Hacer el ridículo
**Todos expuestos
**Viejos rucos
UNO. Premio Nobel de la Ridiculez
Todos hemos el ridículo. A veces, claro, hay quienes ganan el Premio Nobel de la Ridiculez porque así son, tal cual, la vida completa. Incluso, en momentos estelares.
Otros, sin embargo, apenas, apenitas, cumplen periodos significativos. Ratitos, digamos.
Por eso mil veces preferible cumplir el adagio popular de que “en boca cerrada no entran moscas”.
Más cuando, por ejemplo, estamos ante compañeros, conocidos, amigos, familiares y jefes burlones y sarcásticos.
Y petulantes y engreídos y con la soberbia desde el occipital hasta el dedo gordo del pie.
DOS. Ridículo de par de escritores
Vaya ridiculez cuando el escritor Ernest Hemingway luego de tener par de Lolitas, chiquillas como amantes, se le declaró a una chica italiana en Venecia.
Y la chica, su lectora, lo rechazó.
Entonces, Hemingway, de unos cincuenta años, se puso a llorar. Y “a moco tendido”.
Luego, calmado, pidió a la chica:
“Por favor, nunca digas que viste llorar a Ernest Hemingway”.
El ridículo del poeta Amado Nervo cuando recién muerta su esposa se le declaró a la hijastra. Y la hijastra le dijo:
“Ay, Amado, por ahora te digo “Papito” como mi padrastro. Y si fuera tu amante te diría marido o viejo”.
Y Amado Nervo agarró camino en América Latina para olvidar su ridiculez.
TRES. Viejos rucos
La ridiculez absoluta cuando un hombre de la sexta, séptima década, se cree y siente un galanazo y se le declara a una chica de entre 20 a 25 años. Incluso, treinta.
Y si la chica lo acepta, vaya ridículo el simple hecho de salir a comer y cenar a un restaurante.
Y mucho peor si el hombre le da de comer con la cuchara en la boca.
Vaya, la leyenda clásica de que en tales circunstancias, la chica acepta el sexo con el hombre, primero, por el dinero.
Y luego de hacer el sexo el hombre únicamente inspira asco y vómito a la mujer joven.
CUATRO. “Yo… con Marlon”
El ridículo, por ejemplo, de una mujer alta y delgada y piel blanca con un hombre bajito de estatura, gordinflón y moreno moreno.
Y el peor ridículo y en la intimidad de una mujer bonita y con las caderas de la chica de Ipanema y un hombre Rotoplas.
Y ambos mirándose al espejo.
Pero, bueno, el peor entre los peores ridículos cuando un subalterno “se le tira al piso” al jefe político y a cada rato lo llena de incienso.
Nunca ha podido olvidarse cuando el priista Marlon Ramírez se hacía acompañar por su secretario particular, alto y fornido, con una camiseta gigantesca y un letrero en la parte posterior con la siguiente leyenda:
“Yo… con Marlon”.
CINCO. La vida… vivible
El ridículo de los jefes morenacos defendiendo las vacaciones en Europa de Andrés Manuel López Beltrán, el Andy.
Y el secretario de Educación Pública, Mario Delgado.
Y el diputado federal, Ricardo Monreal Ávila.
Y otros más por ahí.
Con todo, gracias a la ridiculez la vida se hace vivible y sin tiempo ni espacio para el hastío y el aburrimiento. (lv)