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Escenarios
Martes 24 septiembre, 2024

Ternura y compasión

**Por un dueto musical
**Uno era ciego...

UNO. Alvarito y “El pingüinito”

Hacia 1970, en la ciudad jarocha, era imposible vivir sin las canciones de Alvarito con su acordeón y “El pingüinito”, con su guitarra, un músico cuya familia, todo indicaba, estaba extinguiéndose porque estaba considerado el hombre más pequeño del mundo.

Casi casi con la altura de un adolescente en un hombre de unos cincuenta años.
Ellos iniciaban la faena hacia el mediodía en Los Portales. Y en la noche, hacia las once, doce pm, estaban llenos de energía para llevar serenata a la novia, la esposa, la amante, incluso, la madre, de uno que otro compañerito en estado incróspido y que podía sostenerse por un milagro superior.

DOS. Alvarito era ciego…

Alvarito era ciego. Y “El pingüinito” su andadera, su bastón y su silla de ruedas.
Lo tomaba de la mano y así caminaban de mesa en mesa en Los Portales ofreciendo canciones.
Y, claro, libando todos, en el viaje etílico, con montón de cervezas en el estómago cada uno y con una que otra copita de licor más fuerte, el dueto aquel era maravilloso.
Pero al mismo tiempo, inspiraba la más profunda ternura y compasión y misericordia del mundo.

TRES. Eran los preferidos

Los Portales estaban repletos de mariachis y tríos. Incluso, mariachis y tríos uniformados como para desfilar en el palenque televisivo. Además, bien entonaditos y con un repertorio insólito de canciones.
Pero con todo, Alvarito y “El pingüinito” les daban “veinte y las malas” y nunca eran rebasados ni por la izquierda, el centro y la derecha.
Un amigo de nombre Ignacio, agente de medicinas, era el presidente del club de fans del aquel dueto de músicos desafinados apretando las teclas del acordeón y rasgando las cuerdas de la guitarra.
Incluso, los sentaba a su lado en unas sillas y les ofrecía chelas y copitas de licor con la misma intensidad que Ignacio y sus amigos las consumían.

CUATRO. Faena alcohólica

De vez en vez en aquella faena alcohólica se acordaban de ellos y les pedían tocaran y cantaran una canción.
Ignacio, por ejemplo, prefería aquella de “yo fui ave de paso” y una que otra lágrima se le escurría en la nostalgia del amor derrotado.
Es más, le quitaba el micrófono a su dueto de músicos preferidos y él se apropiaba de la canción. Y cada estrofa la pronunciaba con tanto dolor y sufrimiento que al rato los amigos también lloraban a su lado.

CINCO. Generoso El Negro Peregrino

En otro extremo de Los Portales tocaba la guitarra y cantaba con su trio “El Negro Peregrino”, el gran músico del barrio de La Huaca, el hermano de Toña La Negra, la intérprete favorita de Agustín Lara y que sabía de memoria las ochocientas canciones compuestas por el músico—poeta.
Y como “El Negro Peregrino” siempre fue un hombre bondadoso, generoso y solidario, mejor se fue del zócalo al parque Zamora donde estableció su búnker musical y hasta allá lo iban a buscar los feligreses de su capilla para llevar serenata.
Así, ninguna competencia significó para Alvarito y El pingüinito.

SEIS. Grave pecado mortal

Uno y otro se perdieron en el camino. Y/o en todo caso, fuimos nosotros quienes nos alejamos y bien pudimos cometer pecado mortal alejándonos de ellos cuando la vida llevó a todos por el campo laboral y nos casamos y procreamos hijos y la despensa necesitaba estar en casa cada quince días.
Y era la hora de retirarse como estrategia económica, social y moral de Los Portales.
Por desventura, nunca más los volvimos a ver y aquella descortesía, malas personas que fuimos con ellos, siempre ha significado uno de los peores pecados mortales cometidos. (lv)


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