Vivir de la esperanza
•Todos los días una legión de mujeres y hombres salen a la calle apostando a la misericordia y compasión humana...
Todos los días, miles de seres humanos salen a la calle a vivir de la esperanza.
El vendedor de discos piratas, el billetero de la lotería, el voceador que vende periódicos sin que la empresa acepte la devolución, el taxista, el cancionero en Los Portales, el molinero, el vendedor de hot-dogs y volovanes, todos viven cada día, cada mañana, de la esperanza.
Incluso, las trabajadoras sexuales también viven de la esperanza.
Un biógrafo cuenta, por ejemplo, que en una noche de insomnio en París, Napoleón Bonaparte tomó su automóvil deportivo y salió a la calle y de pronto en una banqueta
Luis Velázquez
se topó con una prostituta y le preguntó qué hacía a esa hora.
--Aquí, trabajando, señor.
--Pero son las 3 de la mañana y pronto amanecerá.
--Yo, señor, contestó, vivo de la esperanza y espero al último cliente de la noche.
--Entonces, súbete, le dijo Napoleón y le abrió la puerta del copiloto.
El mesero en el restaurante y la cantina también viven de la esperanza de la propina, como también los niños que se zambullen en el Golfo de México hasta el fondo del mar para ganarse una limosna del turista.
El lustrador de zapatos vive de la esperanza, confiando en que el señor que todos los días toma el café se bolee los zapatos, recordando aquella frase sabia de algunas mujeres para quienes un hombre con zapatos bien lustrados es un hombre que cuida todos los detalles en la relación humana.
Hay, pues, un mundo industrial que apuesta en cada nuevo amanecer a la esperanza y que de algún modo reproduce el modelo de Albert Camus con el Sísifo, el hombre que intenta trepar una roca a la cima cargando en la espalda y cuando está a punto de llegar la roca resbala y otra y otra y otra y otra vez… de tal modo que nunca llega a la punta de la cima; pero ahí está en el encanto de la vida.
La vida, decía Camus, y también André Malraux y el Eclesiastés, es un absurdo. Y vivir tal absurdo lo justifica todo.
Un gran absurdo, por ejemplo, que cada mañana el hombre salga a la calle a buscar la vida, apostando a la esperanza, y en la tarde regrese a casa con unos cuantos centavitos, insuficientes, digamos, para comprar las tortillas, los frijoles, los huevos, el pancito y el cafecito para los hijos.
LOS OLVIDADOS DE LUIS BUÑUEL
Todos quienes viven de la esperanza saben, están conscientes, de que su vida transcurre sin derecho de antigí¼edad en el trabajo ambulante, y lo peor, sin las prestaciones sociales, económicas y médicas.
Es el México profundo. El otro país. El país de la miseria y la pobreza. Los pobres entre los pobres les llaman los sociólogos y los políticos y los economistas. Los olvidados de Luis Buñuel. Los desheredados de la fortuna de Albert Camus.
Visualice, por ejemplo, el lector, los 800 mil indígenas de norte a sur de Veracruz. La más terrible y espantosa desigualdad social en una tierra jarocha rica y pródiga en recursos naturales, con unas 200 familias dueñas de más del 60 por ciento de la riqueza estatal.
Claro, habría de recordar la gran experiencia del delegado federal de la secretaría de Desarrollo Social en Veracruz cuando en la SEDESOL jarocha afirmaba que en Veracruz sólo es pobre y está jodido el que desea, pues bastaría mirar su ejemplo que hasta un rancho se compró con sus ahorritos de funcionarios público en Curitiba, la ciudad más cosmopolita de Brasil y de América Latina.
También, la experiencia bíblica del secretario de Salud, cuando como director del DIF decía que “ni modo, la pobreza es inevitable” y por tanto, pobre eres y pobre seguirás.
Pero, bueno, con todo, el vendedor de discos piratas y el billetero de la lotería y el mesero, y el taxista y el cancionero y el periodiquero y la cortesana todos viven de la esperanza.
Y todos, así, son felices, conscientes y seguros de que la felicidad sólo es un montón de ratitos felices que se van coleccionando para ser felices con el recuerdo…
Miguel 04 Sep, 2014 - 19:19
Excelente como siempre maestro. Retrato descarnado de la realidad que muchos de nosotros que (sobre)vivimos ya no de la esperanza, sino más bien del hartazgo.