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Viernes 20 octubre, 2017

Desafí­o a la policí­a

•Malandros se endurecen
•Asaltan una comandancia

Uno. Malandros se endurecen

Otra vez los malandros han mostrado el puño y el músculo. Lo hicieron en San Juan Evangelista, donde asaltaron la comandancia policiaca el lunes 16 de octubre. Un comando de unos quince sicarios llegó al palacio municipal.

Luis Velázquez

Y sometieron a los dos únicos policí­as que estaban.
Inmovilizaron al vigilante. Se robaron armas y radio. Se llevaron un cajero automático ubicado a un costado del palacio.
Y se fueron, intocables… como en la impunidad han quedado otros latrocinios y trastupijes, entre ellos, y por ejemplo, la niña asesinada en una colonia popular de Coatzacoalcos, y la niña asesinada en la plaza comercial de Córdoba y el niño asesinado con su maestra en Tantoyuca.
Muchas cornadas están dando los carteles y cartelitos a Veracruz.
De hecho y derecho, se han radicalizado para seguir usufructuando la jugosa plaza Veracruz que significa la autopista de sur a norte del paí­s, y los tres puertos marí­timos por donde pueden embarcar y desembarcar la droga, y las pistas clandestinas, además de que el territorio jarocho ya es alto consumidor de droga.
Además, están los negocios adicionales, como son, entre otros, el cobro del llamado derecho de piso, los secuestros exprés, el manejo de la prostitución y el negociazo de los migrantes.
Dí­as huracanados, sin que la esperanza social pueda levantar.
Y si en el duartazgo fue insólito, entre tantas otras cositas, que los malandros hayan secuestrado a un feligrés en una iglesia jarocha, más insólito resulta el asalto a la comandancia de San Juan Evangelista, por lo que es y significa y por lo que representa.
Es decir, se metieron al corazón de la autoridad, desafiando a todo el aparato gubernamental, así­ cuando llegaran a la oficina policiaca sólo haya estado ocupada por dos policí­as.
Y más si se considera que sin ninguna duda alguien de la misma policí­a les dio el pitazo para el asalto correspondiente.

Dos. Sacarse la loterí­a…

En otro municipio indí­gena y campesino, Zongolica, la vida también se encuentra entre la espada y la espada.
En una última semana, los í­ndices de robos en caminos vecinales y carreteras locales se dispararon (La Jornada, Fernando Inés, 16 de octubre, 2017).
Robos a las personas que caminan por los senderos de Zongolica. Asaltos a las personas que viajan en los autobuses de pasajeros. Robos, incluso, a mano armada en pleno centro de la ciudad indí­gena. Robos en casas habitación donde únicamente domina y predomina la pobreza y la miseria, con lo que de hecho y derecho saquean “a los pobres entre los pobres”.
Incluso, y en la desesperación social, los vecinos de Zongolica sopesan si de plano bloquean caminos y carreteras para ver si así­ el presidente municipal y la secretarí­a de Seguridad Pública los escuchan, con el riesgo de que si se amotinan en una ví­a de comunicación sean disueltos a través de la macana y el garrote y los gases lacrimógenos.
Hay, cierto, un seguimiento oficial a la inseguridad. Cada ocho dí­as, el góber y las fuerzas policiacas, militares y navales revisan el estado de cosas. Y sin embargo, el infierno sigue alcanzando llamaradas inverosí­miles, antes jamás imaginadas.
Durante 6 años, Felipe Calderón Hinojosa creyó que enviando a los militares a combatir a los malandros acabarí­a con el mal. Nunca pudo. Los carteles continuaron creciendo y lo peor, hacia el final del sexenio habí­a veinte mil muertos, cierto, una parte considerable de sicarios que entre ellos mismos se mataban, pero otra parte, civiles.
Enrique Peña Nieto está a un año del fin del sexenio y la inseguridad continúa igual o peor. Y todo indica que así­ terminará su periodo constitucional.
Por eso, la solución categórica y definitiva parece un acertijo, sacarse la loterí­a con el premio mayor.

Tres. Lo peor está por venir

Los marinos y los soldados están aquí­, en Veracruz, y la inseguridad sigue.
Está la Gendarmerí­a, la policí­a estelar de Peña Nieto, y la incertidumbre y la zozobra continúa.
Están la Fuerza Civil y las policí­as estatales y municipales y los malandros se imponen.
Ha caí­do uno que otro jefe de narcoplaza y de cualquier manera, el miedo y el terror tienen paralizada a la población.
El gobierno azul ha lanzado la idea de transferir la seguridad a los municipios, y en respuesta, muchos alcaldes electos se han opuesto.
Los migrantes de América Central (Honduras, Nicaragua, Salvador y Guatemala) han decidido caminar a Estados Unidos por el Océano Pací­fico, porque Veracruz es, como ha dicho el sacerdote José Alejandro Solalinde Guerra, constituye el peor rincón del paí­s para los ilegales.
Alguna estrategia, entonces, está fallando, a menos, claro, que la tesis de que los malandros constituyen un ejército incalculable y que está mucho mejor armado que las policí­as sea cien por ciento efectiva, y entonces, la autoridad esté dando “palos de ciego”.
Mientras cuando los carteles asaltan una comandancia policiaca y matan niños y mujeres y ancianas nada más para robarles; lo peor apenas estarí­a por venir.


1 comentario(s)

20 Oct, 2017 - 12:25
Excelente reseña. Triste realidad

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