cargando

En twitter:

8 Columnas
Viernes 12 diciembre, 2025

Décimo tercer día del "alto al fuego"


Sara Awad/Desde la Franja de Gaza

Mientras escribo esto, es el décimo tercer día de este supuesto alto el fuego. Desde que el acuerdo entró en vigor, el 9 de octubre, Israel lo ha violado varias veces, volviendo a él siempre que le conviene. Parece existir sólo en el papel.

En la Franja de Gaza vivimos una realidad diferente, donde el miedo todavía nos controla y nada ha cambiado realmente.

Mientras las fronteras permanezcan cerradas, la cantidad de alimentos permitida sea limitada y todo lo que pueda traer alivio a Gaza esté prohibido por Israel, no, no podemos sentir una paz verdadera. Extraño aquellos breves momentos en los que llegó el alto el fuego y escuchaba a las personas gritar: “Se acabó, ¡la guerra se acabó!”. Yo no lo creía. Hemos aprendido a no confiar en la esperanza tan fácilmente. Sin embargo, por primera vez en dos años, parecía que finalmente podíamos respirar, dormir y soñar libremente. Tras el anuncio, nos quedamos en silencio, sin saber qué sentir o cómo reaccionar. Lo que habíamos perdido era más grande que nuestros corazones. Casi habíamos olvidado cómo era un día normal. Dos años fueron suficientes para hacernos creer que quizá ya no merecíamos.

la felicidad. Más tarde caminé por las calles de Gaza y tomé las fotos más hermosas que he tomado. Ninguna bomba cayendo del cielo, ningún nuevo mártir, ningún herido llegando a nuestros hospitales saturados. Seguíamos diciendo que parecía el primer día del Eid.

Pero seamos realistas. Este final no significa que vayamos a olvidar lo que sufrimos. Nadie fuera de nuestra ciudad puede entender lo que vivimos. No hay palabras que puedan describirlo. Era nuestra propia vida, nuestra sensación de seguridad y nuestro futuro. Mi vida durante la guerra estuvo marcada por una tristeza insoportable. Sobreviví a dos hambrunas: una de enero a marzo de 2024 en el norte de la Franja de Gaza y la segunda, de marzo a julio de 2025. Imploramos comida al mundo. Aún hoy recuerdo las noches en las que lloraba de dolor. Era un vacío desesperado que nunca había conocido antes. Por primera vez en mi vida, estaba verdaderamente hambrienta. Sin embargo, el cerco total por los tanques israelíes fue aún peor. Apenas dos meses después del inicio de la guerra, estábamos atrapados en nuestra casa, un lugar que aún guardo en mi corazón y al que espero volver pronto.

Treinta familiares se hacinaban en aquel pequeño espacio mientras los ataques aéreos llovían sobre nuestro vecindario. No podíamos huir.

Pensamos que era el final.

Todos nosotros, desde los niños hasta los ancianos, llorábamos de miedo. Nos estábamos quedando sin todo lo que un ser humano necesita para sobrevivir: sin comida, sin agua, sin electricidad, sin internet para contactar a alguien.

Después de tres días encerrados allí dentro, dormíamos y despertábamos preguntándonos cómo seguíamos
vivos.

La guerra me marcó desde los primeros meses. Entré con 19 años y salí con 21, para siempre transformada, sin volver a ser nunca la Sara de antes.

Recuerdo cómo mi padre me dijo que cuidara de mi madre y de mis hermanos por si algo le pasaba. A veces, ni siquiera nosotros logramos comprender el dolor que cargamos.

Parece que nunca logro mirar lo suficientemente rápido, ni el tiempo suficiente. Sea lo que sea, parece que siempre estoy buscando palabras, aferrándome al aire, girando en vano en la cacofonía.

También estamos en lucha con el tiempo, amigo mío. Somos prisioneros de la velocidad con la que todo sucede.
No hubo tiempo para reflexionar. Vivimos en un estado permanente de conmoción y dolor, y nuestra imaginación sufrió por ello.

La imaginación debe sufrir, ¿no?

¿Qué derecho tiene a permanecer íntegra e ilesa, cuando se ha demostrado inadecuada ante todo lo que puede infligirse al cuerpo humano?

En la madrugada de ayer, incapaz de dormir, salí de la tienda que sirve de refugio a nuestra familia y me senté en silencio. Mi cuerpo aún espera peligro en cada ruido. Cuando me di cuenta de que un sonido sorprendente era el de las olas del mar Mediterráneo rompiendo en la costa, sentí una oleada de felicidad por primera vez en mucho tiempo. Me sentí feliz por volver a escuchar la naturaleza y triste porque había olvidado cómo se sentía. Extrañaba esa sensación de normalidad.


Deja un comentario

Acerca del blog

Blog de noticias desde Veracruz.
Aquí, deseamos contar la historia de cada día.
Y cada día es un nuevo comienzo.
Y todos los días se empieza de cero...

Portal de noticias de Veracruz.