Cada uno con su Juicio Final
**Vivir arrepentidos
**Y pidiendo perdón
UNO. Juicio Final de cada uno
En la vejez suelen llevarse los días y noches en medio del arrepentimiento. La persona dándose “golpes de pecho” por tantos pecados mortales y veniales cometidos. Incluso, “veinte y las malas” pero el resto de la vida será insuficiente para andar pidiendo perdón por todos lados.
Tantos agravios en contra de la pareja y los hijos. Los hermanos, los tíos y los sobrinos.
Incluso, caray, y en contra de los padres y hasta los abuelos.
Y se diga la lista inacabable de amigos que fueron y dejaron de serlo. Y compadritos.
El ser humano ante sí mismo. Y en el día de su propio Juicio Final.
DOS. Noches huracanadas
Quizá más arrepentido, por ejemplo, de las pinches borracheras turbulentas con los amiguitos.
Y más, cuando de pronto, se despertaba a la mañana siguiente en un departamento desconocido con una mujer empiernada desconocida y sin ubicar el lugar concreto y específico.
Y de ñapa, el dinerito de la quincena gastado en el congal en la noche huracanada.
En tanto, la esposa y los hijos rezando al Ser Superior para que el señor de la casa estuviera bien.
TRES. Muchos reproches en la vejez
Suele aterrizarse en la vejez con muchos, demasiados, excesivos reproches.
Es la hora final de la vida. Y al mismo tiempo, cuando los fantasmas del pasado se cargan en la espalda.
Y sobre un camino lleno de espinas y cardos y con frecuencia derecho, derechito al Gólgota.
Y en donde el mismo viejito terminará crucificándose.
¡Ay, destino de Judas ahorcándose del árbol en el rancho comprado con las treinta monedas de la traición a Jesús!
CUATRO. Los examigos en el panteón privado
De acuerdo con el panteonero del pueblo, la mayor parte de personas en la vejez tiene un cementerio privado.
Son los examigos y excompañeros dejados en la vida. Aquellas relaciones amicales llenas de afecto y cariño interrumpidas.
Y más allá de las culpas propias o ajenas, en la vejez suelen volverse unos demonios mortificando las horas del día y de la noche.
Y como en el secreto de la confesión, únicamente puede encontrarse la paz interior si de por medio se solicita una disculpa.
Y en caso de estar muertos, caray, cuando menos llevar flores y una veladora y agua bendita al cementerio y arrodillados ante la tumba la solicitud extemporánea del perdón deseado.
“El peor gendarme de un hombre es su conciencia” cacareaba Fernando López Arias, gobernador de Veracruz y Procurador General de Justicia de la Nación con su amigo, el presidente Adolfo López Mateos.
CINCO. Perdón hasta a las Barbies
Y, bueno, si todavía es tiempo, el perdón a la pareja y a los hijos. Y a los nietos. Y hasta unas barbies.
Más considerando la máxima universal: Nada atrofia y envejece y pudre las neuronas, el corazón y el hígado como seguir odiando. Y odiar, sin arrepentirse ni menos pedir perdón.
Ningún desdoro para el ser humano extender la mano amiga del perdón.
Y si los otros se pitorrean, el Ser Superior los cuide.
SEIS. Nadie es “monedita de oro”
Respetada y admirable la vejez cuando se llega en paz consigo mismo.
Y, claro, con el menor número de achaques, pues, caray, hay quienes de plano andan con un botiquín “para arriba y para abajo”.
Serán los agravios a los demás.
Será la imaginación.
Serán los fantasmas reales e irreales y hasta una mezcolanza.
Serán los llamados “pecados de omisión”.
Será una persona sensible y aprehensiva.
Pero nada ideal como “llevar la fiesta en paz”; por desventura, la utopía inalcanzable, pues “nadie es monedita de oro”. (lv)