El calvario del vocero
•Voceros, bajo sospecha •El trabajo más ingrato
DOMINGO
Trabajo más ingrato del periodismo
El trabajo más ingrato del mundo es la jefatura de prensa. También le llaman dirección de comunicación social. Y vocería.
Nunca se queda bien. Ni con el patrón, el jefe de la dependencia, ni tampoco con el gremio reporteril.
Ni menos, mucho menos, con los magnates periodísticos.
Diríamos que el vocero está en medio del fuego. Mejor dicho, entre la espada y la espada.
Luis Velázquez
Peor tantito cuando el patrón envía al vocero a la guerra sin fusil ni armamento. Es decir, sin un presupuesto para que tal cual apueste todo a la saliva, a la esperanza, a la promesa futura que siempre será incumplida.
Tantito peor cuando el jefe es un megalómano y narcisista que suele culpar de todos los bombardeos a la ineficacia e ineficiencia del vocero.
Así, mientras el jefe de prensa anda sin recursos, ningún reportero le cree, cierto, seguro, de que estaría ordeñando la vaca.
Y más cuando se proviene de la cultura priista del siglo pasado cuando el ritual universal era que el diarista siempre recibía un embute para escribir bien del político en turno.
Por eso si hay en el oficio colegas a quienes gusta la jefatura de prensa algunas otras razones han de tener, entre ellas, y por ejemplo, el masoquismo, les gusta sufrir.
LUNES
Dueños de la verdad absoluta
Nunca, jamás, el jefe de prensa queda bien con su jefe, el político.
Y más si es un político soberbio y altivo.
Por ejemplo, en la misma edición de un periódico habría un columnista, digamos, que tire incienso a un político; pero en la página siguiente habrá otro que cuestione y evidencia, quizá, incluso, con más fuerza periodística y acaso más leído.
Y si de paso una caricatura exponiendo al político al pitorreo, tantito peor.
Así, el político se enfurece con el jefe de prensa y hasta lo inculpa de una pésima mañana, un día malo.
Y más, y por ejemplo, en un Veracruz donde todos los días se publican unas cien columnas periodísticas, con medios donde uno solo publica hasta 20 columnas, cada uno creyéndose el mejor, el dueño de la verdad absoluta.
Y ni modo que el jefe de prensa trate de convencer de uno en uno a todos los calumnistas, como también suelen llamarles.
Por eso es el trabajo más ingrato del periodismo.
Y, bueno, sólo con un salario excepcional y privilegios el jefe de prensa acepta el camino al Gólgota.
MARTES
El calvario del vocero
El calvario del vocero se multiplica cuando concurre otro hecho insólito; pero verosímil:
Las filtraciones que el mismo gabinete secretarial, por ejemplo, suele hacer a los columnistas… en contra de los colegas del gabinete, incluso, hasta en contra del mismo jefe máximo.
Es más, la locura del jefe político llega a tanto que de tales filtraciones suele culpar al vocero, argumentando que solo un equipo reducido lo sabía, entre ellos, el mismo jefe de prensa.
Y cuando tal ocurre quizá ha sonado, de plano, la hora de la renuncia inevitable, pues cuando se pierde la confianza ni llorar es bueno.
Peor cuando de pronto por ahí brinca un secretario que susurra al oído que el gasto en prensa es demasiado elevado para el resultado tan pobre.
Tantito peor cuando en la maraña de intrigas se añade la pareja del político, la esposa, la novia, la amante, pues debajo de las sábanas todos los milagros del planeta suelen acontecer.
Más que la buena operación mediática del jefe de prensa para armar la imagen del político cuenta más, mucho más para la permanencia en el cargo la opinión de los rodeólogos del político, aquellos que le hablan al oído.
MIÉRCOLES
Los privilegiados
Claro, si el jefe de prensa tiene presupuesto suficiente para armar el tinglado, entonces, navega en los medios con vientos favorables.
Y si el jefe político le manifiesta una confianza a prueba de bomba, mucho mejor.
