Cuando el gober Hernández Ochoa (+) se encabronó conmigo
Gonzalo López Barradas/Pedazos de Historia
Llevo en mi escapulario una medallita de plata por haber sido uno de los pocos periodistas que ha ocupado el cargo de alcalde en mi estado y eso ocurrió durante el entronque...
de los gobiernos de Rafael Murillo Vidal y Rafael Hernández Ochoa (1973-76). Rubén Pabello Acosta, director del Diario de Xalapa había sido diputado local por Misantla (1950-53) y alcalde de Jalapa (1953-55), durante el gobierno de Marco Antonio Muñoz. Tal vez haya otros, pero no recuerdo.
Así empezó todo: después de que los cooperativistas del periódico Excélsior recortaron personal. Dejamos el diario quince reporteros y empleados. Nos llamarían en “poco tiempo”, para ocupar nuestros puestos. Así nos dijeron y salimos cabizbajos y las chicas chillando, cargando un modesto bono y nuestra tristeza. El consuelo de don Julio Scherer, el director y de Ángel Trinidad (reporterazo), de Pancho Cárdenas, inclusive del general Villa (jefe de información) y Marco Aurelio Carballo, Toño Andrade, Elías Chávez, de Vicente Leñero y otros, fue fundamental para levantarnos el ánimo. “Así es esto, Barradas, no te rajes, ya volverás y pronto”, me dijo el director del periódico.
Terminaba el año 1970 y ya se veía el sol del 71. Me fui con mis padres a la ciudad de Acayucan para tratar de digerir lo ocurrido. Cierto día, me encontraba sentado en una de las bancas del parque municipal, viendo pasar la gente, las chicas, principalmente, de repente alguien me toca el hombro y vi que era el licenciado Ángel Leodegario Gutiérrez (Yayo) a quien había conocido muchos años atrás cuando escribía mis primeras líneas junto con el periodista jaltipaneco, Nahúm Hernández Carrión (+) en el periódico tabloide “El Mensaje” a quien luego le cambiaron el nombre por “Diario del Sur”. Me invitó a escribir en su diario, “para que no estés de güevón”, me dijo.
Fueron pocos los días de actividad porque a raíz de un reportaje que hice sobre una asamblea priista en Acayucan en la cual destacaba la presencia de Carlos Domínguez Milián (+), fui invitado para irme a Jalapa a trabajar con Rafael Zúñiga Martínez (+) en el periódico “El Tiempo”. Ahí conviví con los periodistas Raúl González Rivera, Isabel Sagrero, Manuel Márquez, Teodoro Coutulenc y con José Luis Poceros. Nos turnábamos para escribir la columna política “en el Banquillo”. Conocí a Froylán Flores Cancela, quien se hacía cargo de la mejor columna política de Veracruz “Glosario del Momento” de Diario de Jalapa, importantísima para la clase política. Hicimos buena amistad, ‘me leía’, dijo. Me dio consejos y me pasaba algunos tips. Varias veces fuimos al cine Jalapa, para disfrutar los pambazos y coca colas. Entrábamos gratis y nunca vimos películas, teníamos que chambear. Sólo comíamos, en la antesala del cine.
El periódico Tiempo se había convertido en contrapeso del Diario de Rubén Pabello Acosta. Era un periodismo audaz, madreador que los intelectuales y estudiantes leían.
Rafael Zúñiga Martínez, el director, se desentendía, a veces, del periódico. Tenía absoluta confianza en José Luis Poceros, un extraordinario vendedor de publicidad y de espacios en el periódico. Metía mucha lana. Había semanas que no cobrábamos porque Rafa tomaba el dinero de la nómina y se perdía varios días. Era un gran bohemio que a veces nos llamaba desde las Vegas, en Estados Unidos para pedir dinero. No aguantamos mucho.
¡Poceros y Raúl González, se separaron de Tiempo para fundar Gráfico de Xalapa, Márquez hizo lo mismo y fundó un tabloide, yo hice contacto con Antonio Andrade, con Elías Chávez y Marco Aurelio Carballo para comunicarles que iba a hacer una revista política, como Siempre! Del maestro Pagés, y me dieron su apoyo con artículos durante varios números; lo mismo hizo Ignacio Ramírez y Sara Lovera.
