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Diario de un reportero
Sábado 24 julio, 2010

Diario de un Reportero/24 de julio de 2010

Diario de un reportero 24 de julio de 2010 Gonzalo López Barradas fue el primer egresado de la vieja y amada facultad de Periodismo de la Universidad Veracruzana, hoy facultad de Comunicación, en incendiar sus naves reporteriles en Xalapa y aventurarse en la ciudad más poblada del mundo, como es la ciudad de México.

24 de julio de 2010

Gonzalo López Barradas fue el primer egresado de la vieja y amada facultad de Periodismo de la Universidad Veracruzana, hoy facultad de Comunicación, en incendiar sus naves reporteriles en Xalapa y aventurarse en la ciudad más poblada del mundo, como es la ciudad de México.
A través de un amigo, Gonzalo llegó a la revista ”˜”˜Tiempo”™”™ dirigida por el escritor Martí­n Luis Guzmán, quien estuviera a punto de convertirse en el secretario particular de Pancho Villa y a quien odiara José Vasconcelos, el filósofo, secretario de Educación de Alvaro Obregón, porque le quitó a una mujer, su amante.
Martí­n Luis Guzmán fue un maestro del periodismo, que cada jueves, por ejemplo, ya casi ciego, lleno de una vitalidad asombrosa, presidí­a tertulias en la sala de redacción, para hablar con los reporteros sobre periodismo y gramática, a partir de los aciertos y errores de la semana.
”˜”˜El maestro Alfonso Valencia Rí­os, dice Gonzalo, nos enseñó a reportear sin grabadora, apenas con la libreta de taquigrafí­a. Pero Martí­n Luis Guzmán me enseñó a reportear con la memoria”™”™.

LUNES
Gonzalo, en el Excélsior de Scherer

Un dí­a, en la ciudad de México, Gonzalo López Barradas fue presentado a su paisano, Angel Trinidad Ferreira, quien entonces era el gran reportero polí­tico del Excélsior, de don Julio Scherer Garcí­a.
Y en la primera y en la segunda y en la tercera copa, ¡de qué otra manera habrí­a de ser!, Gonzalo pidió a Trinidad Ferreira que le abriera las puertas en Excélsior.
Dí­as más tarde, Ferreira invitarí­a a Gonzalo a Excélsior para presentarlo con Scherer Garcí­a.
”“El es Gonzalo, dijo Angel T., el paisano reportero de quien te he hablado.
”“¿Cómo está don Gonzalo! ¡Bienvenido!, dijo Scherer, y de inmediato lanzó la primera pregunta como director: ”˜”˜Â¿Y qué me trae?
”“¿Qué me trae?, preguntó Gonzalo con su carita afilada, mirando de reojo a Angel T.
”“Sí­, sí­, don Gonzalo, ¿qué reportajazo me trae?
En la bolsa del traje, Gonzalo llevaba un reportaje que le habí­an encargado en la revista ”˜”˜Tiempo”™”™ y que la noche anterior acababa de escribir al alimón con Ignacio Ramí­rez, el gran reporterazo que luego fuera del semanario ”˜”˜Proceso”™”™, a quien de forma cariñosa llamaban ”˜”˜El nigromante”™”™ porque era homónimo del gran reportero de la Reforma, en tiempos de Benito Juárez.
Así­, Gonzalo buscó con la mano derecha en la bolsa interior del traje las cuartillas de un reportaje sobre el primer equipo de futbol femenino en el paí­s y se lo extendió a don Julio.
Y don Julio, hambriento de reportajes en Excélsior leyó la entrada, leyó el siguiente párrafo y el otro y el otro y el otro y la segunda hoja y la tercera y la cuarta, y con euforia, explosivo, dijo, ante Gonzalo y Angel Trinidad Ferreira:
”“Reportajazo, don Gonzalo, reportajazazo, don Gonzalo.
El reportaje fue publicado en primera plana de Excélsior en la parte inferior, en recuadro, que era la forma como don Julio reconocí­a el trabajo de los reporteros.

