Dominguito de urnas
1 (Encrucijada cívica, votar o abstenerse)
Mañana, 1 de junio, dominguito de urnas.
Primero, claro, a desayunar picadas y gordas con un cafecito de olla. Luego, a sufragar por los doscientos doce presidentes municipales y 212 síndicos y más de mil quinientos regidores.
En cada elección, dice el viejito del barrio, la vida se refresca y airea y resucitan las esperanzas de una vida mejor.
Y una vida mejor alrededor del par de grandes pendientes económicos y sociales.
Uno, la creación y recreación de empleos en las regiones indígenas, campesinas, obreras, suburbanas y urbanas para arraigar (ajá) a la población en sus lugares de origen.
Con todo y que al momento hay un millón de paisanos como migrantes (y migrantes sin papeles) en Estados Unidos.
Y, dos, la utopía, el legítimo sueño de una vida sin sobresaltos.
Una vida sin secuestros, desapariciones, desaparición forzada, extorsiones, asesinatos, escurridero de sangre en las calles y avenidas y caminos y carreteras y fosas clandestinas.
El sueño, la aspiración, el deseo, reavivándose con la elección de otra generación política en el poder edilicio.
Cuatro años para empujar la carreta y patear el balón con el objetivo superior (ajá) de enaltecer la vida colectiva.
Digamos, un testimonio de fe y esperanza de los ciudadanos de a pie y motorizados y con credencial de elector.
Desde luego, con todo y la propaganda nadie descartaría el ritmo galopante del abstencionismo.
Basados, por ejemplo, en un hecho concreto y específico:
Muchos años después del montón de alcaldes en cada demarcación de Veracruz, seis de cada diez habitantes, en la miseria, la pobreza, la jodidez, el desempleo, el subempleo y los salarios pichurrientos.
Y sin las prestaciones económicas, médicas y sociales establecidas en la famosa Ley Federal del Trabajo.
Entonces, cada ciudadano con la credencial de elector en la mano y formados en la fila preguntándose si tiene caso sufragar.
Y sufragar por la esperanza.
Y por tantas tantas tantas promesas de los candidatos en la jornada cívica recién vivida y percibida.
La hora, pues, de la cruda verdad.
La hora de los comicios.
La hora de tachar la boleta con el nombre del candidato preferido.
Mañana domingo en la noche, digamos, habrá candidatos declarándose triunfadores.
Y como siempre ha ocurrido en la historia local y nacional.
Y del dos de junio al primero de enero del año entrante, 2026, un largo y extenuante compás de espera para tomar posesión.
Claro, claro, claro, tiempo suficiente, entre otras cositas, para repartir comisiones entre los regidores electos.
Y nombrar a los jefes de departamento, todos de confianza del alcalde electo.
Pero más, mucho más, para definir el programa de gobierno durante los próximos cuatro años y en base, por ejemplo, a las plegarias expresadas por los ciudadanos en la campaña y que, caray, con frecuencia, se convierten en plegarias desatendidas.
La hora de votar… pero por los sueños.
Por la fe en el candidato elegido.
Por la esperanza social. (lv)