Mujer de alquiler
**Despertaba envidias
**Y la mataron
**Era un gallo-gallina
UNO. La mujer de alquiler
Era el verano y el otoño y el invierno y la primavera, y cada noche en la llamada “Esquina del pecado” en el bulevar Manuel Ávila Camacho en la ciudad jarocha ella llegaba puntual hacia las diez horas.
Era una mujer de alquiler.
Tendría unos veinticuatro años y era alta y delgada y con la piel blanca. Y cuando sonreía en los labios delgados se le formaban unos hoyitos en las mejillas y que la dulcificaban y mostraban como una persona tierna.
DOS. Mujer tolerante
Siempre vestía un vestido de seda largo y le gustaban los colores negro y azul tierno; por lo regular con una mascada, y tenía una cabellera larga que le escurría sobre el pecho y le revoloteaba en la espalda.
Sus caderas eran insolentes, impetuosas y perturbadoras. Y cuando caminaba el bamboleo de sus pompis estremecía y terminaba avasallando a las compañeras de oficio y de pecado.
Y aunque su presencia retumbaba en el aburrimiento de las horas jarochas, más, mucho más, en la espera de la clientela desde las diez de la noche hasta las cuatro y cinco de la madrugada, nunca entraba en conflicto con las otras.
Las rehuía. Y las rehuía en nombre de la tolerancia.
TRES. Dama de compañía bien pagada
Se llamaba Susy. Y siempre se apartaba de las otras y esperaba de pie en algún lugar solitario de la esquina.
A veces desaparecía durante unas tres, cuatro noches.
Y era porque algún cliente la invitaba a irse de viaje como dama de compañía y bien pagada. Y con el dinerito ganado le alcanzaba para vivir con tranquilidad durante varias quincenas y ahorrar lo más posible.
Su objetivo era comprarse una casita para vivir con su señora madre y con quien alquilaban un departamento en una colonia popular.
CUATRO. Gallo-gallina
Piel blanca, en ocasiones llegaba a chambear con una peluca rubia, discreta y sin escándalos pintarrajeados y era una rubia bella.
Otras veces se ponía una peluca color negra y sus ojos negros parecían más grandes y llenos de vitalidad desbordante.
Nunca ocultó su identidad biológica. Era un gallo-gallina. Era un hombre disfrazado como una mujer de alquiler y siempre era honesto y al cliente le advertía su condición física y con todo era aceptado.
Pero por eso mismo, el resto de las daifas en “La esquina del pecado” le tenían mucha, demasiada, excesiva envidia pues les quitaba clientes.
Y todos hombres. Y con frecuencia, jóvenes. Y deseosos de vivir con el acelerador metido hasta el tuétano.
CINCO. Clientes alcoholizados
Su clientela joven solía llegar en la madrugada entresemana y el fin de semana. Y, por lo regular, alcoholizados.
Susy siempre permitía la intimidad con un par de chicos al mismo tiempo. Y sin pasar el límite, porque tres significaban un peligro para su seguridad.
Y como cada mañana se ejercitaba en el gimnasio y en el karate tenía confianza en sí mismo para defenderse y garantizar su vida.
SEIS. 3 tiros y solo uno era mortal…
Pero las mesalinas se fermentaban en la envidia. Y hubo una que de plano se armó con una pistola y la espiaba para el momento propicio.
Y lo encontró una madrugada de lluvia hacia el fin del verano cuando el bulevar estaba desierto y apenas, apenitas, permanecían por ahí unas dos y tres daifas.
Y como a Rosita Alvírez en la canción de “El Piporro”, le asestó tres tiros y uno solo era mortal.
Aquella hetaira huyó de la ciudad jarocha y nunca, jamás, fue ubicada ni tampoco volvió “ni por el caballo”.
Y ninguna de las compañeras la traicionó.
En todo caso, estaban agradecidas porque las libró de la feroz competencia que Susy significaba para todas ellas. (lv)