Error de la vida
**Uno de los peores
**Endiosar a otros
UNO. Error de la vida
El peor error de la vida es cuando se endiosa a una persona. Un amigo, el jefe en la oficina, la fábrica, el taller, la dependencia. El patroncito. Incluso, caray, hasta el profesor.
Se trata de un error garrafal cometido, quizá, por la necesidad humana de admirar y adorar a un dios.
Y como resulta difícil (imposible, pues) tocar y estar cerca de un dios celestial, entonces, se crea y recrea un dios terrenal.
Caray: un chico de unos 25 años hablaba maravillas de su jefe a la novia. Tanto que, por ejemplo, la novia terminó enamorada del jefe. Y hasta lo buscó con discreción para entregarse (con más discreción) al jefe.
Y el día cuando el novio lo advierte y reclamó, ella le contestó de una forma sabia:
“Tú tuviste la culpa por tantas maravillas que contabas de él”.
DOS. Dioses de la infancia
La historia del endiosamiento a una persona tiene su origen en la infancia.
Tiempo cuando, por ejemplo, de niños adoramos a héroes imaginarios.
Superman. Batman. El Hombre Araña. El Llanero Solitario y Toro. Memín Pinguín. La Pequeña Lulú. Charlie y sus amigos. Rarotonga. Etecé. Etecé.
TRES. La libertad se pierde…
Luego, el endiosamiento suele traslaparse a los artistas.
En el caso de los hombres, los más socorridos, Michael Douglas, Robert Redford (el galán de galanes) y Richard Gere.
Y en el caso de las mujeres, quizá, Catherine Deneuve, Kim Basinger, Sylvia Krystel, Juliette Binoche y Salma Hayek.
Entonces, el endiosamiento sufre una transformación radical y empiezan a idolatrarse a la jefa y/o al jefe en el trabajo.
Y simple y llanamente, suele perderse toda la libertad del mundo porque el patroncito se convierte en el eje, la brújula, la constelación del día y de la noche.
CUATRO. Y la dignidad…
Peor aún: se pierde hasta la dignidad humana.
Más, por lo siguiente:
La relación admirativa por el jefe es unipersonal. Solo de aquí para allá. Y el patroncito jamás, jamás, jamás, es recíproco.
Y nunca lo valora. Al contrario, llega momento estelar cuando cree, está seguro, convencido, de que todo lo merece. Y más, mucho más.
La frase memorable, citable y bíblica de Calígula es indicativa: “Hay días cuando me siento dios”.
Y el dios Calígula necesitaba un ejército de adoradores, subalternos y seguidores que le tiraran incienso a su paso.
CINCO. No tienen llenadera…
Con frecuencia, el endiosamiento por una persona resulta imprescindible.
A veces, claro, suele endiosarse a la pareja. La novia. La esposa. La amante. Un amigo. Una amiga.
Con todo y por lo regular que tarde o temprano termina de forma demoledora, pues la persona endiosada, como dijera aquel, “no tiene llenadera”.
Y el día cuando se deja de admirarla se convence de una traición entre los suyos.
Peor, mucho peor, cuando la persona endiosada escucha intrigas y calumnias y difamaciones y se vuelve más sensible que nunca.
Los héroes (y los dioses) duran mientras la inteligencia lo permite.
SEIS. Dioses falibles
Mil veces preferible adorar (y sin límites) a Superman (con todo y la reportera Luisa Lane) y a Batman y al Hombre Araña.
Digamos, como idolatrar al indito Juan Diego y/o a la Virgencita de Guadalupe.
Incluso, a María Magdalena, la apóstol número trece de Jesús y con quien la liberación femenina registrara la más alta expresión histórica.
Los dioses terrenales son de carne y hueso y tienen las mismas virtudes y defectos que todos los humanos.
Incluso, se vuelven peores que los ídolos de barro destrozados por Hernán Cortés y sus lugartenientes y soldados en Cempoala, Veracruz, y con el permiso del Cacique Gordo, y con lo que inició la destrucción de los Quetzalcóatl y Huitzilopochtli camino a Tenochtitlán. (lv)