MARTES
Scherer enfrenta a Gonzalo

Pero en la revista ”˜”˜Tiempo”™”™, la lava erupto del volcán ardiendo y ardiente. El más encabronado era Ignacio Ramí­rez, porque Gonzalo, afirmaba, lo habí­a traicionado. Incluso, Ignacio Ramí­rez pintarrajeó la sala de redacción con cartulinas, gritando ”˜”˜Gonzalo, ladrón de reportajes”™”™, ”˜”˜Gonzalo, hijo de la chingada”™”™, ”˜”˜Gonzalo, no tienes madre”™”™.
Luego, caminado el mediodí­a, Martí­n Luis Guzmán habló por teléfono con don Julio Scherer denunciándole que Gonzalo López le habí­a entregado un reportaje que él mismo, Martí­n Luis Guzmán, le habí­a encargado reportear con Ignacio Ramí­rez.
Y cuando Gonzalo llegó en la tarde a la inmensa, enorme y gigantesca sala de redacción de Excélsior, apenas habí­a metido una cuartilla en la máquina de escribir, don Julio Scherer salió de su oficina y desde la puerta, gritó con voz de trueno, relámpago en la tormenta, maldición apocalí­ptica:
”“¡Baarraaadas, Baarraaadas, a la dirección!
Y Gonzalo quedó helado, petrificado, frente a la máquina de escribir. Los reporteros y fotógrafos clavaron la mirada en los huesitos esqueléticos de Gonzalo, pues sabí­an que el grito del director general significaba una putiza segura.
”“Mire, usted, don Gonzalo, la chingadera que usted hizo dándome un reportaje de ”˜”˜Tiempo”™”™ para Excélsior, no se hace. Vaya usted con Martí­n Luis Guzmán a darle una explicación. Y usted volverá a Excélsior hasta que Martí­n Luis Guzmán me hable.
Gonzalo salió de la oficina de Scherer sin aliento, deseando regresar a su pueblo, a la comodidad de Xalapa, al cafecito lechero con la canilla en la tarde lluviosa alrededor de los amigos.
Y se fue a las oficinas de ”˜”˜Tiempo”™”™.

MIÉRCOLES
Martí­n Luis Guzmán perdona a Gonzalo

En el reloj de la antesala de Martí­n Luis Guzmán dieron las ocho y las nueve y las diez de la noche, y Gonzalo seguí­a, mudo, temblando, angustiado, sentado en la silla.
Y Guzmán, el famoso autor que ya era de ”˜”˜La águila y la serpiente”™”™ el mejor libro de crónicas que desde la Biblia se ha publicado en México, seguí­a sin recibir a Gonzalo, el reporterito de provincia.
A las doce de la noche, la puerta del privado de Martí­n Luis Guzmán se abrió y un auxiliar pidió a Gonzalo que entrara.
Y apenas habí­a dado dos pasos, Martí­n Luis Guzmán lanzó el primer misil:
”“Es usted muy audaz, dijo el famoso escritor y periodista al reporterito que habí­a dejado atrás la aldea, el rancho, el pueblito.
A una señal de Martí­n Luis Guzmán con la mano izquierda, Gonzalo ocupó una silla frente al escritorio del director de ”˜”˜Tiempo”™”™.
”“Mire, usted, dijo el escritor, lo que usted hizo son chingaderas, pero en periodismo son aciertos, pues todos los reporteros tienen que ser audaces.
Y Gonzalo, a quien sudaban las manos en la noche tibia del DF, habí­a enmudecido.
Entonces, Martí­n Luis Guzmán marcó la extensión del reportero Ignacio Ramí­rez:
”“Nacho, venga.
Y cuando Ignacio Ramí­rez entrara al privado, dijo Martí­n Luis:
”“Mira, Nacho, ya perdoné a Gonzalo. Ahora perdónalo tú.
Ignacio Ramí­rez miró de reojo con sus ojos negros, tonalidad Emiliano Zapata, a Gonzalo. Pero se reservó para el ratito.
”“Un favor, don Martí­n Luis, pidió Gonzalo.
”“¿Otro? ¡Ya te perdone, muchacho!
”“No, señor, es que don Julio Scherer dice que no regresaré a Excélsior… hasta que usted le hable.
La secretaria ya se habí­a retirado y fue un problema de Estado conseguir el teléfono de Excélsior, hasta que Ignacio Ramí­rez dijo:
”“Aquí­ está. Yo lo tengo.
Un minuto después, Martí­n Luis Guzmán susurraba a Scherer Garcí­a.
”“Julio, ya perdoné a Gonzalo, ahora perdónalo tú.
”“¡Gracias, don Martí­n, gracias, don Martí­n!, exclamó Gonzalo, respirando profundo, la vida de regreso al corazón, el alma a la orilla del precipicio.
Esa noche, Ignacio Ramí­rez y Gonzalo agarraron la borrachera más fascinante, truculenta e inolvidable de sus vidas, pues a las siete de la mañana estaban pidiendo más copas en un Sanborn”™s.

