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Diario de un reportero
Sábado 11 diciembre, 2010

Diario de un Reportero/11 de diciembre de 2010

Diario de un reportero * ”˜”˜Ustedes pueden renunciar”™”™: Julio Scherer * Los polí­ticos en contra de Demetrio Vallejo * Mujeruco llamaba Marí­a Félix a Carlos Fuentes 18 de diciembre de 2010 DOMINGO Scherer prefiere a Heberto Heberto Castillo, el gran lí­der moral del movimiento estudiantil del 68, el candidato presidencial que declinara por Cuauhtémoc Cárdenas,

* Una plática con Gabriel Garcí­a Márquez

* Unas horas con don Julio Scherer Garcí­a

* Carlos Monsiváis Aceves leí­a la Biblia…

11 de diciembre de 2010

DOMINGO

10 minutos en el paraí­so

Gracias a la vida, el reportero conoció y platicó con el escritor colombiano, Gabriel Garcí­a Márquez, y eso constituye una deuda impagable para el periodismo.

En 1985, el cuerpo directivo del periódico La Jornada cenó con los trabajadores de la información tanto de la sede, en la ciudad de México, como los corresponsales.

Minutos antes de que el director general, Carlos Payán Velver, diera el grito de Independencia, Garcí­a Márquez llegó acompañado de Mercedes, su esposa, y ocupó, claro, la mesa principal, al lado de los jefes, un equipo de reporteros soñadores.

Luego, como a la una, dos de la madrugada, el Premio Nobel de Literatura tuvo espacio y tiempo y el reportero se presentó, humilde, reverente, ante uno de los más grandes, respetados y respetables periodistas del mundo, y Gabito fue generoso, platicó en exclusiva durante 10 minutos, bromeó, tomó un trago de whiski, fumó la mitad de un cigarro, recordó que en Veracruz habí­a publicado su primera novela, La hojarasca, en la Universidad Veracruzana, cuando Sergio Galindo era director de la editora, dijo que habí­a quedado fascinado con las playas del puerto jarocho porque le recordaban a su pueblo y así­ habí­a decidido quedarse a vivir en México.

Habló de La Jornada, la nueva esperanza del periodismo, dijo, y escuchó con prudencia y paciencia, digamos, las impertinencias del reportero deseando quedar bien ante uno de sus héroes en la vida y en el periodismo.

Al ratito, Carlos Payán Velver secuestró a Garcí­a Márquez y se lo llevó con sus cuates y amigos, su familia, su esposa…

LUNES

El convivio con Julio Scherer

Julio Scherer Garcí­a, director general de Proceso, tendí­a puentes en los periódicos del paí­s para fortalecer el semanario, asegurar la dotación de papel, multiplicar el servicio de la agencia informativa, buscar corresponsales en la provincia, abrir puertas solidarias frente al bloqueo polí­tico y publicitario orquestado desde el gobierno presidencial de José López Portillo.

Y un dí­a, don Julio llegó al puerto jarocho y el subdirector de El Dictamen, Jorge Malpica Martí­nez, y el jefe de redacción, Horacio Aude Zebadúa, lo invitaron a desayunar y a comer, y en la plática el reportero tuvo la gran fortuna de agregarse como autoinvitado.

La comida fue, por ejemplo, en un restaurante de mariscos de Boca del Rí­o, y en medio de los camarones para pelar, las manitas de cangrejo, el pulpo encebollado, el consomé de pescado, las cervezas y los toritos, el vino y los whiskazos, don Julio contó parte de su historia como reportero, en misiones especiales en el extranjero, ejerciendo un periodismo crí­tico, ferozmente crí­tico, que habí­a enfurecido a Luis Echeverrí­a Alvarez y tení­a más enfurecido a López Portillo.

Don Julio recordaba experiencias y hombre feliz, satisfecho consigo mismo, en paz, leal a sus principios, ideales y convicciones, sonreí­a contento, no tan sólo de estar vivo y con amigos, dijo, sino seguir ejerciendo un periodismo rabioso, corrosivo, incómodo.

