Limpieza en casa
**Cocina arregladita
**Cucharear la comida
UNO. Limpieza en casa
La señora C., de 50 años, lo dice del modo siguiente: Luego enseguida de cuando se entra a una casa se advierte si la señora de la casa es limpia.
Por ejemplo, se mira (y hasta se admira) en el orden de las cosas y los objetos acomodados en su lugar.
En el piso reluciente. Los cojines limpios, limpiecitos, de los muebles de la sala.
En los vasos y platos y tenedores.
Y hasta en la basura bien acomodadita en el cesto, lista para llevarse a la canastilla para que sea levantadas por los trabajadores de la Limpia Pública.
DOS. Cucarachear la comida
De acuerdo con la señora C. la imagen real de limpieza está en la cocina.
De entrada, en la estufa bien pulcra. Y más pulcras en las cazuelas donde guisan. Y en el orden de los platos y cucharas para servir la sopa y el guisado y los vasos donde se sirve el agua fresca del día.
Y, claro, en la forma de comer de la familia.
Por ejemplo, cuando, por ejemplo, en la mesa los comensales “cucharean” la comida y meten el dedo al guisado que para probarlo.
Y más, mucho más cuando desde la señora de la casa hasta el jefe de familia callan y todo lo aprueban y sin chistar ni pudor alguno.
Entonces, dice la señora C., en automático se quitan las ganas de comer.
TRES. “Préstamo tu cepillo dental”
El colmo: Ella recuerda un fin de semana en la casa de un familiar.
A una prima, por ejemplo, se le olvido el cepillo de dientes y lo dejó en su casa.
Y a la hora de terminar de desayunar, comer y cenar le pedía el cepillo dental a una prima y la prima, caray, se lo prestaba con todo el horror de la vida.
Claro, decente, muy decentita, la prima le daba su cepillo de dientes… pero lo dejaba de usar.
Se compraba otro y sin decirlo.
Y cuando “la cochina” prima aquella se fue la otra prima tiró el cepillo.
CUATRO. Meter el dedo en la boca…
En la mesa, a la hora de comer al mediodía, la señora C. advirtió que una pariente se metía el dedo índice en la boca y se lo restregaba para retirar la masa empalmada en la dentadura.
Y luego, caray, se miraba el índice y se lo chupaba, digamos, como en un acto básico de limpieza.
La señora C. quedó tan desencantada que nunca, jamás, volvió de visita a la casa de aquel familiar.
CINCO. Le apestaban los pies…
“Una gota que desbordó el vaso” fue en la noche a la hora de dormir.
Los invitados fueron acomodados de dos en dos en par de recámaras.
A la señora C. le tocó una prima.
Y mientras hacia la mitad del verano la señora C. se daba el cuarto baño del día, la prima aquella se acostó quitándose la ropa del día y poniendo una piyama.
Pero vaya maravilla del mundo, a la primita le apestaban los pies.
Y lo peor, la primita estaba habituada a su olor desagradable y la señora C. inventó el insomnio y pasó la mayor parte de la noche sentada en un sillón tlacotalpeño en la sala de casa.
Y sin hacer ruido para evitar el escándalo. Y, claro, la exhibida de la prima a quien “apestaban las patas”.
SEIS. Mujer pulcra
La señora C. es soltera. Sin hijos. Vive sola. Sin mascotas. Muy selectiva para las amistades.
Y cien por ciento rigurosa con la pulcritud en su cuidado personal y en su casa.
Tanta que, por ejemplo, ya pagó el servicio a una funeraria para al morir de inmediato (y sin velación) la cremen y tiren las cenizas en el Golfo de México. (lv)