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Malecón del paseo
Sábado 27 junio, 2020

Misterio longevo

•Paí­s de viejitos
•El secreto de vivir

EMBARCADERO: A primera vista, y más allá del sicólogo, el sociólogo y el nutricionista, la longevidad es hereditaria... Nunca se han conocido los padres, por ejemplo, de Matusalen, pero la fama bí­blica registra que vivió 969 años... Tampoco nadie sabe el secreto longevo de las cucarachas, por ejemplo, que sobrevivieron a los dinosaurios, unos y otros animalitos en el relato bí­blico... Fidel Velázquez Sánchez, el eterno lí­der de la CTM, vivió casi los cien años, igual, igualito, que otros hermanos

Luis Velázquez

El misterio longevo, por ejemplo, de Manuel Bartlett Dí­az, director de la Comisión Federal de Electricidad... Y ni se diga de Carlos Brito Gómez, todaví­a presidente de la Comisión de los Procesos Electorales (¿así­ se llama?) del CDE del PRI...

ROMPEOLAS: Los irlandeses, con una longevidad proverbial, aseguran que el secreto de vivir muchos años está en tres cositas simples y sencillas, pero básicas... Una, dejar la mesa con hambre... Dos, dejar la cama con sueño... Y tres, dejar la taberna con sed, según relatorí­a del cronista Ricardo Rubí­n... Marí­a Félix, sin embargo, decí­a que el secreto de la longevidad feliz está en "tener siempre hombre en casa", como ella misma procuraba... Un senil dice que el secreto infalible es tener una novia de entre veinte a treinta años de edad, porque "la vejez chupa juventud a las chicas" y se rejuvenece en tanto ellas envejecen... El Che Siles, ex jugador de los Tiburones Rojos, lo resumí­a en frase catatónica... "Yo, decí­a, saco juventud de mi cartera"...

ASTILLEROS: En el siglo pasado siempre se creyó, con Charles Atlas, el hombre más perfecto del mundo, ni siquiera, vaya, Superman, el súper héroe, que llevando una vida sana, sin alcohol, cigarros ni droga, con buena dieta alimenticia y ejercicio fí­sico, la vida se prolongaba... Pero basta mirar alrededor y ver que grandes figuras del deporte sucumbieron antes de tiempo, porque si el ser humano se expone a unas tres mil enfermedades en su vida (versión del doctor Jorge Nicolás Chantiri Pérez), entonces, uno que otro mal nulifica la vida del deportista más pintado...

ESCOLLERAS: Desde luego, llevar una vida sana quizá prolongarí­a la vida... Pero el geriatra enciende el semáforo en rojo... Por ejemplo, una persona suele vivir un término semejante, paralelo, más o menos, a los años vividos por los padres... Si los padres, por ejemplo, murieron de unos ochenta años, los hijos, en términos generales, llegarán hacia los ochenta años, salvo un accidente automovilí­stico o casero, que son los peores... Para fortuna de la humanidad, mientras hacia mediados del siglo pasado el término de vida era de unos cuarenta a cincuenta años por tantas enfermedades fuera de control, ahora se llega, fácil, a los setenta y ochenta años, y con frecuencia, en mejor estado de salud...

PLAZOLETA: Por eso, la profecí­a de los geriatras es que el paí­s tiende a convertirse en unos diez años, quizá antes, en una nación de viejitos y bebés... Aquellos que van de salida y aquellos que apenas van entrando a la vida... Con todo, la república será de viejitos, pero siempre sujeto a la ley geriátrica... El término de vida va de acuerdo con la edad de los padres... Pero, bueno, como la vida es tan fascinante, entonces, todos sueñan con llegar a los noventa y cien años... Por eso, el éxito de tantos programas de rejuvenecimiento y que si antes solo aplicaban las mujeres ahora los polí­ticos son los más esmerados... Desde el siglo pasado está la versión de que "no hay mujer fea, sino pobre", incapaz de pagar una operación plástica para arreglarse desde la cara y la papada hasta las bubis y las pompis... Muchos hombres, por ejemplo, suelen fletarse en el quirófano para que el médico plástico les ponga pompis...

PALMERAS: En el sueño de la longevidad, a los médicos plásticos, nutricionistas y entrenadores deportivos les va súper bien... Pero, bueno, nunca Fidel Velázquez, el jerarca cetemista, hizo ejercicio ni tení­a caminadora eléctrica en casa ni en el despacho, ni tampoco tení­a doctora en Nutrición de cabecera, ni menos como el otro longevo, Porfirio Dí­az Mori, nadaba todos los dí­as una hora... Allá, entonces, cada quien su cuento... Y mucha, muchí­sima suerte...


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