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Diario de un reportero
Sábado 03 noviembre, 2018

Retrato del poder

El emperador de Etiopí­a
•Libro de Ryszard Kapuscinski


DOMINGO
Retrato del poder



Nadie como Ryszard Kapuscinski, ni siquiera, vaya, Enrique Krauze, ha retratado tan bien el poder político.
A partir de historias del ejercicio del poder, contadas por la gente que lo vivió de cerca, “El señor K”, como llamaban a Kapuscinski, cuenta la vida de Haile Helassie, “El emperador” de Etiopía.
“El señor K” está considerado el mejor cronista del mundo en el siglo XX.
Era, además de reportero, doctor en historia.
Hablaba ocho idiomas.
Cubrió veinticinco frentes bélicos en el planeta.
Caminó cuatro de los cinco continentes en misiones especiales.
Publicó en Polonia, su país, cincuenta libros, de los cuales sólo trece han sido traducidos al español.
Gabriel García Márquez lo incorporó como maestro en la Fundación para el Nuevo Periodismo en Iberoamérica.

En el transcurso del dí­a, reporteaba y escribí­a para la agencia noticiosa polaca, y en la noche, escribí­a sus libros, en una disciplina militar admirable.
En cada viaje por el mundo nunca se hospedaba en hoteles de 5, 4 y 3 estrellas, sino siempre pernoctaba en alguna casa del pueblo donde estaba reporteando, así­ fuera en una colonia popular o en un rancho, un pueblito perdido en el mapa, para estar cerca de la gente, protagonista de sus historias.
Por eso, su gran autoridad moral como trabajador de la información.

LUNES
El Emperador y su perrito


“El emperador” es la historia del presidente de Etiopí­a.
Por ejemplo, el emperador tení­a un perrito como mascota que cargaba entre sus manos y cuando citaba a junta a su gabinete legal y ampliado siempre llegaba con el perrito.
Durante un rato, poní­a al perrito en la mesa y lo apapachaba, luego, lo soltaba, y el perrito se la pasaba oliendo a todos y cada uno de los funcionarios, buscando quizá un lugar cómodo para orinar.
Y los orinaba.
Y todos, sin excepción, aguantaban vara porque era la mascota del jefe máximo.
Por eso, el emperador, consciente de las travesuras de su mascota, tení­a un “Ministro de Orines”, encargado de limpiar las pantorrillas y los zapatos de los ministros orinados por el perrito.
Era su función única, y al mismo tiempo, era uno de los ministros preferidos del Emperador porque tapaba las travesuras de su perrito, su mascota que más amaba por encima, incluso, de su familia.

MARTES
El Ministro de la Oreja


Todos los dí­as, El Emperador paseaba en un jardí­n inmenso, gigantesco, y en donde cada cierto espacio lo esperaba un ministro de su gabinete con quien acordaba las cosas del dí­a.
Uno de ellos era el denominado “Ministro de la Oreja” y que más bien era el “Ministro del Espionaje”.
Su chamba consistí­a en espiar a todo el gabinete y a los enemigos y adversarios y a los lí­deres polí­ticos y a los reporteros incómodos.
Y mientras El Emperador y su “Ministro de la Oreja” caminaban en el jardí­n le informaba de los pecados mortales y veniales cometidos la tarde y la noche anterior porque si una debilidad tení­a el jefe máximo era informarse de las vidas ajenas, incluí­das las vidas í­ntimas, privadas y clandestinas.
Luego, con esa información privilegiada se iba al palacio y se reuní­a con el gabinete y entonces, ajustaba cuentas con los desleales y traidores y ahí­ mismo los despedí­a, aun cuando en otros casos, y según el grado del delito les retiraba el cargo y ordenaba su asesinato.
“El Ministro de la Oreja” era tan eficiente que descubrió un complot en contra del Emperador con una semana de anticipación y hubo una masacre infernal de los conspiradores, entre quienes se encontraban parte de sus ministros.

MIÉRCOLES
Nadie lo miraba de frente…


Ninguno de los ministros miraba de frente al Emperador. Estaba prohibido. Todos, agachados y sumisos, reverentes y callados.
Incluso, cuando tení­an acuerdo con él nunca lo miraban, siempre con la cabeza baja y cuando se retiraban de su presencia siempre se retiraban caminando de frente, hacia atrás, con la cabeza inclinada.
Treinta años en el poder, El Emperador se volvió muy envidioso y pensaba que todos lo traicionaban.
Entonces, fusilaba a los que estuvieran bajo sospecha.
Y si algún gobernador de Etiopí­a, por ejemplo, regalaba tierras a los pobres, sin consultarle ni avisarle, entonces, en automático lo fusilaba porque la ayuda social sólo él deberí­a entregarla.
¡Y ay de quienes le hicieran competencia!
Por eso, se reuní­a con los pobres y les obsequiaba dinerito y si descubrí­a que el Ministro de Finanzas “ordeñaba la vaca”, entonces, de inmediato lo destituí­a y lo fusilaba para matar el mal de raí­z.
Y no obstante, todos los polí­ticos se peleaban por formar parte del gabinete, porque con todo y las humillaciones significaba una oportunidad de oro para ser y estar y para beneficiarse de los privilegios y canonjí­as.
El Emperador permití­a la corrupción de sus ministros a cambio de la lealtad perruna, con el riesgo de que si alguno caí­a en la tentación del poder entonces era fusilado.

JUEVES
Tiradero de comida para los pobres


Helassie solí­a organizar banquetazos con las elites polí­ticas del paí­s y del extranjero y con los empresarios foráneos invitados a invertir.
Eran banquetes con el menú más caro del mundo, con las mejores orquestas contratadas, incluso, en el extranjero, y los mejores artistas.
Entonces, la comida que sobraba era, simple y llanamente, arrojada a los pobres que como si estuvieran en un mitin acarreados esperaban en la parte trasera del edificio donde se efectuaba el banquete para quedarse con el tiradero de alimentos.
Y El señor emperador solí­a dejar a sus invitados para trasladarse a la parte trasera del edificio y mirar a los pobres en la rebatinga de la comida, luchando entre ellos por un pedazo de pan.
Luego, agotada la comida, los pobres debí­an darle las gracias por pensar en ellos y a quien debí­an tanta lealtad que cuando aquel complot fue descubierto todos se unieron para buscar a los ministros traidores.

VIERNES
Mató a sus leones por traidores


El Emperador era llamado de diferentes maneras y lo que reflejaba el estado de adoración y postración social.
Por ejemplo, le decí­an el Venerable Señor, Ilustre Señor, Rey de Reyes, Bienamado, Venerable Majestad, Elegido de Dios, Hijo de Salomón, Bondadoso Señor, Insigne Señor, Monarca Máximo,
Uno de sus ministros era “El Ministro de la Pluma”, quien anotaba todos los acuerdos de Haile Helassie con su gabinete legal y ampliado, las órdenes nuevas, las reuniones con los funcionarios extranjeros, el reparto de los programas sociales, la compra de bienes materiales.
Era una especie de historiador y cronista y quien siempre estaba a su lado dí­a y noche por si de pronto, en la madrugada despertaba sobresaltado y decidí­a dictar parte de los sueños atrabancados que tení­a.
Era tanta la dominación que ejercí­a en su reino que un prí­ncipe, el Prí­ncipe Kassa, le besaba las botas cada vez que llegaba a palacio.
En su megalomaní­a, el Emperador miraba “moros con tranchete” y cuando aquella conspiración ordenó matar de un tiro a cada uno de “sus queridos leones que, en lugar de defender la entrada a palacio de los conspiradores, habí­an dejado que se introdujeran los traidores”.


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