La vida, una calamidad
Los días son áridos. Sin que el ciudadano común y sencillo tenga razones de peso y con peso para seguir empujando la carreta. Por todos lados, el desaliento. Cada familia viviendo entre la espada y la espada. Y lo peor, andando sobre un camino lleno de espinas y cardos y ninguna lucecita alumbrando el túnel tan largo.
Cada día empieza igual que el anterior. Planos. Totalmente planos. En nada se diferencia uno del otro.
Luis Velázquez
Se mira hacia la derecha y la izquierda, y en una esquina, la pandemia. Más de 6 meses acuartelados en casa. La conductora Andrea Legarreta fue al cine muy echada pa”™lante y regresó a casa con el COVID.
En otra esquina, la recesión. Empresas y negocios y comercios quebrados. Y el despido de personal.
El secretario de Hacienda y Crédito Público anunciando que el año 2021 será el peor entre los peores.
En la tercera esquina del ring, la incertidumbre, la zozobra y la inseguridad. La vida, prendida con alfileres.
Y en la cuarta esquina, la venta burda y vana de esperanzas. Que ya estamos saliendo del pantano económico y social gritonean desde el lado oficial.
Pero por más y más que el ciudadano toca puertas solicitando un empleo para obtener un ingresito quincenal con que garantizar el itacate y la torta en casa a los hijos y la esposa y los padres ancianos, la vida convertida en un infierno.
Un infierno llamado Veracruz.
Los días, entonces, sin razones para el optimismo. Y ni modo de cruzarse de brazos.
Un día, el cronista Ricardo Garibay dijo que se había “agarrado a chingadazos con la vida” para ser y estar.
A chingadazos, pues, todos los días y noches, la mayoría de los ciudadanos nos estamos agarrando con la vida.
SE VIVE CON MUCHA TRISTEZA
Los días son tan difíciles que en cada nuevo amanecer, el ciudadano se levanta por inercia. Nomás porque el nuevo día ya llegó.
Y al mismo tiempo, vaya paradoja, sin ganas para salir corriendo al trabajo (si hay) y checar tarjeta a tiempo.
Y se chambea como un robot, un autómata, sin la creación ni la productividad deseada.
Se voltea para todos lados y aun cuando el sol esté radiando en su más alto decibel, el paisaje parece triste, como una ciudad con los edificios y casas hechas unos escombros luego de un bombardeo.
Es la tristeza proveniente de un par de circunstancias más duras y rudas como son la pandemia y la recesión.
Desde la mañanera “se curan en salud” anunciando el advenimiento de un nuevo día. El día de la recuperación económica y social.
Pero si vamos a los hechos, los hechos son adversos. La noche es larga, demasiada larga, sin una lucecita.
El palabrerío. El fuego artificial. Los vientos distractores. La promesa vana.
Hoy más que nunca lo importante es un milagro para conservar el empleo rogando al Ser Superior de cada quien nunca enfermarse, porque entonces, es tanto como el día del Juicio Final.
Desempleados, subempleados, sin ingresos, con ingresos insultantes, y todavía, caray, enfermos.
La vida, una calamidad. Lo peor de todo es cuando se ha caído en el desencanto social porque las esperanzas quedaron muertas, deshechas, destazadas en la arena pública y familiar.
Más cuando las tribus políticas siembran la discordia entre ellas y se arañan en la disputa por el control del poder público.
Sexenios ha, por ejemplo, de 6 de los 8 millones de habitantes de Veracruz en la miseria y la pobreza.
Y la miseria significa, entre otras cositas, y además de solo hacer dos comidas al día y mal comidas, vivir sin ninguna esperanza de que algún día, algún día, algún día, la vida será mejor.
EN EL FONDO DEL TÚNEL
Durante muchos sexenios priistas y panistas, la vida diaria se fue hundiendo en el fondo del túnel social y económico.
Las tribus políticas nunca miraron la realidad adversa. Y si se aplicaron soñando con un país justo, simple y llanamente justo, se equivocaron, cada quien con sus pasioncillas ideológicas y partidistas donde lo único importante era conservar el poder. El poder político que lleva al poder económico y el poder social.
6 de cada diez habitantes… en la jodidez.
Cada sexenio y cuatrienio en los municipios, nuevos ricos, nuevas riquezas familiares.
Doscientas familias, dueñas de más del sesenta por ciento de la riqueza natural, como promedio en cada entidad federativa.
Cada fin de sexenio, políticos enriquecidos a la sombra del poder, y con frecuencia, sin castigo penal.
Solo por ahí, de vez en vez, los manotazos que solo expresan el ajuste de cuentas entre las elites.
Por eso, el gran desaliento social que cada vez se multiplica, con o sin pandemia, con o sin recesión, aun cuando, claro, ahora, manifiesto más que nunca por el desastre epidemiológico, tiempo cuando se vive y padece el peor de los mundos imaginados.
Cada jefe de familia anda cargando el mundo en la espalda. Un semestre después del confinamiento, nadie cree en los milagros ni menos en la palabra oficial.
El desencanto permea en los hogares. Aniquila, mina, diezma, las ganas de luchar.
En cada día, el viento negro soplando alrededor.
¡El difícil arte de vivir! escribió Albert Camus, Premio Nobel de Literatura.