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Reportajes
Miércoles 25 marzo, 2015

La estampida de los búfalos

Se escucha ya en Veracruz el tropel de las manadas atrás de un cargo público de cara a la sucesión anticipada de gobernador
La cargada se descarrila, como un tsunami, alrededor de los senadores priistas Pepe Yunes Zorrilla y Héctor Yunes Landa
Y para mantenerse en el carril todo se vale, desde el halago desmedido hasta la intriga

Luis Velázquez

  • Héctor y Pepe Yunes. La cargada priista

En el siglo pasado, el priismo acuñó una frase bí­blica: La estampida de los búfalos. Se referí­a a la cargada que suele darse de la militancia y las elites de un partido polí­tico tanto en la ví­spera como en el dí­a sagrado del destape de un candidato a un puesto de elección popular.

Y más, mucho más cuando se trata, digamos, de un presidente municipal, un gobernador y ni se diga de un presidente de la república, pues todos tendrán ene número de empleos y cargos públicos, aviadurí­as, concesiones, etcétera, para repartir.

Tal cual está ocurriendo ahora en Veracruz con la sucesión anticipada del sucesor de Javier Duarte asegura el politólogo Carlos Ronzón Verónica.

Desde ahora, y a 12 meses de que según el tiempo electoral se suscite la nominación de los candidatos de cada partido, la bufalada existe, se siente y percibe, con mayor rigor en el lado priista.

Y en el lado priista porque desde hace más de 90 años en la tierra jarocha sólo el PRI ha ganado la gubernatura, por más que el PAN, segundo partido más fuerte y sólido, se haya acercado en un par de elecciones (Gerardo Buganza y Miguel íngel Yunes padre) al triunfo en las urnas.

Así­, la cargada alrededor de los aspirantes y suspirantes está al rojo vivo.
Y más, mucho más, con los punteros: los senadores Pepe Yunes Zorrilla y Héctor Yunes Landa.

Y más porque este año el PRI destapó a nueve candidatos a gobernadores, de los cuales cuatro eran senadores y desde ahí­ brincaron a la candidatura.

Lo chistoso del asunto es que la bufalada, claro, se deja llevar por las pasiones irracionales, el corazón, pues, el instinto, el olfato polí­tico, y las neuronas las deja para otro tiempo.

Unos y otros reproducen la estrofa del poema de Jaime Torres Bodet, cuando dice que en los actos polí­ticos se miran las mismas caras, los mismos rostros y se escuchan las mismas conversaciones.

Es decir, que en la estampida de los búfalos del lado de uno y otro precandidato son los mismos que como en Semana Santa aplican la visita de las siete iglesias… cada parte con la esperanza de pegar su chicle.

TSUNAMI DE DESEMPLEADOS EN LA CARGADA

En la realidad se trata de militantes y élites con las mismas caracterí­sticas dice Carlos Ronzón, a saber, entre otras:

Uno, la angustia de quedarse desempleado de un sexenio a otro.

Dos, la desesperación por amarrar un cargo público mejor.

Tres, el miedo a seguir desempleado si tal cual están ahora.

Cuatro, la vieja lucha histórica de buscar una chamba para los hijos.

Cinco, la esperanza de que en el sexenio que viene puedan ordeñar las vacas, pues según su lógica ahora les corresponde a ellos.

Seis, el miedo a que los años sigan pasando sin que los asignen a una dependencia con presupuesto propio para ejercer el poder con sentido patrimonial.

Siete, el deseo de formar parte de la elite y el primer cí­rculo del poder del jefe máximo.

Ocho, amacizar la posibilidad de concesiones de obra pública fast track para la compañí­a constructora propia y/o de un tercero, a quien se le ordeñe con el diezmo y el doble diezmo.

Por eso, la bufalada se lanza con todo al abismo para quedarse con la mejor y la mayor tajadita del pastel.

Y en la estampida unos a otros se desacreditan y se intrigan ante el precandidato, primero, y el candidato después, y el gobernador electo más tarde, antes, mucho antes del reparto de los cargos públicos.

EL TRAGADERO DE HOMBRES

Por eso, Juan Maldonado Pereda, cuatro veces diputado federal, secretario General de Gobierno en el Distrito Federal, secretario de Educación en el alemanismo, el polí­tico más culto que ha existido en Veracruz, solí­a decir que la polí­tica es un tragadero de hombres, pues una intriga basta para descarrilar al más pintado.

Además, que en cada estampida de los búfalos se repite la historia: te acuestas candidato y despiertas en la lona.

Además, por aquí­ te nombran en un cargo público tu vida privada sale a flote en el carril mediático, tiempo entonces cuando cada uno se entera, incluso, hasta del nombre de su padre biológico, pues el rafagueo llega hasta los progenitores.

Oficio veleidoso y sórdido, pues, el de la polí­tica.

Cambiante, porque en un sexenio eres, puedes ser, todo y sin medida. El hombre de más confianza del jefe. El favorito del prí­ncipe. Puesto público, presupuesto, sueldo privilegiado, viáticos, compensación, secretarias, guaruras, feeling, negocios lí­citos e ilí­citos.

El paraí­so, vaya.

Y sórdido porque en el siguiente sexenio los vientos son, pueden ser, desfavorables, huracanados, a punto, además, de que hasta el sucesor te denuncie por corrupto y seas confinado en la cárcel, mí­nimo, linchado en los medios.

Pero en cualquier caso, lleno de pasión frenética. La bilirrubina en su esplendor. A punto del paro cardiaco cada dí­a dadas las emociones trepidantes.

Incluso, entre un polí­tico y un empresario exitoso, las barbies y las ladies prefieren con los ojos cerrados a los polí­ticos.

Y es que el polí­tico, por ejemplo, durante un sexenio, quizá más si la suerte lo favorece, ejerce un presupuesto que derrocha y dilapida porque no es suyo, mientras el hombre de negocios es un buen administrador.

Pero mientras el industrial, por ejemplo, está vedado para inflamar la esperanza ciudadana, el polí­tico, reza el adagio popular, es capaz de crear, como Dios, un rí­o (en todo caso desviar el cauce de un rí­o) para justificar la construcción de un puente.

El polí­tico, pues, vende ilusiones y expectativas y llena de fantasí­a la imaginación ajena, lo que seduce a las barbies, a quienes también inflama.

Claro, para llegar a la cima de Sí­sifo, se necesita antes formar parte de la bufalada, cuyo tropel ya se escucha desde los pantanos de Coatzacoalcos, pasando por los llanos de Sotavento, hasta las montañas paradisiacas de Chicontepec y Huayacocotla y las aguas tranquilas del rí­o Pánuco.


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