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8 Columnas
Miércoles 22 octubre, 2025

La tormenta de los ineptos


Raymundo Riva Palacio/Tomado de El Financiero

El boulevard Adolfo Ruiz Cortines es lo que hoy divide a Poza Rica entre lo que quedó mal y lo que está peor. Del boulevard al río Cazones, miles de personas siguen sufriendo las consecuencias de las aterradoras lluvias que azotaron cinco estados,...

aunque en ninguna parte como en Veracruz, donde las autoridades estatales colapsaron y las municipales nunca estuvieron. En esas colonias de Poza Rica, el lodo sigue tapando todo. El agua está descompuesta. Los olores son fétidos. La basura se acumula sobre la tierra mojada, donde también hay animales muertos porque se ahogaron.

A esas colonias, entre el boulevard y el río Cazones, no ha llegado la ayuda federal prometida. La maquinaria para limpiar y buscar la normalización de la vida cotidiana aún no alivia a las colonias más afectadas. Sólo la gente que llega de otras ciudades lleva agua y comida a todos aquellos a quienes el gobierno no les ha enviado nada. Únicamente las brigadas médicas están operando en el Poza Rica profundo, ícono de las consecuencias de la destrucción institucional de los últimos seis años y el empoderamiento de incompetentes en los gobiernos que dejó etiquetados el expresidente Andrés Manuel López Obrador.

Rocío Nahle, en Veracruz, y Alejandro Armenta, en Puebla, son los gobernadores que, a juicio de la presidencia, fueron los peores líderes en esos momentos de crisis, que es donde se ve de qué están hechos los gobernantes. Se hundieron en el pantano de la ineptitud, lo que debía haber caído de sorpresa. El gobernador de San Luis Potosí, Ricardo Gallardo, tampoco quedó bien parado en Palacio Nacional. Sólo Julio Menchaca, gobernador de Hidalgo, y Mauricio Kuri, de Querétaro, salvaron la crisis.

En Hidalgo y Querétaro se extendió la entrega de apoyos para que alcanzara a las comunidades más distantes. Hubo recursos estatales complementarios y una coordinación logística ampliada, lo que no sucedió con Nahle y Armenta, que, desde la Secretaría de Energía y en el Senado, ya habían dado muestras de su impericia, que cubrían con actitudes déspotas, engreimiento y prepotencia. Los fenómenos naturales y sus desastres no son culpa de los gobernantes; las consecuencias, sí.

Las lluvias no avisan, aunque los servicios meteorológicos lo hacen con días de antelación. Los pronósticos anticipaban lluvias muy fuertes, que la realidad se encargó de potenciar su fuerza y mostrar la nulidad cuando el poder se ejerce sin conocimiento, sin previsión y, sobre todo, sin sentido de responsabilidad.

Veracruz y Puebla son hoy dos ejemplos de cómo la arrogancia política y la improvisación administrativa se combinan con consecuencias devastadoras. Nahle y Armenta enfrentaron la emergencia climática con la misma mezcla de desdén y descoordinación que caracteriza a los funcionarios que creen que el cargo se gana con lealtades, no con capacidades.

El miércoles, cinco horas antes de que colapsaran los servicios en Veracruz, la presidenta Claudia Sheinbaum recibió un informe de la Conagua alertándola de lo que venía. Buscó a la gobernadora, una, dos, tres veces, pero nunca se pudo comunicar con ella hasta que ya era demasiado tarde. Nahle se había tomado unos días en el norte del país, sin importarle la información sobre lo que se avecinaba en su estado. Cuando la presidenta le reclamó, le salió respondona. La altanería común de Nahle extendió su brazo con la presidenta. Al águila se le respeta, no se le rebate. Y cuando se hace para justificar su incompetencia, lo único que logra es ahondar el desprecio con el que la están tratando sus gobernados y provocar la ira de la presidenta.

Poza Rica se ha convertido en el peor espécimen del régimen. Cuando pegaron las lluvias con toda su fuerza la semana pasada, 40% de la ciudad se fue a pique, de acuerdo con pobladores, afectando a unas 55 mil personas. Sheinbaum ordenó dividir la ciudad en cuatro sectores, para que fluyera más rápido la ayuda. Las secretarías de la Defensa y la Marina tomaron la responsabilidad en dos sectores; el estado, en uno más, y el municipio, el restante. De acuerdo con el reporte del lunes, los sectores militares llevaban un avance de 47%. De los que le tocaron al estado y al municipio, no hay avance de resultados.

La tragedia de cientos de familias desplazadas, caminos colapsados, y comunidades enteras incomunicadas no fue sólo producto de la furia de la naturaleza, sino del abandono sistemático de la infraestructura y de la falta de planeación en ambos estados. En Veracruz, Nahle llegó al poder envuelta en la narrativa –que no los hechos– de la “eficiencia energética” y el “manejo técnico” heredado de su paso por la Secretaría de Energía. Pero la realidad es que su gobierno se ha caracterizado por un desorden institucional y una incapacidad crónica para gestionar crisis.

Nahle ha lanzado una catarata de palabras huecas y mentirosas para los veracruzanos. “Estamos atendiendo”, “no están solos”. En municipios como San Andrés Tuxtla y Tuxpan, por ejemplo, la ayuda llegó cuando los daños ya eran irreversibles. Armenta, que siguió el mismo guión, prefirió hablar de la “histórica magnitud del fenómeno” antes que reconocer sus errores. Los sistemas de alerta temprana fallaron, la protección civil quedó rebasada y los municipios se quedaron sin recursos ni coordinación. Los deslaves en la Sierra Norte, previsibles y advertidos semanas atrás, se atendieron con brigadas improvisadas y promesas de reconstrucción que ya suenan conocidas: las de siempre, las que se olvidan cuando sale el sol.

El denominador común entre Nahle y Armenta no es sólo la ineptitud técnica, sino el cálculo político. Pareciera que ambos vieron en la gestión de la emergencia una oportunidad para lucirse ante la presidencia, no para responder a los ciudadanos. Nahle busca consolidar su poder en un estado donde su legitimidad se erosiona a diario. Armenta, en cambio, intenta no perder el control de un aparato político que todavía responde más a la sombra de Morena nacional que a su propio liderazgo.

El desastre natural exhibió sus desastres políticos. No hay planeación urbana, no hay infraestructura hidráulica moderna, no hay coordinación regional. Lo que sí hay es propaganda, fotografías con chaleco y botas nuevas, y discursos que culpan al “cambio climático” de todo, excepto de la negligencia humana. Las lluvias pasarán y el fétido lodo se secará, pero la marca de la incompetencia quedará. Veracruz y Puebla no sufrieron sólo por la fuerza del agua, sino por la negligencia e ineficacia de sus gobiernos. En Palacio Nacional lo tienen claro. La propia presidenta ha visto en los insultos contra ella una catarsis de lo que piensan de los gobernadores sus gobernados.


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