Historias Memorables
•Estragos del Alzheimer
•Dormía de día
•Despierta de noche
Héctor Fuentes
--Pronto dejaré de escribir, dijo Olga. "Estoy olvidando hechos, fechas, datos, nombres de personas. Hay días cuando me siento a la computadora y la pasó en blanco. Ninguna línea escribo".
--Pero tú, dijo el esposo, trabajas con la memoria.
Y mientras más se ejercita un órgano del cuerpo, más vida tiene.
--Eso dicen, precisó ella. Pero el Alzhemier ahí viene. Lo siento y presiento.
Olga empezó por olvidar cosas elementales de los días y las noches.
Por ejemplo, enloquecía buscando las llaves del automóvil. Perdía mucho tiempo tratando de recordar lo que debía hacer. Comenzó a olvidar los nombres de la familia. Olvidaba citas con los amigos. Olvidó los teléfonos de los celulares. Se olvidaba de comer. Olvidó el baño diario.
Y ni modo, llegó el día cuando sus neuronas se desprendieron entre sí y entonces, la mente quedó en blanco y empezó la parte más trágica, dura y difícil.
Llevó una vida vegetativa, y aun cuando hubo momentos lúcidos, fueron efímeros, fugaces, apenas un chispazo de luz en medio de aquella tiniebla perpetua.
Siete años duró con el Alzhemier y falleció de un síncope cardiaco.
Desde algún rincón oscuro de su mente, algunas veces cuando de pronto miraba abierta la puerta de su casa se salía sin avisar y agarraba camino sin camino.
Entonces, comenzaba la peor desesperación familiar buscándola en el pueblo.
Un día, la encontraron de pie frente a una vieja casona donde había vivido con sus padres cuando eran niños y la miraba en silencio, como hipnotizada, quizá escarbando en los recuerdos.
Otro día la encontraron en el parque dando vueltas sin ton ni son como en trance esotérico, la mirada perdida, llena de miedo y terror, huidiza y huraña.
Todo en ella había envejecido. La piel, llena de manchas negras y rojas. La cara, repleta de arrugas y surcos gigantescos. El cuello, adornado con más arrugas.
Pero en los ojos la mirada joven, curiosa, sorprendida y perpleja, deseosa de saber cosas, contenta y dichosa de un nuevo día, feliz contando historias leídas el día anterior en la novela de cabecera.
7 AÑOS REDUCIDA A NADA
El Alzheimer fue atroz para ella. Durante siete años la redujo a la nada. Pero igual de atroz fueron los estragos en la familia.
Olga solía dormir de día y pasar la noche en vela. Despierta. Como si fuera mediodía.
Entonces, como la familia trabajaba contrataban a una persona para estar pendiente en el transcurso de la noche y otra para el día y quienes cobraban "las perlas de la virgen".
Además, las medicinas, que ninguna cura significaban para detener o curar la enfermedad, eran costosas, y que según el médico debían dársela, porque de lo contrario, empeoraría hasta en el estado de ánimo.
Y lo peor, en ningún asilo la aceptaban porque simple y llanamente Olga ya no se valía por sí misma, pues necesitaba una enfermera de cabecera, fuera a salirse, por ejemplo, un día del asilo y perderse.
Además, estar pendiente de sus necesidades físicas.
Y es que, si por ejemplo, una hija, una hermana, el marido de la misma edad, se volvieran sus enfermeros de cabecera, a la semana estarían agotados, extenuados, sin fuerza física, y a punto de la desesperación sicológica.
Incluso, ella tenía tres hermanas. Y las tres, primero, marcaron la raya advirtiendo que sus ingresos eran limitados y ninguna ayuda económica podían dar.
Y segundo, distanciándose de la familia para evitar ocuparse de ella, una carga demasiado pesada en un camino largo y extenuante, lleno de espinas y cardos, y por eso mismo, un camino triste, dolorosamente triste.
Murió de un infarto. Mientras dormía.