Eliminar el ego
**Y el súper ego
**Muerte a la frivolidad
UNO. Artistas y políticos, campeones
Hacia 1967, Octavio Paz Lozano, el único mexicano Nobel de Literatura, regresó de la India y metido en el budismo su discurso era el siguiente: “Hay que eliminar el yo” predicaba.
La vanidad, aseguraba, “es una capucha asfixiante”.
Y aun cuando la mitad del mundo y casi la otra mitad rechaza ser frívola y vanidosa y hasta soberbia, “la cruda realidad” es cien por ciento opuesta.
Claro, visible y manifiesta en los actores y en los políticos encumbrados, pero hasta el jardinero de la esquina incide y cae en la emboscada frívola.
DOS. “Soy la peor de todas”
Zeus envió a Pandora con su famosa cajita donde reposaban los males existenciales del mundo.
En el camino, Pandora tropezó y la cajita milagrosa se le cayó y todos los males huyeron.
Menos uno, escondido hasta el fondo.
“Vete” le dijo Pandora. “Ya huyeron todos, menos tú”.
“Yo me quedo” dijo aquel mal.
“¿Por qué deseas quedarte?
“Porque soy la peor de todos. Soy la vanidad. Soy la soberbia”.
Sin embargo, Pandora, con su belleza y seducción, la convenció y la vanidad y la soberbia, conjugadas en el mismo mal, salieron volando de la cajita.
Y como el COVID nacido en una provincia de China y aterrizada en todos los cinco continentes, la soberbia y la frivolidad se instauraron en el planeta.
TRES. El olor de poder y dinero
Por razón natural, digamos, y parte de la vida humana, la vanidad en los actores de cine, televisión, teatro y palenques es primordial.
También se ha vuelto un atributo, una cualidad, un eje rector de los políticos encumbrados.
Más cuando los políticos (mujeres y hombres) tienen un ejército de empleados a sus órdenes.
Burócratas. Asesores. Auxiliares. Escoltas. Guardaespaldas.
Y un presupuesto incalculable como parte del erario.
Tiempo, incluso, cuando, y en el caso de los hombres, encantan y seducen a las mujeres a quienes fascinan los olores a poder y dinero empalmados.
CUATRO. Octavio Paz, Buda mexicano
Aquella tendencia budista de Octavio Paz de “eliminar el yo” (el yoyo, más que el ego, el súper), apenas, apenitas le duró un ratito.
En México, por ejemplo, creó y recreó y animó y alentó su capilla de fans y feligreses.
Y Paz era el Buda mexicano.
Y se convirtió en el Príncipe de las Letras.
El jefe máximo en la llamada República de las Letras.
Era dichoso y feliz cuando todos le aplaudían y acataban sus puntos de vista.
Y cuando hablaba los suyos lo idolatraban.
El mismo caso, por cierto, del muralista David Alfaro Siqueiros advirtiendo a todos que “no hay más ruta que la nuestra”.
CINCO. Pedro Navajas y Rarotonga
El jefe de escoltas de un político y un empresario llega a sentirse el Pedro Navajas.
La secretaria ejecutiva se transfigura en Rarotonga y en la chica de Ipanema.
El jardinero del barrio de quien depende la frescura del pasto y de las flores en la casa llega a creerse el Apóstol del Árbol.
El mejor futbolista de la colonia popular alcanza la sublimidad cuando las chicas lo buscan para declararse reinis y barbies.
En teoría, súper “eliminar el yo”.
Pero la jactancia, la vanidad, la frivolidad, la soberbia, los quince minutos de fama según Wharol, forman parte de la naturaleza humana, de igual modo como el amor y el desamor, la pasión y la frialdad, el odio y el perdón. (lv)