La tentación del poder
1 (Peor... que la droga y el sexo)
El vejete del barrio refiere que la tentación del poder es peor que las adicciones a la droga y el alcohol. Incluso, al sexo.
Más todavía: hay jefes políticos encumbrados para quienes un millón, dos millones, tres millones de años importa más, mucho más, el poder que el sexo.
Digamos, una pasión efímera por ahí. Y con la barbie de Barbies del pueblo.
Por eso, quizá, Calígula, el emperador romano, era categórico: “Hay días cuando me siento dios”, aseguraba.
Por ejemplo, bastarían, digamos, los siguientes ejemplos en América Latina:
Nicolás Maduro, perpetuado en el poder en Venezuela luego de su maestro, Hugo Chávez, quien tantas lecciones predicó sobre la hegemonía del poder.
Daniel Ortega, eternizado en el poder en Nicaragua luego de que con los sandinistas derrocaran al dictador de Estados Unidos, Anastasio Somoza.
Y Ortega, con su esposita, se volvieran peores dictadores.
Evo Morales, el indígena modesto y sencillo quien luego de par de periodos presidenciales, ahora de nuevo intenta un tercero.
Rafael Correa, el académico universitario de Ecuador, quien soñó con la reelección y como fuera derrotado se volvió periodista y sigue manipulando a su grupo político para adueñarse de la silla embrujada del palacio.
Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, en el peor autoritarismo de la historia continental.
Ni se diga, claro, el par de modelos universales.
Uno, Vladimir Putin, en Rusia.
Y dos, Donald Trump, en Estados Unidos.
En Baja California, una morenaca, Marina Ávila, es gobernadora.
Y ahora cabildea para imponer a su esposito, Carlos Torres, como presidente municipal de Tijuana.
Vaya, y desde ahora, en la percepción ciudadana la sucesión presidencial en México en el año 2030.
Claudia Sheinbaum Pardo, todo indica, con su favorito, Omar García Harfuch, secretario de Seguridad Pública nacional, hijo de Javier García Paniagua, y quien fue presidente del CEN del PRI en el siglo pasado, y nieto del general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional en el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz.
Y en el otro lado del palenque, Andrés Manuel López Obrador, proyectando a su hijo Andrés Manuel López Beltrán, Andy, y desde la secretaría General de Organización del CEN de MORENA como candidato presidencial.
La tentación del poder es historia.
Por ejemplo, Antonio López de Santa Anna, tres veces gobernador de Veracruz y once ocasiones presidente de la república.
Benito Juárez García, reelegido quince años como jefe del Poder Ejecutivo Federal.
Y la dictadura de 34 (treinta y cuatro) años de Porfirio Díaz Mori.
El poder es afrodisíaco decía Henry Kissinger, el poderoso ministro de Estado del presidente de Estados Unidos, Richard Nixon.
Y lo expresaba del siguiente modo:
Hay mujeres a quienes encanta y seduce el olor a poder y el olor a dinero.
Poder y dinero al mismo tiempo.
Por encima, caray, del poderío económico de los magnates.
Los empresarios, por ejemplo, tiene poder económico, pero vedados y vetados para el poder político.
Y los políticos acumulan poder político, poder económico y poder social.
Dueños de la vida personal. La vida familiar. La vida colectiva.
2 (Nepotismo indígena)
La tentación del poder puede entenderse desde los emperadores aztecas.
Por ejemplo, Moctezuma, Cuitláhuac y Cuauhtémoc eran hermanos y primos hermanos.
Y uno a otro fueron sucesores en el mando político en la vieja Tenochtitlán.
Poderío indígena, sinónimo del poder político, el poderío económico y el poderío social.
Desde entonces, el nepotismo.
El tráfico de influencias.
Los negocios lícitos e ilícitos a la sombra del poder.
“Aquí mando yo” dijo aquella.
“Soy más veracruzana que ‘La Bamba’” exclamó la otra.
En los negocios, el esposo, las hijas, un hermano, dos yernos, las comadritas y las chefs.
Y, claro, los aliados, socios y cómplices históricos.
Todo, en nombre del poder.
El punto de partido, ganar las urnas.
Todo lo demás sobreviene por añadidura.
Lo decía con sarcasmo un expresidente municipal de Veracruz en el siglo pasado:
“Dejé de ser alcalde y dejé de ser pobre”.
Y cuando alguien por ahí le reprochara en momento estelar que no tenía residencia en el pueblo para ser alcalde reviró con frase bíblica:
“¡Carajo!, ¿y la residencia donde vivo?”.
La corrupción está en el ADN del poder político. (lv)