Comenzó a circular la revista Quién en Veracruz, con portada y artículos y entrevistas. Tuvo gran aceptación. No había en ese año 1971, en diciembre, ninguna revista en Veracruz. Así estuvimos trabajando y metiéndonos en el mundo político y burocrático. Había suscripciones, nos pagaban las portadas, había entrevistas y secciones culturales, deportivas y religiosas. Hicimos grandes amigos en todos los estratos sociales: políticos, comerciantes, empresarios, estudiantes y periodistas como Luis Velázquez, Manuel Rosete, Raymundo Jiménez y varios intelectuales de la Universidad Veracruzana: Rafael Goyri, Mario Muñoz, los hermanos Magno y Benjamín Garcimarrero; las caricaturas y retratos corrían a cargo de Nicanor Juanz.
La distinción de Quién, eran las entrevistas y las portadas. La amistad con el dirigente del PRI de esa época, Manuel Ramos Gurrión (+), me llevó a compenetrarme en los vericuetos de la política. Se llevaban a cabo las campañas para diputados y senadores. Se creó un nuevo distrito electoral en Coatzacoalcos y Ramos Gurrión, nativo en los arenales de allá, fue su primer candidato. Me invitó a que lo acompañara en una etapa de su gira; me comprometió a que hablara en un acto que le ofrecieron los trabajadores del ISSSTE y otros burócratas. No sabía qué hacer, ni qué decir y peor tantito tenía metidos, en la panza, dos wisquis. “Pero qué digo, licenciado, yo nunca he hablado”, “da las gracias y ya…”, me dijo.
Recordé, en esos momentos, a Roberto Blanco Moheno cuando decía: “el periodista no sirva para hablar, sólo para escribir”. Subí al atril. Por un momento me imaginé a Cantinflas en su película ‘Si yo fuera diputado’ cuando dijo: “pueblo que me escucha, yo estoy aquí delante de ustedes y ustedes delante de mí y ese es un hecho que nadie puede cambiar. . .” Hablé y nunca supe cuántas pendejadas dije, sólo recuerdo que me aplaudieron y que el candidato me dijo: “no qué no”. Por la noche en el restaurante del hotel, terminada la cena, la soltó Ramos Gurrión: “y, qué, no has pensado en ser alcalde de Alto Lucero”. A caray, le dije.
“Éntrale, es una gran experiencia”. Pero, yo no sé nada de eso, no sé cómo hacerle. “Mira aquí Jorge (Uscanga) y Genaro (Del Ángel), ellos se van a encargar de todo”. Los llamó y les dio instrucciones. Junté mis papeles y me registré. Ya sabían, en el pueblo, que un nieto de don Braulio Barradas iba a ser el presidente Municipal. Francisco Mora Domínguez, me entregó el mando en una sencilla ceremonia llevada a cabo en el salón del cine Vázquez, atiborrado de campesinos y chavas muy guapas. Era yo la novedad. Joven y guapo, comencé mi aventura como presidente municipal, con un síndico, un regidor y un secretario. El tesorero me lo mandaron de la Legislatura, no pude darle ese cargo a un amigo de la infancia. Al síndico y regidor los acepté por recomendación “de mi partido”. El primero, don Isidoro Castillo, un señor grande de edad, serio, de respeto que representaba a la familia Castillo, distinguidos por revoltosos y peleoneros; el regidor, Isidro Vázquez, era hermano del ex alcade, en dos ocasiones, Manuel Vázquez, muy querido por el pueblo y al secretario, Víctor Vázquez, pariente de los otros Vázquez, los caciques.
Confieso con sinceridad que nunca supe lo que era desempeñar el cargo de alcalde en un municipio pobre en todo. Eran más o menos ricos los comerciantes, los ganaderos porque los campesinos de la costa y de la sierra vivían de lo que el campo les daba: maíz, frijol, plátanos, café, caña de azúcar para fabricar panela para consumo propio y en venta a los changarros y las frutas de temporada como el mango. No había escuelas secundarias, una primaria tanto en la cabecera municipal como en las congregaciones. Sin carreteras, sólo caminos vecinales. Los camiones que van de Jalapa al pueblo de Alto Lucero tardan de dos a tres o cuatro horas. La carretera llega hasta Almolonga, después, terracerías que parecen caminos de herradura. En tiempo de lluvias las llantas de los vehículos tienen que ser encadenadas para subir las lomas.
