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Malecón del paseo
Jueves 30 enero, 2025

El pueblo olía a pan

**Y a tierra mojada
**Y hasta a chicharrón

EMBARCADERO: Entonces, el pueblo olía a pan recién horneado y hacia las cuatro de la mañana cuando iniciaba cada día... Y olía a tierra mojada cada vez cuando (y a cada ratito) llovía... Y a viento... Y los árboles que mecían su aroma y su follaje y cuya sombra era un oasis hacia el mediodía con sol... Entonces, con el viento la ciudad olía a chicharrón revoloteado en la paila gigantesca de donde los carniceros sacaban los cueritos y tan sabrosos y comidos envueltos en una tortillita de maíz recién

salida de la tortilladora y que poco a poco estaban multiplicadas como el anuncio de un pueblo, ajá, industrializado…

ROMPEOAS: En las tardes y noches el pueblo olía al río Jamapa… En la primavera ardiente, cierto, hasta secándose, casi casi charquitos… Pero en el verano las lluvias azotaban y el río se desbordaba y solía entrar a las calles cercanas sembrando el miedo y “el miedo al miedo” en la población vecina… Pero al mismo tiempo, vaya paradoja, el murmullo del agua arrastrando los cadáveres de vacas, becerros y toros y árboles y plantas inflamaba el corazón y las neuronas… Incluso, para acercarse al río y escuchar “en vivo y directo” el susurro del viento y del agua mezclándose entre sí…

ARRECIFES: En los días tranquilos, el pueblo estaba simbolizado en algunas personas… Por ejemplo, la religión de la amistad encarnada en Eduardo Pérez y Alejandro Cardona, ambos locatarios en el único mercado y quienes cada tarde solían sentarse a la orilla de una banqueta para contarse y confiarse los últimos chismecitos… Doña Angelita, la señora soltera, alta y delgada, con ojos verdes y una sonrisa en sus ojitos minúsculos, con su escuelita para los niños reprobados en el aprendizaje de la lectura y la escritura…

ESCOLLERAS: El doctor Enrique Zenil y Torres y quien estaba a cargo de la vigilancia y el cuidado sanitario de las trabajadores sexuales del par de burdeles y a quienes cada ocho días, los sábados en las mañanas, revisaba de una en una en sus partes íntimas y con lupa… Además, cien por ciento respetuoso pues nunca el trascendido de una caída en la tentación corpórea de las mesalinas… El sacerdote don David Constantino García animando y reanimando los campeonatos de básquetbol en la cancha de la iglesia…

PLAZOLETA: El pueblo también olía a papaya, la única fruta producida en gran escala en las rancherías y congregaciones… Tanta que, por ejemplo, cada semana partían de Soledad de Doblado a la Central de Abastos de la Ciudad de México un número incalculable de carros de carga con la fruta tan sabrosa… Y, claro, en el mercado vendían las papayitas con el argumento de que era el fruto más codiciado en el viejo Distrito Federal… Y compitiendo con el resto de las frutas del mercado nacional… Era el pueblo un estacionamiento gigantesco de carros cargueros pues era tanta la movilidad…

PALMERAS: Daba enorme gusto vivir en el pueblo… Una parte de la población y la otra parte miraba el mundo como una fascinante novedad donde todo estaba por descubrirse… El equipo de básquet, Argos, en gira nacional demostrando habilidades y destrezas en las canchas… La papaya, arrasando en la Centra de Abastos… La alta producción de maíz y frijol, una parte para el consumo familiar y la otra para la venta y avenirse de recursos… Los campeonatos de voli en la escuela primaria “José María Morelos”… Y la envidiable pareja artística de dos niños, Celia Lordméndez y Sergio Hernández, vestidos de china poblana y mariachi cantando a Lola Beltrán y Pedro Infante y Jorge Negrete… El pueblo, encaramado en el lomo de la utopía… (lv)


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