En aquel entonces, deslumbrado y asombrado, el reportero única y exclusivamente se redujo a escuchar y seguir escuchando y seguir escuchando, sin pronunciar una sola palabra para que la magia continuara de manera ininterrumpida…

Jorge Malpica y Horacio, amigos, hermanos, también se volvieron mudos.

Semanas después, don Julio dictaba una plática en la antigua facultad de Periodismo, hoy de Comunicación, de la Universidad Veracruzana, cuando el director era Romeo Figueroa Bermúdez.

MARTES

Carlos Monsiváis leí­a la Biblia

Durante 3 dí­as, Carlos Monsiváis dictó un curso de crónica periodí­stica en la antigua, vieja, amada facultad de Periodismo de la UV, cuando el profe Dámaso Nájera Sánchez despachaba como director.

Mañana y tarde, Monsiváis platicó con los alumnos vivencias alrededor de la técnica periodí­stica para contar historias, revelando que él mismo leí­a la Biblia una vez cada año, no tanto por la enseñanza cristiana, sino porque se trata del mejor libro de crónicas escrito en la historia de la humanidad.

Incluso, Monsi recitó de memoria pasajes completos de la Biblia ante, digamos, unos estudiantes renegados e incrédulos que dudaban de que el mejor cronista de todos los tiempos en el paí­s leyera las Santas Escrituras.

Una alumna, Luz Marí­a Rivera, se inmoló en nombre de todos y entregó una copia de una crónica a Carlos Monsiváis cuando habí­a solicitado un trabajo para ser analizado en el curso.

”˜”˜Está bien escrita”™”™, dijo Monsi luego de leerla, ”˜”˜pero es ingenua”™”™.

”˜”˜Â¿Ingenua?”™”™.

”˜”˜Sí­, ingenua, la crónica necesita el contexto social, económico, polí­tico y cultural del hecho noticioso”™”™ para que tenga peso y consistencia.

Luz Marí­a Rivera aceptó con humildad la enseñanza y con el tiempo, como cuando fuera a Cuba a estudiar, sus textos fueron sólidos, profundos, con la mirada del reportero crí­tico que siempre permanece al acecho de los sucesos.

En el último dí­a, llegando al hotel, un poeta jarocho entregó una copia de sus poemas a Monsiváis ”˜”˜rogándole su punto de vista”™”™.

Y cuando Monsi subió al elevador y llegó al cuarto piso del hotel para instalarse, apenas abrí­a la puerta escuchó el ruido del teléfono.

”˜”˜Sí­, ¿quién habla?”™”™.

”˜”˜Soy yo, Monsiváis, el poeta, y me pregunto si ya leí­ste mis poemas?”™”™.

Monsiváis querí­a darse un tiro ante la desesperación del hombre aquel.

MIÉRCOLES

La comida con José Luis Mejí­as

José Luis Mejí­as, el famoso columnista de ”˜”˜Los intocables”™”™, recibió al reportero en su casa, en la ciudad de México, una tarde, cuando en camiseta, pantalón café, custodiada la residencia por unos guardaespaldas de la dirección Federal de Seguridad, tecleaba el texto del otro dí­a.

Mejí­as terminó de escribir el párrafo siguiente y fue amable y generoso en el tiempo, pues un conocido común, Cirilo Vázquez Lagunes, el cacique del sur de Veracruz en el sexenio de Agustí­n Acosta Lagunes, trabajaba como su caporal en su rancho y habí­a solicitado la audiencia para el reportero.

Platicó Mejí­as sobre periodismo. Su vida. Su historia. Las relaciones con el poder polí­tico. El trabajo de investigación. El periodismo indeseable. Su distancia de la elite en el poder. El trabajo autodidacta. El Veracruz próspero. Su rancho.

Un fin de semana viajarí­a al aeropuerto de Minatitlán y de ahí­ a San Juan Evangelista, donde estaba su propiedad, en compañí­a del secretario particular de José López Portillo, Flavio Romero de Velasco, quien luego serí­a gobernador de Jalisco, y con quien cultivaba una amistad desde años atrás, antes, mucho antes de la función pública.

