Hemingway… desmembrado
**Con todo, un privilegiado
**Escribía... de los ricos
UNO. Hemingway... despedazado
Con todo y que Ernest Hemingway fue un gran escritor, su homóloga francesa, Simone de Beauvoir lo despedaza en su libro autobiográfico, “La fuerza de las cosas”.
Según ella, Hemingway únicamente “exaltó el mundo de los privilegiados”… y que hacia el final del camino, era el mundo al que pertenecía.
Por ejemplo, un privilegio tener una finca y con alberca y con un bosque en Cuba.
Un privilegio tener un yate para pescar en el Golfo de México.
Un privilegio irse al continente africano a cazar leones, tigres, elefantes y palomas.
DOS. Sexo y muerto, lo único importante
Un privilegio vivir tantos años en París con todo y asegurar que fue totalmente pobre pero feliz.
Un privilegio comer y cenar en los mejores restaurantes franceses.
Un privilegio que varias de sus novelas y cuentos fueran llevados al cine.
Un privilegio vivir rodeado de fortuna a partir del éxito literario y comercial de novelas y cuentos.
Un privilegio que varias artistas renombradas de la época lo esperaran nadando desnudas en su alberca en Cuba y con botellas de champaña enfriándose.
Un privilegio estar convencido (y vivir así) de que el sexo y la muerte son lo único importante en la vida.
TRES. Se dejó apapachar…
Hijo de un médico famoso, quien también se suicidó de un plomazo, Hemingway fue un privilegiado desde la juventud.
A los 19 años inició como reportero de la fuente policiaca en el periódico “Toronto Star”.
Y a los veinte años estaba en París para integrarse a la Cruz Roja Internacional como chofer de una ambulancia en la Primera Guerra Mundial.
Y cronista, enviado especial, en la Segunda Guerra Mundial.
Entonces, inició su fama y los ricos y pudientes y millonarios lo invitaban a sus mesas y fiestas y viajes y se dejaba querer y apapachar.
CUATRO. El ególatra
Las circunstancias de su vida lo llevaron a la egolatría.
Pocos, excepcionales escritores tan ególatras. Mejor dicho, rayando en el súper ególatra.
Nadie podía ser más en la literatura. Y si de pronto se topaba con alguien con más prestigio y libros vendidos, entonces, hacía todo para evidenciarlo.
Como por ejemplo, con el caso de Francis Scott Fitzgerald, quien le abriera casas editoriales y periódicos, y como era un borracho que terminaba gateando debajo de las mesas en las comilitonas y restaurantes, Hemingway hacía escarnio.
Y John Dos Passos, a quien exhibiera como un escritor que nunca se atrevió a salir del clóset enamorado de un capitán del ejército español.
CINCO. Me decepcionó: De Beauvoir
Macho, macho, su relación con la periodista y escritora, Martha Gellhorn, y a quien intrigara en su casa editora de una revista para su destitución como enviada especial a la guerra y quedarse con la corresponsalía.
Era Hemingway gran escritor. Ni duda cabe. Pero su egolatría y machismo eran más intensos y volcánicos.
Además, estaba lleno de “trucos y estereotipos para escribir” como escribe De Beauvoir, a propósito de su novela estelar, “Adiós a las armas”.
“La releí y me decepcioné”, tecleó en sus memorias.
SEIS. La depre lo llevó al suicidio
Buen escritor. Pero peor persona humana.
Gran cronista. Pero un ególatra.
Escritor “que parecía gigante”, se volvía un enano cuando sus contemporáneos lo opacaban con su talento.
Todos los personajes de sus novelas y cuentos, unos gigantes luchando contra todo y todos y ganando las batallas.
Pero él mismo, un hombre que se destruyó y aniquiló pegándose un tiro en un viaje depresivo, cuando, caray, hay tanta gente depresiva que con firmeza, tesón y disciplina y apego y amor a la vida sale triunfante en la batalla contra la enfermedad. (lv)