cula en automático están condenados al infierno, donde pasarán el resto de sus vidas.
Cinco. Las dietas, “al diablo”, pues únicamente sirven para quedar con hambre.
Seis. A la mitad de las parejas gustan las personas gordas pues tienen carnita suficiente para agarrarse en cualquier revolcón.
Ocho. Por alguna razón misteriosa, extraña o rara los cientí­ficos han comprobado que las personas más felices son las gordas, pues en todo caso, y ante los problemas y pendientes, las cosas se deslizan rápido y se conjuran y desaparecen.
Nueve. La humanidad ha apostado en el mundo a la gordura. De cada diez personas que pasan enfrente, unas siete, ocho quizá, están excedidas de peso.
Y si los artistas y algunos polí­ticos son flacos se debe, claro, a que su negocio es la delgadez, pero al mismo tiempo, son los más infelices porque reniegan de los platillos suculentos.
Y diez. Bastarí­a referir que un par de dioses mitológicos terminaron gordos. Venus, la diosa del amor, y Baco, el dios de las borracheras.
Sigamos, pues, en el camino de los dioses…


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