El gendarme perfecto
•Policías satanizados
•Hay almas buenas
UNO. La poli, vista con malos ojos
Por alguna razón superior, histórica, mítica, una parte de la sociedad y la otra parte siempre han visto a la policía con malos ojos.
En un país y un Veracruz de carteles y cartelitos, los policías y los jefes policiacos son los peores.
Luis Velázquez
Será quizá porque han multiplicado su fama de indeseables a partir de su obsesiva obsesión para usar lentes negros y entre más negros mejor arriba de un bigotito siniestro que inspira terror y miedo.
Se deberá acaso a la panza gigantesca que bambolean cuando caminan.
Y/o a la cachuchita que utilizan con la insignia de la policía y que en lenguaje popular significa “Yo soy la ley” y en un Veracruz donde se gobierna con la ley, la ley que domina y predomina bien puede ser la de ellos.
Mejor dicho, la de su estado de ánimo en el momento cumbre de acercarse a un peatón, a un vecino, a un conductor.
Por eso incluso, y desde tiempo ancestral, los apodos que les han puesto en la noche de todos los tiempos. Tecolotes, tamarindos, los azules, etcétera.
Y si el lector es acucioso y se mete a la página de Latinobarómetro tendría más razones para ver con malos ojos a los llamados guardianes de la seguridad pública, pues la encuestadora del continente dice que los polis están en el sótano de la confianza ciudadana.
Famoso el dicho universal: si una persona mira venir a lo lejos sobre la banqueta izquierda de la calle a un policía y en el lado derecho a un ladrón, millón de veces preferible caminar por el lado del raterillo.
Y es que el raterillo roba y huye y el poli roba, madrea, detiene y traslada al ciudadano a la barandilla acusado de abusos contra la autoridad.
Pero, bueno, ahora cuando estaremos en la república amorosa y en la Cuarta Transformación del País, sería el tiempo de tratar con respeto a los guardianes del orden público pues muchas, muchísimas, injusticias se han cometido.
DOS. El policía perfecto
Durante unos treinta años, mínimo, en la policía del puerto de Veracruz chambeaba un gendarme de nombre Perfecto Gálvez, y quien hace ratito se jubiló.
Perfecto honraba su nombre y era más perfecto que el nombre mismo.
Por ejemplo, cuando miraba un perrito o un gatito callejero, atrapado y sin salida en la más profunda soledad, detenía la patrulla, lo apapachaba y se lo llevaba a su casa, en tanto le buscaba acomodo con un conocido, un vecino, un compadre.
Incluso, en la colonia popular donde vivía los vecinos tocaban a la puerta para ver si tenía un animalito que les regalara para el cumpleaños de la niña que deseaba una mascotita.
Si en la calle se topaba con un borrachito, don Perfecto se detenía, le preguntaba la dirección de su casa y lo llevaba en la patrulla.
De regular estatura, excedido de peso, robusto y fuerte, Rotoplas, hacía pesas y parecía la versión jarocha y en miniatura de Sansón.
Y como era, o es, muy amable cada vez que a la ciudad llegaba un invitado especial y necesitaban un chofer para movilizarlo, entonces, lo comisionaban.
Así, sirvió lo mismo a políticos que a intelectuales y escritores y líderes sindicales de izquierda. Y señoras, esposas de políticos.
Y los paseaba de norte a sur y de este a oeste de Veracruz y siempre tenía temas de conversación sobre el turismo local y la historia.
Se sabía como si fuera guía de turistas la historia del castillo de San Juan de Ulúa.
Y aun cuando la historia de “Chucho el roto” le fascinaba, también contaba al detalle la historia de Benito Juárez y Melchor Ocampo cuando Antonio López de Santa Anna, tres veces gobernador y once veces presidente de la república, los encarcelara en el viejo castillo.
En el servicio público fue un elemento que honró a las corporaciones policiacas y luego de treinta años o más de trabajo ininterrumpido le dieron un diplomita con su nombre.
TRES. Hay almas buenas
Pocos, excepcionales ciudadanos tienen, tendrán, una palabra de aliento para los policías, y de quienes, y más allá de los polizontes aliados de los malandros para la desaparición forzada, la autoridad sólo se acuerda que son seres humanos en su día.
Y en su día con un desayunito a las 8 horas a base de café negro y con leche y picadas y gordas (para más barato) y pan en abundancia, incluidos los cuernitos con todo y que los cuernitos están prohibidos hasta en el pan.
Nadie tampoco los invita a una fiesta familiar ni vecinal, y si acaso los llaman cuando la fiesta terminó en una trifulca con sangre de por medio, quizá con heridos y muertos.
Nadie les aumenta el salario así nomás porque hay voluntad política en la generación en el poder público.
Tampoco les otorgan un bono salarial en premio a la captura de un violador o de un feminicida, o de una banda criminal.
Por el contrario, y desde cuando trascendiera que en el sexenio de Javier Duarte, los polis levantaban y desaparecían a personas hasta en los retenes y los tiraban en la barranca de la muerte conocida como “La aurora”, en Emiliano Zapata, más, mucho más terror y pánico se les tiene.
Y si el ciudadano se topa con uno de ellos o una patrulla en la noche, mil veces preferible salir corriendo, esconderse, llamar a la puerta del vecino más cercano para salvarse de una posible agresión o un presunto levantón.
Pero, bueno, si en las corporaciones de Veracruz hay más de veinte mil elementos, caray, “veinte y las malas” que uno de cada diez, o diez de cada cien, bien merecen ser canonizados en el altar cívico.