Historias Memorables
•Vivir cada día
•Frívolo reportero
•Desfile de cortesanas
Por Héctor Fuentes
Ningún dinerito en el bolsillo calentaba ni dejaba calentar aquel colega reportero. Por aquí cobraba la quincena y a gastar, por lo general, en el alcohol, y a la tercera copa, de manera inevitable, pedía chicas.
Por aquí le caía el pago de la publicidad comercial y política que vendía le comían las manos por gastarlo. Por aquí le caía un embutito, a gastar con más razón.
Vivía, claro, al día. El día con día. En su vida padeció muchas horas en la premura del hombre sin liquidez. La esposa y los hijos eran los paganos.
Por fortuna, la señora hacía vestidos en casa y los vendía. Sin competir con una fábrica de ropa, el dinerito ganado alcanzaba para el itacate y la torta y para dar a los niños unos centavitos para el recreo escolar todos los días.
Pero en la vida, el colega reportero fue, como dicen en el rancho, un desobligado.
Casó 3 veces. Las esposas lo dejaban por la misma razón. La obsesiva obsesión de vivir al día y gastar la quincena y las extras en francachelas.
"Disculpa, decía a las mujeres que lo abandonaban, no he madurado".
Toda la vida, a la quinta pregunta. Nunca hizo antigí¼edad en un medio. Tampoco tuvo posibilidad de un beneficio institucional, digamos, el Seguro Social para la familia y el INFONAVIT para adquirir una casita.
Así fueron sus años, hasta cuando viviendo en la Ciudad de México el temblor de 1985 lo sorprendió aquella mañana hacia las 7 horas y el departamento donde vivían se desplomó y murió con la última esposa y el último hijo, abrazados los tres.
Quedaron sepultados en Orizaba, de donde ella era originaria.
La vida triste de un reportero, con grandes atributos y cualidades para contar historias, gran cronista, pero cuya inteligencia y talento quedara en las cantinas y los antros.
A la tercera copa le entraba el amor por la vida. Entonces, ordenaba al chofer de color que tenía se fuera de inmediato, pero ya, ya, ya, por las cortesanas.
--Una para cada una, le decía.
Y el chofer le preguntaba con una sonrisa triunfadora:
--¿También para mí?
--También para ti, contestaba chasqueando los dedos en el aire.
"Todo mi dinero, decía, lo tengo invertido en la casa de Idalia y Margarita" y que en el siglo pasado eran el par de casas de citas más famosas.
Y se echaba la carcajada frívola como si hubiera expresado el mejor chiste del mundo.
VIVIR CON EL ACELERADOR PUESTO
Un talento periodístico, pero desperdiciado, diluido, dejado en las parrandas.
Fabulador, soñó con caminar a la literatura y escribir cuentos y novelas, consciente, decía, de que todo reportero tiene o ha de tener los originales de un cuento en el escritorio y que bien podía escribir, digamos, en las madrugadas en la sala de redacción cuando ya estuviera vacía y en el taller solo se escuchara el ruido de la rotativa imprimiendo la edición del día y los gritos de los voceadores en la calle esperando los ejemplares.
Hasta donde trascendió solo escribió un cuento. Le llamó "Los amigos". Era de unas diez cuartillas. Y lo jalaba de arriba para abajo en un portafolio ejecutivo, color negro, listo para mostrar a una chica invitada a un café, una comida, una champola, una copita.
Y lo hacía cuando, digamos, a la mitad del café les decía que era reportero, pero también escritor.
--¿Y qué libro has publicado?
--Ninguno. Pero tengo varios cuentos escritos que estoy puliendo y volviendo a pulir y pronto publicaré.
Entonces, abría el portafolio y les mostraba el cuento.
--Ten. Y léelo mientras voy al baño, les decía.
Y exprofeso se tardaba unos diez, quince minutos, que duraba aproximadamente la lectura del cuento y regresaba a la mesa en el restaurante como torero en tarde de luces. Pavoneándose.
Para entonces, el mesero iba llegando con una botellita de vino.
Y luego de sentarse esperaba el halago de la chica invitada seguro de que el cuento había cumplido la tarea.
Y lo adivinaba cuando miraba en los ojos de la chica un resplandor de sorpresa y admiración.
Entonces, le servía una copita de vino y le contaba la historia ene número de veces repetida a otras chicas imaginando la posibilidad de una tarde feliz.
Y como era generoso con el billetito que traía en la bolsa del pantalón, en su carterita, entonces, el paraíso terrenal lo esperaba.
Los amigos de aquel reportero calculaban, mínimo, unas quince chicas encantadas y seducidas con el único cuento escrito, pues le sacó todo el provecho y el jugo del mundo.
Pasó la vida pidiendo prestado y vivió cada día y cada noche a plenitud.