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Escenarios
Martes 03 septiembre, 2024

Escritores y alcohólicos

**La disciplina a prueba
**Desdén por los AA

UNO. Alcohólico y disciplinado

El escritor Ernest Hemingway era un alcohólico. “Tomaba mucho, demasiado” refiere Simone de Beauvoir en uno de sus tres libros autobiográficos, “La fuerza de las cosas”.
Incluso, “estaba aterrorizado por el hígado y el corazón.

Por la idea de que la bebida lo mataría”.
Y con todo, era un hombre cien por ciento disciplinado.
En la película “Hemingway y Gellhorn”, la vida con su tercera esposa, periodista y escritora, solían embriagarse desde la hora de la comida hasta once y doce de la noche y la una o dos de la madrugada.
Y Martha Gellhorn siempre describía su impresionante capacidad para recuperarse porque a las seis de la mañana en punto la despertaba el ruido de las teclas en la máquina portátil donde seguía escribiendo la novela en turno.

DOS. La literatura por encima del licor

Borracho, Hemingway ganó el Premio Pulitzer de Periodismo en Estados Unidos y el Nobel de Literatura otorgado por la academia sueca.
Y publicó más de veinticinco libros con novelas, cuentos, crónicas y reportajes.
Y cubrió la Primera y la Segunda Guerra Mundial y la guerra civil española.
Y parte de sus novelas fueron llevadas al cine como películas.
Y casó con cuatro mujeres y procreó dos hijos y tuvo montón de amantes.
Pero siempre, en cualquier etapa de su vida etílica, estuvo la literatura.
Y por añadidura, la extraordinaria disciplina.

TRES. Gatear en medio de las mesas

Otra fue la circunstancia de su amigo y mecenas, el escritor Francis Scott Fitzgerald, el famoso autor de la novela estelar, también llevada a la pantalla, Gatsby.
Fitzgerald también fue alcohólico. Pero el alcohol se lo bebía a él en vez de que fuera al revés como con Hemingway.
Y hacia el término de un convivio, fuera en una casa con los amigos o en un restaurante, por ejemplo, Fitzgerald solía gatear, bien borracho, en medio de las mesas.
Incluso, con abierta competencia con su esposa como si compitieran por el mayor número de desfiguros.

CUATRO. Desdén por los AA

En aquel entonces, hacia el primer tramo del siglo pasado, ya existían los grupos de Alcohólicos Anónimos, AA.
Pero ellos eran superiores. Gigantes de la vida, la literatura y el periodismo.
Y nunca miraron a los AA.
Ni tampoco los amigos tuvieron la gentileza.
Lástima por Fitzgerald porque el alcohol destruyó sus grandes cualidades narrativas.
Y aun cuando Hemingway siguió escribiendo, bien pudo escribir mucho más, y acaso con mayor inteligencia incandescente y talento.

CINCO. El Tolstói de América Latina

Más, mucho más deplorable porque a los 61 años de edad, una mañana a las seis horas se levantó de la recámara donde dormía con su cuarta y última esposa, se fue al sótano donde guardaba las pistolas y rifles, tomó uno y se pegó un tiro en la boca.
Claro, por la depresión. Pero al mismo tiempo, por la vocación genética para el suicidio.
Su padre, médico de profesión, se suicidó.
Un tío se suicidó.
Una sobrina se suicidó.
Hemingway alcanzó tanto prestigio en el mundo que le llamaban el León Tolstói de América Latina, el escritor ruso más grande de la historia.

SEIS. Empinar el codo…

Cosas de la vida: Simone de Beauvoir nunca tuvo a Hemingway como favorito. En cambio, su pareja durante cincuenta años, Jean-Paul Sartre, lo admiraba.
El panteón literario del mundo está lleno de escritores a quienes el alcohol y las drogas consumieron sus capacidades narrativas.
Digamos, igual, igualito que en todos los oficios y actividades y profesiones.
Uno de ellos, los reporteros minados en su talento por el alcohol y las drogas.
Y aun cuando el sexo también mina la vida, el peor daño está empinando el codo. (lv)


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