JUEVES
Una pifia imperdonable

Al mediodí­a, Gonzalo se quitó la borrachera en un baño de vapor y fresquecito se fue a la cantina donde Angel Trinidad Ferreira y Julio Scherer, los dos compadres queridos y amados, compartí­an una botana con cervecita, a unos metros de Excélsior, para curarse el estrés y entrar en caliente.
”“Paisano, dijo Gonzalo a Angel T., ¿los puedo interrumpir?
”“Sí­, paisano, claro, claro.
”“Don Julio, dijo Gonzalo, ya pedí­ perdón a Martí­n Luis Guzmán.
”“Sí­, don Gonzalo, sí­, ya me habló Martí­n Luis Guzmán, y váyase a trabajar… que las máquinas están paradas por usted.
Gonzalo llegó a la redacción y se puso a escribir sus notas del dí­a. Pero dado los nervios, el estrés, las horas vividas, la angustia, la cruda, la pinche soledad de la ciudad de México y las prisas con que se vive el periodismo, en lucha contra el tiempo todos los dí­as y a toda hora, Gonzalo escribió la palabra ”˜”˜ayer”™”™ con doble ele.
”˜”˜Aller”™”™.
Y cuando la nota fue entregada al exigente, implacable, jefe de redacción, otra vez Gonzalo escuchó el grito de batalla que lo enfermaba:
”“¡Baaarraaadas, Baaarraaadas! (porque así­ lo llamaban siempre).
El jefe de redacción iba al encuentro de Gonzalo López Barradas, pero la indignación y el coraje por la palabra mal escrita le ganó y gritó en medio de los reporteros que escribí­an ante su máquina de escribir:
”“¡Son chingaderas que un reportero de Excélsior escriba ”˜”˜ayer”™”™ con doble ele.
”“¡No, señor, no!
”“¡Como chingaos, no! ¡Aquí­ está su original de prensa! ¡Regrese a su pueblo a estudiar la primaria!
Y el pobrecito de Gonzalo López Barradas, el primer egresado de la vieja y amada facultad de Periodismo de la UV, se puso a llorar, en medio de la redacción, delante de todos, porque los nervios lo habí­an traicionado…

VIERNES
La enseñanza de Julio Scherer

Dos años después de que Gonzalo permaneciera en Excélsior, publicando, entre otros, un gran reportaje sobre ”˜”˜La viuda negra”™”™ que escapara de la cárcel de Lecumberri, hubo recorte de personal en Excélsior y Gonzalo fue despedido.
Entonces, regresó a Xalapa y de pronto, la polí­tica lo absorbió, convirtiéndose en presidente municipal de Alto Lucero, la tierra de ”˜”˜Paquita la del Barrio”™”™, aquella de ”˜”˜rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho”™”™…
A la mitad del trienio, el lí­der sindical de Excélsior le habló por teléfono a Xalapa para decirle que su plaza ahí­ estaba, y por tanto, podí­a regresar al frente de batalla del gran periódico dirigido por don Julio Scherer.
”˜”˜Ya no puedo”™”™, dijo Gonzalo, ”˜”˜soy alcalde de mi pueblo”™”™.
Así­, el periodismo perdió (por un ratito) a un gran reporterazo, pero apenas agotados los tres años del Ayuntamiento, Gonzalo retornó a la trinchera periodí­stica, con la revista ”˜”˜Resumen”™”™, en cuyas oficinas Gonzalo pasa jerga, contesta el teléfono, hace citas con polí­ticos, planea el número siguiente, escribe cuartillas, diagrama y cabecea, arroja al cesto de la basura artí­culos que no sirven, y continúa soñando con lo único que sabe hacer en la vida, que es reportear y escribir, andar de preguntón por todos lados, buscar noticias, hacer entrevistas, indagar, seguir pistas, sin olvidar, nunca, jamás, la enseñanza más importante que le dejara don Julio Scherer Garcí­a:
”˜”˜Siempre, siempre, mira a los polí­ticos a los ojos, hasta que descubras su alma, y siempre, siempre, como reportero, desconfí­a de todos ellos, pues todos los polí­ticos son mentirosos”™”™.

Posdata uno: ”˜”˜Yo aprendí­ periodismo, dice Gonzalo López Barradas, como aprenden todos los reporteros, a base de putazos”™”™.

Posdata dos: Maestro Gonzalo, todos los reporteros somos ladrones de historias, y por tanto, gracias por contar al último de sus discí­pulos una parte de la suya, frente a un lechero y unas horripilantes canillas que no le gustaron y que usted hiciera cachitos en legí­tima protesta panadera…


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