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Expediente 2025
Jueves 26 junio, 2025

Oraciones por dos reporteros

1 (Gustavo Chablé y Víctor Sevillano)

Un reportero ha muerto. Gustavo García Chablé. Otro está internado en el Seguro Social, Víctor Sevillano Pérez, fotógrafo de mil batallas.
Durante varios días, Chablé permaneció internado en el Seguro Social. Los médicos ya no pudieron despertarlo. Perdió el conocimiento.
De principio a fin de su viaje reporteril contó las historias de todos los días. Los hechos como son.

Un amanuense de la realidad. El testigo que trasmite los sucesos a los lectores.
Sin tomar partido por nada ni por nadie.
Vivió como los millones de trabajadores de la información. Con “la medianía del salario”. En la austeridad.
Y al mismo tiempo, con bajo perfil y discreto.
Sin creerse nunca, jamás, “la mamá de los pollitos”. Ni tampoco el símbolo, el ícono, el dios terrenal de los diaristas y tundeteclas.
Respetuoso. Leal.
Y si la esencia periodística está en el día con día pues todos los días significan un nuevo comienzo, Chablé iniciaba la vida en cada amanecer.
Si el día anterior había ganado la portada en el medio donde laboraba estaba consciente de que así son los días en el oficio.
Un día, portada. Y al día siguiente y/o los días posteriores, si bien va en páginas interiores. El riesgo de terminar en el cesto de la basura.
Digamos, que el periodismo es (y como lo ejerció Chablé) un nuevo comienzo cada mañana.
Mañanas de todos los días y meses y años cuando el reportero gasta la suela de los zapatos rastreando la información y en las tardes desgasta la columna vertebral frente a la computadora escribiendo con la mejor narrativa las historias del día.
En el oficio, igual, igualito como la mayoría, fue abriendo y cerrando capítulos. Pasó, por ejemplo, por la prensa, hablada (radiofónica y televisiva) y digital.
Y siempre fiel y leal a su vocación.
El reportero convencido de que en sus venas en lugar de sangre circulan letras, palabras, frases y tinta.
Estrés. Y angustia para ganar las ocho columnas. La exclusiva. La crónica singular.
Ahora cuando Chablé ha fallecido (¡vaya naturaleza humana!) se advierte y siente su grandeza periodística.
Cierto, muchos suelen afirmar que cuando una persona (un familiar, un amigo, un compañero) fallecen todos se vuelven santos y puros.
Pero Chablé lo fue siempre. La medianía con que vivía constituye categórica prueba.
Nunca estuvimos juntos y cerca, pero basta y sobra con haber leído sus textos para saber de su vida. Y sueños. Convicciones. Ideales. Principios. Certezas.
El palpitar de su ejercicio narrativo.
Y quizá, quizá, quizá, entre más lejos, más cerca.
Por encima de todo, fue (y así será, sería recordado) una buena persona.
Un extraordinario ser humano.
Solidario y generoso.
Más todavía, agradecido. Lleno de gratitud. (Por cierto, una virtud que suele darse de manera excepcional en las personas).

2 (El amigo Sevillano)

Víctor Sevillano Pérez tuvo como primera vocación el arte. La música. La salsa. Tocaba los bongos.
Incluso, tocaba en el conjunto musical con el que inició Yuri a los quince años de edad, o antes.
Luego descubrió su vocación definitiva: la fotografía. Y la fotografía periodística.
La bilirrubina de andar “para arriba y para abajo” contando historias a través de las imágenes.
Siempre ha vivido con modestia.
Incluso, a veces cuando se le preguntaba si ya había desayunado de inmediato juntaba las yemas de los dedos y las tronaba y exclamaba: “Desayuné dos yemas, dos yemas”.
Un día, preguntó a un policía asignado en la puerta de la oficina de una secretaría del Gobierno del Estado:
“¿Qué haces?”
Respuesta: “Aquí. Haciendo antigüedad”.
Desde entonces se volvió obsesivo para hacer antigüedad en el gobierno del Estado, pues en el oficio periodístico siempre estuvo a la deriva laboral y, lo peor, sin crear antigüedad.
Ahora está internado en el Seguro Social en Xalapa; él mismo se boletinó a través de las redes sociales.
¡Ay, el tiempo aquel cuando para nivelar el ingreso reporteril puso una fondita con su esposa y hasta cocinero y mesero se volvió!
Y se volvió un experto lavando platos, tenedores, vasos, cazuelas.
Vaya, hasta aprendió a echar tortillitas, picaditas y gorditas.
En el camino bien pudo seguir en la fonda y construir un futuro, pero la droga de la fotografía periodística es más canija que el fentanilo. Y el alcohol. Y hasta que el sexo.
En un tiempo estelar, la hora definitiva de pensar en la familia (la esposa y la hija), Sevillano colgó los guantes del diarismo periodístico y se volvió fotógrafo en el gobierno del Estado.
Los colegas perdieron a un compañero de aventuras, pero el Estado ganó a un fotógrafo experimentado y fogueado y que nadie en las redes sociales ha trascendido.
Pronto alivio (con afecto, cariño y gratitud) para el amigo. (lv)


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