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Escenarios
Miércoles 19 septiembre, 2018

Las mentiras de los padres

•Niños, un experimento social
•Premio Pinocho... para ellos

UNO. Miente los padres a los hijos

Desde la infancia, los padres la pasamos mintiendo a los hijos. Un padre merecerí­a, entonces, el Premio Pinocho. Lo peor es que todos lo hacemos desde la cómoda posición de que se trata de una verdad absoluta, y ni modo que el hijo cuestione, aunque los hay, claro.

Luis Velázquez

Por ejemplo:
La primera mentira es decir a los hijos que los niños son un regalo de Dios, aun cuando en el caso de los malandros un padre dirí­a que son hijos del diablo.
Luego, conforme el niño va creciendo y pregunta otra vez de dónde vienen los niños se les dice que vienen de Parí­s y lo significa una mentira peor que la primera.
Un dí­a, cuando el niño cursa el quinto o sexto año de primaria, el profe en la escuela les dice la verdad.
Y más, porque en el libro de texto está descrito de manera puntual.
Incluso, el niño hasta imparte clase de biologí­a y anatomí­a a los padres y los padres quedan, entonces, como los grandes mentirosos.
--Mamá, mamá, me engañaste. Los hijos ni son un regalo de Dios ni tampoco vienen de Parí­s. Dime, mami, ¿por qué me mientes si un mandamiento de la Ley de Dios dice “no mentir”?
La madre así­ queda encajuelada por un niño que sólo repite la lección del profe.

DOS. El invento Santa Claus

Otra gran mentira a los hijos es cuando un dí­a preguntan lo siguiente:
--Mamá, ¿quién me trajo los regalos en el dí­a de Reyes?
--Santa Claus, hijito, Santa Claus.
--Pero ¿Santa Claus existe, mamá?
--Claro que existe.
--Yo lo quiero ver, mamá.
Y la madre empieza a tener otro problema existencial.
Lo peor sucede el dí­a de su cumpleaños cuando de pronto le avisan que su héroe, Superman, llegará al salón de fiestas.
El niño se adueña de la puerta de entrada esperando a Superman y cuando lo mira llegar se queda asombrado mirando a su héroe todo flaco, flaco, flaco, esmirriado, sin músculos, y lo peor, chaparrito.
Y, no obstante, la madre le lanza otra mentira:
--Es que está enfermo y no ha comido.

TRES. “Tapar el sol con un dedo”

Más, mucho más grave todaví­a la mentira de la madre cuando el niño le formula la siguiente preguntita:
--Mamá, ¿por qué papá ya no come aquí­ en casa, con nosotros, como antes?
--¡Es que tiene mucho trabajo!
Semanas después el niño pregunta:
--Mamá, ¿por qué papá sólo viene el fin sábado y a veces el domingo?
--Es que lo enviaron a trabajar lejos de aquí­.
--Mamá, ¿por qué papá ya no duerme en casa?
La madre así­, pobrecita, intenta “tapar el sol con un dedo”, pues ellos se han divorciado, y bueno, tarde o temprano algún familiar dirá a los hijos la verdad con el riesgo de que hasta en la escuela los compañeros se lo digan.
Semanas después, el niño dice a mamá que desea regresar a vivir a la casa anterior.
--P¿or qué, hijo?
--Porque en la casa anterior papá siempre comí­a y dormí­a y jugaba con nosotros. Y en esta casa ya no está.
La madre, entonces, atrapada en sus mentiras, digamos, piadosas, sólo desea que la tierra se la trague.

CUATRO. La niña quiere ser modelo

Los padres, claro, se desviven por los hijos y sueñan con el paraí­so terrenal para cada uno, así­ tengan cinco chamacos, o más.
Un dí­a, la niña adolescente, recién egresada de la escuela primaria, dice que quiere estudiar para modelo y edecán y los padres estallan.
--No, todo menos eso.
--¿Por qué? dí­ganme por qué
Y tanto la madre como el padre le dicen que las modelos suelen terminar de trabajadoras sexuales.
--Entonces, ¿la mamá de mi amiga es trabajadora sexual? ¿Y mi tí­a también es trabajadora sexual?
Y desde la fuerza paternal los padres concluyen el diálogo diciendo que no y no y no.
Y la hija se guarda el primero quizá de los grandes resentimientos que suelen anidarse en el corazón humano.
Y la tercera guerra mundial se desata cuando la hija le confí­a a la amiga de su mamá y a su tí­a lo que sus padres piensan de su trabajo como modelo.
--Dicen que eres una prostituta, les dice la niña consciente y segura de que la verdad, por más cruda y atroz, siempre ha de prevalecer en la relación familiar y amical.

CINCO. Mentirosos compulsivos

Ninguna escuela hay en el mundo para aprender a ser padres.
Ni siquiera, vaya, a la Academia Pittman, aquella tan famosa que enseñaba mecanografí­a y taquigrafí­a en el siglo pasado, se le ocurrió alguna vez abrir una escuelita para enseñar a las jóvenes parejas a ser padres.
Ahora, parece, hay personas dedicadas a este tipo de cursos, pero si cada profe tiene su librito cada madre y padre de familia también para educar a los hijos a su manera.
En todo caso se rigen por la enseñanza universal de que “echando a perder… se aprende”.
Pero, mientras, los estragos morales y sociales son pavorosos, porque los niños, por ejemplo, aprender a ser mentirosos y llega un tiempo cuando son unos mentirosos compulsivos.
Incluso, según el sicólogo tantas mentiras de los padres a los hijos se dan que influyen y determinan el carácter, el temperamento y la personalidad de cada niño.
Por eso, entre otras cositas, la depresión, uno de los peores males escapados de la caja de Pandora, aprisiona a los niños y los achicopala y los aí­sla en un mundo rudo aparte.


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