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Sábado 21 marzo, 2020

“El hijo que no regresarᔝ

Hacia 1900, un poeta griego, Constantino P. Cavafis (la mayor parte de su obra literaria fue publicada de manera clandestina) escribió un poema. Se llama “Ruego”. Y el poema platica la vida en Grecia en aquel tiempo, un tiempo parecido al año 2011, cuando Javier Duarte en Veracruz, con los desaparecidos.

Luis Velázquez

Dice en una estrofa donde cuenta la historia de un marinero que fue engullido en las profundidades del mar:
“Todaví­a sin saberlo, su madre enciende/ un cirio frente a la Imagen de la Toda-Santa/ para que su hijo regreso pronto.
Y “tiende el oí­do al viento/ pero el Icono, grave y triste/ escucha su ruego/ sabiendo que el hijo que ella espera… no regresarᔝ.
El texto está en el libro “Poemas completos”. Y se recuerda ahora cuando en Villa Azueta fue descubierta, más que un narco/rancho, un narco/zoológico, donde un cartel tení­a leones, tigres y cocodrilos… que alimentaban, según las versiones, con cadáveres humanos.
El narco/zoológico está custodiado por la Fuerza Civil. Pero sabrá el chamán el número de historias sórdidas, siniestras y sombrí­as en un Veracruz que desde el duartazgo ingresó a las grandes ligas mundiales con la desaparición forzada, acaso reproducida hacia 1930 cuando el cacique de la hacienda de Almolonga, en Naolinco, con sus pistoleros y sicarios secuestró, desapareció y asesinó a unos cuarenta mil ejidatarios y a diecisiete lí­deres campesinos como parte de aquella enconada lucha agraria contra los latifundistas.
Desde entonces, todos los dí­as, las veinte ONG integradas con padres con hijos plagiados y desaparecidos siguen buscando a los suyos, incluso, ellos mismos en las fosas clandestinas, y al mismo tiempo, y como en el poema de Cavafis, seguros, conscientes, de que el hijo “no regresarᔝ.
Pero… si lo encontraran, entonces solo desean y sueñan con la cristiana sepultura para tener un lugar en el panteón donde llevarle flores y veladoras y rezarle y recordarle cada año en el dí­a de su nacimiento.
Ningún otro dolor y sufrimiento más duro y terrible y espantoso como la desaparición de un hijo.
Y más, porque la Real Academia Española (RAE) dice que si un hijo pierde a su señora madre o padre queda huérfano.
Y si una mujer se divorcia de un hombre queda viuda, o al revés.
Pero nunca la RAE precisa el nombre concreto y especí­fico para determinar el estado civil o social de cuando una madre y un padre pierden a un hijo.
Y más, en circunstancias con saña y barbarie donde el Estado, la elite gobernante, las cúpulas polí­ticas, se aliaron con los jefes policiacos y policí­as y malandros para desaparecer personas.
“El hijo que no regresarᔝ escribió Cavafis.

LA SILLA VACíA EN CADA HOGAR
Grave, atroz, una pesadilla con saña y barbarie, el asesinato de mujeres, niños, jóvenes, ancianos, hombres, polí­ticos, lí­deres partidistas y sociales, policí­as, activistas sociales, miembros de la comunidad sexual, muchos de ellos, gran parte, población civil.
Grave el canijo desempleo, subempleo y salarios de hambre.
Grave la baja calidad educativa y de salud y de seguridad y de impunidad.
Grave el acoso y el abuso sexual expuesto en la cancha pública y en los Tendederos.
Pero más, mucho más terrible la desaparición de una hija, un hijo, una pareja, porque se vive en la peor incertidumbre y zozobra de la vida todos los dí­as y noches, preguntándose si estará vivo o muerto, sano o enfermo, si habrá comido y comido bien, si lo estarán golpeando y torturando.
Y más, cada mañana, mediodí­a y noche para desayunar, comer y cenar, en que la silla que ocupaba está vací­a.
Y vací­a su recámara y sin usar su ropa y sin abrirse sus libros y cuadernos escolares y sin saber dar una respuesta de aliento y esperanza a los familiares y los amigos.
Más duro, sin embargo, el desgarramiento absoluto de las entrañas y del corazón y de las neuronas y de la angustia y de la desesperación de los padres, más, claro, de las madres.
Y aun cuando la desaparición forzada es “un delito de lesa humanidad” que nunca concluye resulta inverosí­mil que todaví­a hoy, con el gobierno de la izquierda, la lideresa mundial de los derechos humanos, todaví­a existan desaparecidos.
Y aun cuando los otros desaparecidos ocurrieron en sexenios anteriores se trata de un delito que ha de seguirse por oficio hasta esclarecerse.
Y por más y más que luchan los veinte Colectivos de Veracruz para encontrar rastros y pistas, la respuesta oficial deja mucho que desear.
Y los padres se sienten solos, abandonados por el Estado y sus elites polí­ticas.
Se trata de un ejército incalculable de corazones y almas muertas. Almas muertas en vida con la ausencia de una hija y un hijo.
Y más, cuando son estudiantes de secundaria, bachillerato y universidad, y jóvenes apenas, apenitas iniciados en el terreno laboral, naciendo a la vida.
Vidas frustradas, cortadas, porque el oleaje de violencia está fuera de control, desbordado, ante la manifiesta incapacidad del llamado Estado de Derecho para garantizar la vida humana.
Nunca hubo culpables por los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Ni por tantos muertos en la plaza de Tlatelolco en 1968. Ni por tantos muertos en la guerra sucia del siglo pasado. Ni por los 73 migrantes de América Central asesinados en San Fernando, Tamaulipas, y hasta con el tiro de gracia.
Ni por tantos desaparecidos en el sexenio de Javier Duarte.
Pero, bueno, como dice el poema de Constantino Cavafis, “la madre enciende un cirio frente a la imagen de la Todo-Santa para que su hijo regrese, pronto, con buen tiempo”.
Vivir, pues, de la esperanza. La esperanza que decí­a Albert Camus es resignación, resignarse, por ejemplo, a un milagro.


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