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Sábado 28 septiembre, 2024

La vida en el rancho

**Gente humilde
**El río, un paraíso

ESCALERAS: Si se nace en un rancho, en una comunidad con unos cuantos habitantes, por razón natural la gente se vuelve humilde. Mejor dicho, se hace humilde, modesta, sencilla. Y suele caminar en la vida con bajo perfil. Casi casi volviéndose invisible.
Desde luego, hay excepciones. Más cuando, por ejemplo, a base de mucho esfuerzo y disciplina y voluntad se construye un mejor destino.
Y hasta carrera profesional se cursa y con éxito en el campo laboral. Incluso, hasta con un negocito por ahí.

Y de ser así, la enseñanza bíblica es que las personas también son humildes.

PASAMANOS: En el siglo pasado, por ejemplo, en el rancho Cantarranas se vivía del siguiente modo:
Uno. Apenas, apenitas, podía cursarse hasta el tercer año de la escuela primaria, pues hasta ahí llegaba la posibilidad.
Y si la familia podía, entonces, buscaba alojo en el pueblo para el hijo y pagando una cuota e inscribiéndole en la escuela primaria completa.
Dos. Todos los habitantes trabajaban en el campo. Sembrando en una parcelita maíz y frijol. La mitad, para el consumo familiar. Y la otra mitad, para venderse de acuerdo con las necesidades.

CORREDORES: Tres. Las mujeres iban al río Jamapa para lavar la ropa y tenderla sobre las piedras para secarse con el sol con la temporada. Y con el vientecillo en el otoño y el invierno.
Y entre todas compartían el itacate, sabroso que sabía, un banquetazo, pues la mitad del cuerpo metida en el río y la otra mitad sentadas sobre una piedra.
Cuatro. En el rancho existía una capillita. Con uno que otro santito y una que otra banquita construida por los jefes de familia.
Y aun cuando las señoras solían llegar de tarde en tarde fresca y tibia para el rosario, el presbítero de Paso de Ovejas, la cabecera municipal, se aparecía quizá, quizá, quizá, una vez a la quincena para oficiar una misa.
Pero por lo regular, una vez cada mes, suficiente, digamos, para la paz interior.

BALCONES: Cinco. Ningún congal en el rancho. Pero en cambio, dos, tres, cantinitas. Y de mala muerte como dicen.
Y en donde solían fiar a los hombres para pagar el sábado al mediodía cuando solían cobrar la faena semanal en el surco.

PASILLOS: Seis. El rancho, en la oscuridad. En las tardes-noches se alumbraban con veladoras.
Y para evitar el gasto, solían acostarse temprano.
En todo caso, platicando en el corredor de la casita pero a oscuras. Escuchándose sus voces y adivinando el lugar donde estaban sentadas en una sillita de madera, aquellas que vendían los inditos en su paso.
Siete. Uno que otro hombre, pocos, tenían una camioneta vieja. Pero para tomar el autobús, la mayoría debía caminar una hora del rancho a la carretera de Conejos a Huatusco.
Algunas mujeres se trepaban al burrito de la casa, pocas a un caballito, y así se movían.

VENTANAS: Ocho. Cosas de la vida pública, pero en aquel entonces nunca, jamás, un político llegó al rancho.
Ni siquiera, vaya, los candidatos a presidentes municipales que solían menospreciar el número de votos.
Y desde luego, menos, mucho menos, un candidato a gobernador pues el rancho Cantarranas ni siquiera figuraba en el mapa estatal.
Nueve. Algunos sábados solían organizar un bailongo con la danzonera del rancho del maestro Cirilo.
Y el bailongo era en un terrenito hacia las goteras y danzando sobre un piso de tierra. Y, claro, levantando el polvo en cada pieza musical. Más, con el danzón, la salsa y la chunchaca.
Y aun cuando la mayoría de las familias eran pobres, la dicha y la felicidad se alcanzaba y pulía y volvía a pulirse en el río Jamapa y más cuando todos pescaban y la pesca era buena, esperando el más sabroso caldo de todos los tiempos. Y preparado por hombres. (lv)


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