El presupuesto alcanza, a veces, para pagar los salarios de los dos o tres empleados y a los maestros. Las calles del pueblo son de tepetate y algunas están calzadas con piedra, con los tubos que conducen el agua que llega desde la congregación Mafafas, del municipio de Tepetlán, al descubierto. Los jodidos se arriesgan para ir a Jalapa en la única corrida que hay de autobuses. Los que pueden vuelan en avioneta que maneja el piloto Francisco Molina de quien decían que estaba enfermo del corazón y que lo veíamos contorsionarse durante el vuelo de seis minutos, pero nunca tuvo un percance mecánico y murió tranquilo en su domicilio. Los vuelos de la avioneta salían del Lencero y cobraba 25 pesos y 40 en especial, en la mañana y en la tarde.
Intenté construir la carretera por Actopan, pasando por la ranchería llamada Blanca Espuma. El gobernador don Rafael Hernández Ochoa ordenó al ingeniero Nachón, director de Obras Públicas, que comenzara el trazo, los caciques alteños no quisieron por ahí sino por Alto Tío Diego y regresaron las maquinarias.
No sé cómo le hizo don Julio Scherer, el director de Excelsior, para localizarme, la cuestión es que recibí una llamada en donde me decía que mi máquina de escribir me está esperando, pero ya. Le informé que estaba yo de alcalde en un pueblo que se llama Alto Lucero. Me preguntó que si era el lugar donde está Laguna Verde, la planta nucleoeléctrica. Sí aquí es don Julio, le dije. –Pues voy a mandar a Elías (Chávez) para hacer un reportaje. Me dijo la fecha de llegada de Elías. Hablé a Jalapa con el maestro José Luis Hernández Sosa, corresponsal de Excélsior para que fuera a recogerlo en la terminal del ADO y luego lo llevara al Lencero para llegar a Alto Lucero.
Eran las diez de la mañana de un martes del mes de marzo de 1974, llegó la avioneta, bajó Elías, nos saludamos con euforia y caminamos rumbo a la casa de mi hermano para que desayunara longaniza, queso y tamales, quedó sorprendido por la comida. “Voy a llevar de esto a mi casa”, dijo. Caminamos hacia la presidencia. Algunas gentes me esperaban. Lo presenté con los ediles. Le pedí al síndico, don Isidoro, que por favor se adelantara con Elías hacia el mirador que yo los alcanzaría en un momento. A unos metros de llegar a donde estaban vi a don Isidoro levantar el brazo y señalar hacia la sierra de Chiconquiaco y luego hacia Laguna Verde. Me dije, ya me chingó Elías y como fue. Tres días después de su visita, salió publicado un reportaje en Excélsior ocupando casi una plana en donde, con fotografías, señalaba la tubería sobre las calles, sin banquetas, y mujeres cubiertas con el reboso recargadas en la pared y con el título: “Pedro, el anacoreta, señala, desde la imponente sierra, la planta nucleoeléctrica de Laguna Verde, y a un pueblo en la miseria cerca de donde gobierna Rafael Hernández Ochoa”.
Llegó, casi ahogándose, Fabiana la encargada del teléfono para decirme que me hablaba el licenciado Carlos Brito. Salté y corrí. –Hola, Carlos, a tus órdenes- -Vente mañana temprano para hablar. El patrón está que se lo lleva la chingada…-
-A ver explícame lo de Excélsior, me dijo el subsecretario. Estaba ahí también el maestro Hernández Sosa. -Mira Carlos, Elías llegó de sopetón por eso de Laguna Verde y me descuidé tantito y el síndico quién sabe qué le dijo.
-No, Gonzalo, tú invitaste al reportero, o no maestro Sosa.
–Bueno, yo lo recibí porque Barradas me dijo.
-Ya ves, tú sabías y no me avisaron. Ahorita mismo habla a Excélsior para hacer una aclaración de esto.
-Pero Carlos, no van a aceptar aclaraciones. Hablé con don Julio y no recuerdo lo que le dije. La cuestión es que pasé de esa situación y al otro día salió en interiores una pequeña nota que decía: “Niega el alcalde de Alto Lucero todo lo del reportaje de Laguna Verde. Está un programa de ayuda para los campesinos de esa región costera. El gobernador ya está metiendo manos en el asunto”.
El gobernador Hernández Ochoa nunca me perdonó, siguió enojado conmigo. La muestra más palpable la noté en El Lencero cuando esperaba subirme a la avioneta y el gober hacia lo mismo, atento a la llegada del helicóptero que lo debería llevar a Veracruz. Intenté saludarlo cuando caminaba sobre el pasto de la pista, pero su ayudante me dijo: ni lo intentes, el señor está encabronado contigo… Claro, nunca se repuso de la madriza que le dio Excélsior.