los programas de estudio y con un solo objetivo: Formar profesionales para crear empleos. Incluso, sus propios empleos.
Un cambio de mentalidad al cien por ciento.

PASAMANOS: Y al cien por ciento porque desde hace muchos sexenios, la secretaría de Educación Pública y las secretarías de Educación de cada entidad federativa y hasta la ANUIES, que aglutina a las universidades públicas, se han vuelto contemplativas creando, en términos generales, puros empleados.
Jornaleros.
Trabajadores de industrias, fábricas, empresas, negocios y comercios.
Y la mayora, por desventura, pensando en hallar una chambita con un salario quizá, quizá, quizá, digno.
Y con las prestaciones establecidas en la Ley Federal del Trabajo y por lo general incumplidas.

CORREDORES: Está bien que las casas de estudios superiores informen y formen a los educandos.
Pero desde el primer año de la carrera hasta el último nunca, jamás, se ocupan de recrear una mentalidad empresarial para empujar la carreta y patear el balón con el objetivo de empleadores.
Así sea, incluso, un changarro, un taller modesto y sencillo, una fondita, una maquiladora de tortillas, una panadería, una industria pequeña, etecé, etecé, pero siempre y cuando sea propia para que a partir de ahí cada uno construya su presente y futuro.

BALCONES: Y, claro, una formación empresarial para revolucionar las mentes y las conciencias juveniles en un país, caray, con mayoría jornalera soñando con una chambita digna y pagada con justicia laboral.
Cierto, cierto, cierto, a los ocho años de edad, en la escuela primaria, y en el recreo, el niño Carlos Slim Helú solía vender dulces a los compañeros en vez, digamos, de patear el balón y que, bueno, pateaba el balón de otra manera y con objetivo superior.
Slim, nadie lo dudaría, tenía modelo familiar empresarial. Pero esa mentalidad ha de inculcarse en los jóvenes indígenas, campesinos, obreros, clase media baja y clase media media y hasta clase media alta.

PASILLOS: Probada y comprobada está la desventura nacional: las universidades tienen la fama pública de ser una gigantesca fábrica de desempleados.
Además, una fábrica que suele crear trabajadores en vez de empleadores, profesionales con iniciativa empresarial.
Y lo peor, jornaleros baratos aceptando el maltrato de los jefes y subjefes, directores y subdirectores, y patrones con tal de sostenerse en la chamba.
Peor, mucho peor, cuando los hijos de los magnates entran de relevos y sin ninguna experiencia ni fogueo empresarial, pues, con frecuencia, los hijos suelen imponer a sus amiguitos (y quienes están igual o peor) como jefes alternos. (lv)