En Orizaba, por ejemplo, un hombre mató a sus padres.
El hijo asesino, Mario Antonio, 53 años.
La madre, Beatriz, 70 años.
Y el padre, Eduardo, 73 años.
Los asesinó a madrazo limpio. Primero.
Luego, a puñaladas.
Fue en la colonia El Trébol.
Después, huyó.
Caray, vaya destino de un Pueblo Mágico como Orizaba.
La semana anterior, la niña de once años de edad, secuestrada, desaparecida, asesinada y tirado el cadáver a la orilla del río.
El domingo, el parricidio.
En el caso de la niña, el presidente municipal, un empresario político, inculpó a los padres de la niña.
Ahora, con el parricidio, quizá, quizá, quizá, bien podría convocar que el hombre estaba en el trance de una droga.
Y/o es alcohólico.
También, claro, podría argüir que Marco Antonio, el parricida, estaba poseído por el demonio y de seguro como Luzbel se adueñó de las neuronas, el corazón y el hígado de Caín para matar a su hermano Abel, ambos hijos de Eva y Adán.
¡Vaya desarrollo humano en el Estado jarocho, tan loado en siglos anteriores por Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Rubén Darío!
Y tan prestigiado en América Latina por los maestros Enrique Rébsamen y Enrique Laubscher.
Y enaltecidos por los gobernadores Guadalupe Victoria, Antonio López de Santa Anna, Miguel Alemán Valdés y Adolfo Ruiz Cortines y quienes pasaron a presidentes de la república.
Y honrados por Yuri, Paquita la del barrio, Salma Hayek, Adriana Abascal y Ana de la Reguera.
Veracruz, pues, feminicida.
Infanticida.
Y parricida.
Y en el tiempo inmaculado y sacrosanto de la llamada Gran Cuarta Transformación.
La salud moral y social también se incluyen en la tarea de gobernar y ejercer el poder.
En todo caso, y con el trío de Jinetes del Apocalipsis en Veracruz, bien puede reiterarse que la magia, el hechizo, la brujería, la maldición, forman parte del patrimonio cultural de cualquier pueblo del mundo. (lv)