PASAMANOS: Trump mira al fotógrafo. Y lo hace con unos ojos relampagueantes. Sórdidos. Siniestros. Mirada turbia. Retadora.
“Aquí mando yo” dice en la tonalidad visual.
El ojo izquierdo, grande, desafiante. A la defensiva, contraofensiva, expectativa y vigilante al mismo tiempo.
Además, el ojo izquierdo cargado de odio. Sed de venganza. Ajuste de cuentas.
En la doctrina católica cuando cada sábado el presbítero del pueblo la impartía a los niños siempre aseguraba que los ojos, la mirada, son una copia del alma.
El alma perversa de Trump en el ojo izquierdo.

CORREDORES: Y en contraparte, el ojo derecho, chiquito. Muy chiquito. Apenas, apenitas, un puntito en su cara, pero mirando con lupa.
Y, claro, listo para apretar la Magnum y cumplir las amenazas expresadas por su boca.
Un ojo izquierdo gigantesco. Un ojo derecho minúsculo.
Y los labios, apretujados. Cien por ciento, apretujados. Listos para el zarpazo.
Ninguna sonrisa. Vaya, ni la mitad de una sonrisa.
Más cuando, caray, es el presidente de la república más poderosa del mundo.
El dueño del día y de la noche.
Del destino individual, familiar y colectivo de millones de migrantes de México, América Central y América del Sur y hasta de África.
El mundo paralizado por su amenaza de los aranceles.
El gabinete legal y ampliado integrado con gente ultra contra súper millonaria como lo dijera Joe Biden.

BALCONES: En la foto, el conjunto del rostro, con los guantes puestos. Tensa la cara. Tensos los ojos. Tensos los labios. Tensas las orejas. Y hasta tensa la nariz.
La nariz, por ejemplo, como si fuera una daga, una flecha, una espada, un cuchillo cebollero, para dispararse.
Caray, capaz de asestar un cabezazo con la nariz a un cristiano.
Da miedo. Inspira terror. La simple foto.
Con todo, incluso, de quienes afirman que es un bocón amenazando con la deportación masiva de migrantes más grande de la historia de EU.

PASILLOS: El ceño fruncido y las cejas levantadas. Y en son de guardia.
En el Internet, un cibernauta lo describió del siguiente modo:
“Le gustó tanto su foto de criminal que decidió usar algo parecido para su efigie formal en la Casa Blanca”. (La Jornada-México)
Más, mucho más, cuando a un lado publican la foto del vicepresidente electo, JD Vance, con una sonrisa. Serena. Tranquilo.
Y aun cuando posa con barba negra y crecida, el bigote tapando el labio superior, JD Vance sonríe con los ojos.
Digamos, el malo y el bueno.

VENTANAS: La foto de Trump es una editorial. Una gran crónica. Un reportaje.
La soberbia del poder. El ultra contra súper ego. El ego en el más alto decibel del poder público.
Trump, deseando someter a todos a sus caprichos y berrinches.
Lo enjuiciaron por el sexo de alquiler con una actriz porno. Pero nunca lo encarcelaron. Cuando, caray, Bill Clinton vivió y padeció el peor infierno del mundo con la becaria Mónica Lewinsky.
Donald Trump, el hombre más poderoso del planeta.
Obsesionado con transfigurar a México, Canadá y Groenlandia, en los estados federativos números 51, 52 y 53 de Estados Unidos.
La mirada iracunda. Va… por todo.
Lo dijo Eufemio Zapata, el hermano menor del Caudillo del Sur: “La silla del palacio está embrujada. Enloquece a todos”.
Y hasta los hace levitar. (lv)