El góber frívolo
I (Entrada de García a la historia local)
Desde el principio del sexenio, García se manifestó como es. A nadie engañó ni estafó. Y si la gubernatura le cayó desde el cielo, el profe con veinte años de antigüedad en la Universidad Veracruzana fue, en el viaje esotérico del poder, como un espejo.
En los seis años, congruente consigo mismo.
Luego luego mostró su preferencia musical por la salsa. Y de inmediato habilitó el Festival anual de la Salsa en Boca del Río.
Además, sus visitas frecuentes al Palacio de la Salsa en la zona conurbada Veracruz-Boca del Río, por ejemplo.
Y de ñapa, tomándose un video y trepándolo en las redes sociales para conocimiento de la mitad de la población de Veracruz y la otra mitad.
Más todavía: sin inhibiciones ni mesuras, y como la música suena y resuena en sus neuronas, corazón e hígado, en un viaje al norte de Veracruz se topó con unos indígenas bailando huapango en la calle.
Y sin dudas ni titubeos se puso a bailar huapango al lado de ellos y en la calle, desde luego.
Y cuando le informaron del concurso de danzón en Altotonga se fue para allá. “A mover el bote”. Y alardear sus pasitos Tun Tun.
Lo suyo, lo suyo, lo suyo… es el baile escribió un columnista de Xalapa quien lo conoce “al derecho y al revés”.
Se le podría llamar frivolidad. Quizá, vanidad. En todo caso, su legítima vocación social. La música. El bailongo. La chunchaca.
Descarrilado en la milonga, un día decidió comer chicharrones a medio freír y tronantes en la vía pública.
Y acompañado de su Fiscal General y un militar se dieron tremendo atracón mirando y saboreando la pailita hirviendo con los chicharrones.
Y otro día se puso a cocinar camarones enchipotlados y se filmó un video.
Y después ordenó fuera trepado al Internet para conocimiento de los ocho millones de habitantes del Estado jarocho, sus gobernados.
Se ignora el número de seguidores, fans y feligreses. Pero en tanto el resultado estadístico aparecía, fue dichoso y feliz.
Y con más ansias descontroladas de estar, ser y trascender en el gran mundo frívolo de la vida.
Siguió. Y con los caballos desbocados en el carril.
Por ejemplo, cuando se fue a jugar boliche. Y como García es muy frágil y débil ante la tecnología, también ordenó le tomaran un video y listo para encaramarse en las redes sociales.
¡Te queremos, Cuitláhuac, te queremos!
Más, cuando, caray, se boletinó en el Internet tocando la jarana.
Todo, porque alguien por ahí le informó de Claudia Sheinbaum Pardo, entonces, candidata presidencial, experta en la jarana.
Y García, ni hablar, y quizá en nombre del mimetismo político y social, también la toca.
El paso intrépido y audaz de su frivolidad fue en las primeras horas del mes de noviembre cuando se vistió de catrina, tipo Chano y Chon, y fue a bailar con las catrinas desfilando en Xalapa.
Mientras, en las Cumbres de Maltrata trascendía el alud de un cerro sepultando seis camionetas de carga y tres automóviles con sus pasajeros.
Etecé. Etecé.
Seis años así cumple García en “la plenitud del pinche poder” con su frivolidad por delante como si la gubernatura fuera su juguetito obsequiado por Andrés Manuel López Obrador, el ex.
Y como el Estado jarocho alcanzó decibles insospechadas de violencia fuera de control…
Y AMLO nunca lo llamó a cuentas…
Y lo “dejó hacer y dejó pasar”…
Entonces, García dejará “un infierno llamado Veracruz”.
Nada de “la noche tibia y callada” de Agustín Lara.
Nada del asombro de Alejandro de Humboldt con la riqueza prodigiosa de Veracruz.
Nada de la sorpresa literaria de Veracruz impactando en las neuronas y los corazones de Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Rubén Darío.
Y Pepe Guízar y Chabela Vargas.
García, el frívolo. (lv)