Historias de Dinosaurios
**El viejito del Ferrari **Bailongo de ancianos **“El último amor del Sr. Morgan” **La muerte de una esperanza **Entre seniles te veas **David Siles, una leyenda **Unos volovanes de desayuno infantil
1 (El viejito del Ferrari)
El señor es un digno símbolo de la séptima década. Suele vestir con una camisa floreada con colores mexicanos. Otras veces, con una playera deportiva.
Pero lo que más llama la atención es la joroba creciendo en tierra fértil. Cada vez camina más inclinado sobre el pecho.
Y con pasitos pian pianito. Despacio. De viejito, digamos.
Pero un viejito con muchas, enormes, muchísimas ganas de vivir.Hay mañanas, por ejemplo, y tardes, cuando de la cochera saca su auto deportivo Ferrari y color rojo.
Y antes de treparse mira a la izquierda y la derecha por si lo están observando.
Y cuando prende el motor arranca como si estuviera en una carrera de automóviles.
Y se va al café con los amigos “a componer el mundo” como cacarean en el rancho.
2 (La pareja de seniles que baila)
Hay en la ciudad una pareja de ancianos. Entre los 65 y 75 años. Viven solos.
Tienen hijos, pero radican en otras ciudades.
Dos veces a la semana les asiste una trabajadora doméstica. Desde el desayuno hasta la comida y el aseo de la casa.
En las tardes usufructúan ritual religioso. De 6 a las 7 de la noche, puntuales, puntualitos, ponen música instrumental y bailan cachondo y cachondos en la sala de la casa.
Y bien abrazaditos. Queriéndose mucho más.
Una hora diaria de bailongo. De entrada, ejercitándose. Pero más, amándose.
El amor, dice el terapeuta familiar, es el mejor aliento para vivir.
3 (“El último amor de Mr. Morgan”)
El señor Morgan es profesor de Filosofía jubilado. Y viudo. Su mujer falleció de cáncer. Y en un autobús urbano conoce a una chica (Clemence Poésy), maestra de baile. Especializada en el Cha-cha-chá.
Y con todo y una diferencia de edad de unos cuarenta años, se empalma una atracción física. Luego, emocional. Después, pasional.
Incluso, van un fin de semana a una casita de campo de Mr. Morgan. Y duermen juntos.
Y con tanta fiebre erótica que el señor Morgan decide heredarle la casita.
Pero ella rechaza la oferta. “Me siento bien contigo” le dice.
Entonces, llegan par de hijos para visitarlo en el hospital pues intentó suicidarse.
Y los hijos “echan pleito ranchero” a la chica francesita.
Pero la atracción fatal entre la francesita y el hijo de Mr. Morgan se atraviesa y se funden.
El señor Morgan entiende. Y advierte al hijo: “Si le haces daño… te mato”.
El filme está en Prime. Una película, además, sobre la soledad de un anciano.
4 (La muerte de una esperanza)
Celedonio Macuistle Tecpile nació, vivió y murió.
Indígena en la montaña negra de Zongolica (Astacinga, su pueblo), desde los ocho años de edad hasta su fallecimiento (65 años) fue migrante en el interior de Veracruz.
Con su padre primero y luego solo y después con su hijo Noel, en el corte del café y de cítricos y de caña de azúcar.
Allí dejó su vida. Siempre la familia como una prioridad. Siempre, pendiente de la despensa en casa. Aunque fuera comiendo chícharos sembrados en el patio y frijolitos y cafecito de olla.
Nunca usó zapatos. Menos tenis. Toda la vida con huaraches. Dos muditas de ropa. La del día y otra lavándose.
Ene número de ocasiones fue “acarreado” priista. Soñando, claro, con la utopía de un mundo mejor.
Murió y se fue con la esperanza. Y, claro, también, con la derrota personal, familiar y colectiva.
Un millón de indígenas viviendo en las ocho regiones étnicas de Veracruz. Desde Huayacocotla, en el norte, hasta el Valle del Uxpanapa, en el sur.
5 (Entre viejitos te veas…)
El tecleador se topa con el ingeniero Anthar Kuri en plaza comercial. Y Anthar se adelanta al saludito:
--Hola, viejito, ¿cómo estás?
Al ratito, en la plática, habla del arquitecto Mario Coutiño Victoria, el galanazo del siglo pasado:
--El viejito está bien.
También se refiere a su amigo, su otro yo, el ingeniero José Aniceto Tello Allende:
--El viejito ya peina canas.
Todos, pues, reducidos a viejitos.
Anthar, joven, entusiasta, fogoso.
6 (Leyenda futbolística)
David Tito Siles Estensoro es argentino. Llegó a Veracruz para jugar como futbolista estrella en el club “Tiburones Rojos”.
Fue leyenda real. Estremeció a los fanáticos.
Y decidió vivir en Veracruz.
Su imperio y emporio gastronómico de “El Gaucho” empezó con un changarrito en edificio portuario vendiendo tortas y café.
Después, ahorrativo y viviendo con austeridad y planeando el futuro, compró y/o alquiló un terreno frente a la parroquia Santa Rita de Casia y abrió un restaurante formal.
Luego, y “con el tiempo un ganchito”, el gran paso para la creación de “El Gaucho”.
Ahora, vive retirado en casa. Y sus hijas, empujando la carreta y remando la canoa hacia el firme y sostenido destino turístico.
La vejez, con vientos favorables… (en lo que cabe, pues los achaques son insoslayables en la séptima y octava década).
7 (Volovanes de desayuno infantil)
La señora indígena de la tercera década llega frente a un restaurante y sienta en la orilla de la banquetea y expone sus plantitas y florecitas para vender.
Está acompañada de dos niños. Una niña, de unos ocho años. Un niño, de unos nueve.
Y en cada amanecer apuesta a la esperanza. Sentarse a esperar para ver si logra vender.
Una hora después, hacia las nueve de la mañana, ninguna señora se ha acercado. Claro, todas desayunan en el restaurante de cinco estrellas.
Entonces, de la bolsa tejida a mano por ella misma saca tres volovanes.
Una para ella. Y los dos otros para los niños.
Es el desayuno. El desayuno, digamos, ajá, nutritivo. Dios apenas, apenas, dio para unos volovanes.
Y los reparte.
Y una botella de agua para los tres.
Pero mientras los niños los miran con ansiedad, los tres rezan. Dan gracias a Dios por el itacate. Y se persignan.
Luego, la gran comilitona.
Y los tres mirándose con la mitad de una sonrisa.
Dichosos y felices de estar juntos. En el último día del año. (lv)