En el aeropuerto los recibió el cacique y el reportero fue invitado, digamos, como una estatua de sal, únicamente para escuchar cómo, de qué manera, en una parte de la comida aquella, Romero de Velasco se puso, primero, a recitar versos nerudianos, y luego, a cantar, mirando a lo lejos una laguna artificial recién creada en su feudo campirano.

JUEVES

”˜”˜Â¿Es usted corrupto?”™”™

Don Manuel Buendí­a, el más prestigiado columnista del siglo XX, autor de ”˜”˜Red privada”™”™ que se publicaba en 26 periódicos diarios del paí­s, asesinado por la espalda en el segundo año de Miguel de la Madrid Hurtado, porque habí­a descubierto la relación entre la Federal de Seguridad y el narcotráfico, fue generoso con el reportero.

En la primera ocasión, para citar una, aceptó dictar una conferencia sobre periodismo en la reunión anual de El Dictamen con los corresponsales, en Orizaba.

Y en la segunda, aceptó platicar con alumnos de la facultad de Periodismo, hoy de Comunicación, de la Universidad Veracruzana, en una tarde en que los alumnos le formularon 56 preguntas, y todas las habí­a contestado con infinita, múltiple, gigantesca paciencia, como si fuera el aprendiz frente al experto, humilde, con un gran sentido del humor, carcajeándose, incluso, de sí­ mismo.

La penúltima pregunta fue la siguiente:

”˜”˜Â¿Es usted corrupto?”™”™.

Y don Manuel, todo pulcritud, una vida reporteril llena de limpieza, honestidad y autoridad moral, reviró al estudiante con una propuesta:

”˜”˜Â¿Qué le parece, dijo, si usted me investiga a mí­ y yo lo investigo a usted, y en un mes, nos citamos aquí­, en la facultad, y damos a conocer el resultado de la (presunta) corrupción de cada uno?”™”™.

Allí­ terminó la plática, porque, desde luego, se trataba de una ofensa, y como el auditorio de la facultad estaba lleno de espí­as y ”˜orejas”™, debido al periodismo incómodo de Buendí­a, entonces, podí­a tratarse de un agente del gobierno.

Pero además, don Manuel ya estaba cansado y en aquel ciclo de conferencias sobre periodismo una damita esperaba su tiempo y espacio.

VIERNES

El reportero audaz

El mejor reportero en la historia de Veracruz ha sido Ricardo Rubí­n.

A los 25 años quiso ingresar al periódico Excélsior, en la ciudad de México, y como no tení­a una relación, un contacto, un amigo, un puente, Rubí­n entrevistó a dos personajes de la vida polí­tica e intelectual del paí­s, como el filósofo José Vasconcelos y el poeta Agustí­n Yáñez, sin orden de trabajo de un jefe de Información, bajo propia iniciativa.

Luego, los redactó dejando en cada párrafo, en cada frase, en cada oración, toda su vida, y después, los llevó al jefe de Redacción de Excélsior, y los dejó para que ellos solitos se abrieran paso.

Dos, tres, cuatro dí­as después, el jefe de Redacción habló por teléfono a Ricardo Rubí­n al departamento donde viví­a en el Distrito Federal:

”˜”˜Â¿Cuándo empiezas como reportero de Excélsior?”™”™.

Rubí­n se incorporó al mejor diario del paí­s, en aquellos tiempos cuando Julio Scherer Garcí­a, Manuel Mejido y Carlos Denegri, entre otros, disputaban los titulares de primera plana.

Años más tarde, cambiarí­a Excélsior por los diarios de la ciudad de Veracruz y su columna ”˜”˜A cien por hora”™”™ la venderí­a en unos 25 periódicos del interior del paí­s que todos los dí­as la publicaban por un pago, entonces, de mil pesos.

Así­, alcanzarí­a la más absoluta de las libertades para el ejercicio periodí­stico, sin tener un jefe ni depender de la buena voluntad y la buena quí­mica del jefe superior, ni menos, mucho menos, sin depender de los polí­ticos.


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