Es más, cuando tales circunstancias suelen concitarse, entonces, el jefe de prensa se va al monte y mete la mano al cajón como suele decir el secretario General de Gobierno, Gerardo Buganza, en una frase bíblica de su preferencia.
Y por más intrigas que pudieran darse, hasta del mismo gabinete, el que resiste…aguanta.
Muchos voceros, por ejemplo, han adoptado la frase de aquel alcalde que terminara su periodo constitucional:
Dejé de ser alcalde y dejé de ser pobre.
Algunos jefes de prensa han terminado con un periódico, una estación de radio, una agencia noticiosa, una casa encuestadora, etcétera.
Nunca más, pues, volvieron al diarismo en la calle bajo el sol canicular.
Aprovecharon el momento y más de cara a un oficio tan mal pagado, con salarios de hambre como afirmaba Ricardo Flores Magón en 1910.
JUEVES
Voceros bajo sospecha
El gremio reporteril de Veracruz ha conocido a un trío de voceros en los últimos 4 años con casi cinco meses del duartismo.
María Georgina Domínguez, Alberto Silva Ramos y Juan Octavio Pavón.
De los tres, la mujer ha sido la única con un antecedente reporteril; pero su saldo se mide por lo siguiente: diez reporteros y fotógrafos asesinados y tres desaparecidos, más un montón de despedidos y/o reubicados en sus medios a sugerencia de ella, más otros exiliados.
El balance de Silva Ramos es así: un reportero y activista social asesinado, más una tomadura de pelo a todos, mejor dicho, a casi todos.
Y del tercero, Juan O. Pavón, apenas inicia, aun cuando parece haber nacido para actuar y operar en las sombras.
En contraparte, nunca un gobernador había sido tan expuesto a los medios como Javier Duarte.
Un solo dato: el nombre del Veracruz político desprestigiado en el país y en una parte del extranjero.
Otro dato: la edición española de El País de América Latina ha publicado al momento 55 reportajes sombríos y revolcados sobre el Veracruz de Duarte.
Entonces, la pregunta es válida:
¿Dónde, pues, quedó el dinero oficial para comunicación social y cuál fue su destino?
Además, un dinero que forma parte del erario que a su vez proviene del pago del impuesto cubierto en tiempo y forma por el contribuyente.
VIERNES
El único vocero feliz
A partir de Fernando López Arias como gobernador, 1962/1968, el único jefe de prensa que habría disfrutado a plenitud su ingrata chamba es el economista Rafael Arias Hernández.
Lo fue con Agustín Acosta Lagunes, quien además tuviera un trío de voceros en el sexenio.
Y dada su inteligencia y alto sentido del humor que llega hasta pitorrearse de sí mismo, Rafael Arias gozó sus días como director de Comunicación Social de aquel tiempo cuando floreciera la llamada Sonora Matancera, cuyos pistoleros cobraban 50 mil pesos, de entonces, por matar a un cristiano como quien dispara a una botella jugando tiro al blanco.
Nunca, jamás, orientó ni menos, mucho menos, reorientó una crítica. Siempre el respeto. Y, acaso, si la oportunidad se presentaba, hechos frente a hechos.
Un día, por ejemplo, el columnista político más prestigiado de la nación, Manuel Buendía (asesinado por la espalda en el segundo año del presidente Miguel de la Madrid), dictó una conferencia magistral en la facultad de Periodismo de la UV, en el puerto jarocho.
Luego, una comida en corto. Ahí estuvo Arias. Y cuando se lo presentaron, Buendía hizo un mohín porque Arias era jefe de prensa de Acosta Lagunes y se entendía que aquel atracón era, digamos, entre el conferencista y uno que otro estudiante.
Arias, con una sonrisa, le contestó, divertido:
--Bueno, yo miro en usted al jefe de prensa de Martínez Domínguez.
Buendía, también inteligente, reviró:
--¡Ah, bueno, entonces, estamos igual!
Al final de la comida ambos se levantaron abrazados, como familiares recién encontrados en la vida.