Plegaria de niños abandonados
1 (“Una mamá que me lea”)
Desde Jalisco, los niños claman. Y son niños abandonados. Unas ocasiones, por violencia. Otras, maltrato de los padres y la familia.
Todos, en casas de asistencia. Hospicios. Su plegaria es iluminadora: “Quiero una mamá que me lea antes de dormir”.
En los primeros meses del año 1956 cuando Fidel Castro y Ernesto el Che Guevara y su ejército de “Barbudos” entraron a La Habana derrocado el dictador Fulgencio Batista, una de las primeras disposiciones, órdenes fue la siguiente:
Los padres han de leer un cuento a los niños antes de dormir.
Y el gobierno fidelista vigilando el cometido.
Además, la famosa campaña de alfabetización en la república cubana.
Y con la participación de brigadas internacionales.
Los niños abandonados en Jalisco en proceso de adopción.
La autoridad pidió a cada menor escribiera una cartita o la dictara expresando sus deseos. Sus sueños. Sus ilusiones. Sus quimeras.
Una de ellas fue dormirse escuchando un cuento de la madre y/o el padre adoptivo.
A tono con la antigua escuela de apostar al proceso educativo a la transformación y la mejoría humana.
En Europa, por ejemplo, desde los menores hasta los adultos mayores suele tener un libro a la mano y para su lectura.
Nada de sudarlo debajo de las axilas.
Leen en la fila para entrar al cine. Leen en el café mientras esperan. Leen en el autobús y en el tren. Leen haciendo fila para pagar en la caja de la tienda de ropa y en la tienda de la despensa. Leen en el receso laboral. Leen antes de dormir.
En Nicaragua, al triunfo de la revolución sandinista, derrocado el dictador Anastasio Somoza, el sacerdote y político, Ernesto Cardenal, fundó su paraíso terrenal.
Se llamaba Solentiname. Una casa de cultura para el desarrollo artístico. Pero de igual modo, para enseñar a leer. Y practicar y cultivar el hábito de la lectura.
Pancho Villa aprendió a leer y escribir a los catorce años de edad. El más prestigiado guerrillero en la Revolución. Empezó con siete hombres al lado de Francisco I. Madero. Y terminó con la famosa División del Norte, integrada por treinta mil hombres armados con piedras y garrotes. Y rifles viejos.
Antes de aprender a leer y cuando estaba preso, solía escribir su nombre copiando las letras y los ganchitos de su nombre escrito por un amigo.
Hoy, en México, el índice de lectura es de un libro por persona… al año.
Y un libro de superación personal.
Uno de los preferidos, cómo hacerse millonario de la noche a la mañana.
En muchos, muchísimos pueblos, ni una biblioteca instalada por el Ayuntamiento.
Tampoco una librería.
En contraparte, bares y cantinas de mala muerte. Y un burdel. Y si bien va a la población masculina, dos congales.
En Soledad de Doblado, por ejemplo, un presidente municipal construyó una biblioteca a un lado del parque.
Luego, el siguiente alcalde la cerró. Y la reabrió en una casita arrumbada en una colonia popular.
Y desde entonces, a ningún edil le ha ocupado ni preocupado.
En cambio, alcaldesa y de MORENA existió comprándose y luciendo un BMW.
Por eso, y entre otros hechos y cositas, la plegaria de los niños abandonados de Jalisco es tan importante.
“Quiero una mamá que me lea antes de dormir”.
Tiempo aquel en el siglo pasado cuando en el pueblo los niños aprendían a leer deletreando los diálogos de los héroes de los comics editados cada semana.
Entre otros, Superman. Batman. La Pequeña Lulú. Charlie y sus amigos. Memín Pinguín. Y Rarotonga, la sabrosa muleta de caderas incandescentes.
Octavio Paz Lozano, el único mexicano Nobel de Literatura, solía mirar y admirar todos los días en la tele las historietas de los Simpson.
En la República Dominicana, los comics de Memín Pinguín fueron adoptados como libro de texto.
Miles de municipios en el país sin una biblioteca.
Sin una librería.
Sin círculos de lectura.
Alcaldes, y más allá de los libros escolares, sin leer un libro en sus vidas.
Quizá, quizá, quizá, profesores de educación primaria atenidos únicamente a los rigurosos libros de texto.
Menos, mucho menos, padres de familia leyendo a los hijos un cuento antes de dormir.
“La cruda verdad”.
Valdría la pena preguntar a la secretaria de Educación de Veracruz cuántos libros y cuáles y un resumen suele leer cada mes.
Claro, y ojalá tuviera espacio y tiempo y voluntad, pues, ya se sabe, ejercer el poder y la tarea de gobernar son demasiado absorbentes.
Más en un territorio jarocho con 550 (quinientos cincuenta) mil analfabetas.
Un millón de paisanos con escuela primaria inconcluso.
Otro millón con secundaria incompleta.
Y 600 (seiscientos) mil con el Bachillerato a medias.
Los niños abandonados por sus padres en Jalisco… en la plegaria desoída. (lv)

