Muchas ganas de vivir
**El acelerador en el fondo
**Conocer la ciudad
ESCALERAS: La primera ocasión cuando el viejo del barrio llegara a Veracruz apenas, apenitas, tenía 17 años y muchas ganas y deseos de vivir con muchas cosas.
Y como le aconsejaba el abuelo, con el acelerador metido hasta el fondo pero sin meterse en las patas de los caballos descarrilados.
Entonces se inscribió en el Bachillerato Nocturno en un edificio viejo donde las paredes eran viejas y olían a humedad y que tanto le dañaban las vías respiratorias, pues para entonces estaba convencido de que era asmático.
Luis Velázquez
Más porque los pupitres en los salones de clase también eran viejos, aun cuando los baños relucían de limpios.
Pero descubrió el paraíso terrenal a la hora del receso entre clase y clase pues los pasillos se inundaban de compañeros, la mitad, chicas de 17 años con el riesgo de quedar virolo con tan fascinantes arquitecturas humanas tanto en la fachada como en la contrafachada.
PASAMANOS: El abuelo siempre le sugirió que la mejor forma para conocer una ciudad es treparse en un autobús urbano de pasajeros desde el punto de partida hasta el destino y el regreso.
Por eso, al día siguiente tomó un tranvía y pagó el boleto de ida y de regreso y fue mirando y admirando la ciudad y los barrios y a la gente.
Después subió a un autobús urbano de pasajeros desde la terminal de salida hasta la de regreso, también ida y vuelta.
Y tomando nota de la gente, la mayoría, trabajadoras que se movían de la casa al trabajo.
CORREDORES: El primer sábado en la ciudad jarocha lo tomó para un cafecito en La Parroquia, entonces en la avenida Independencia, en donde fue de locura y éxtasis escuchar el sonido de las cucharas en los vasos para llamar al “aguador” y que así apodan al empleado encargado de llenar de leche el vasito cafetero.
Paso obligado, claro, los Portales. Y en la noche, el otro paraíso terrenal de cada ocho días en el salón de baile “Villa del Mar”, y en donde se conocían chicas con la piel oscura, muy oscura, y espaldas largas y caderas insolentes y piernas largas, muy largas, como columnas griegas y dispuestas a una aventurilla en la playa a la orilla del Golfo de México.
BALCONES: En el Bachillerato Nocturno, los mejores profesores.
Diódoro Cobo Peña, cardiólogo infantil, maestro de Literatura, Filosofía y Pedagogía. Además, poeta laureado incluso por su amigo, el filósofo José Vasconcelos Calderón.
Reynaldo Maldonado Fuentes, quien era tan sabio que se parecía a un búho, el animalito icono y símbolo del conocimiento y la vida académica, y quien impartía Ética, la vida congruente de una persona.
José Luis Pérez Fuentes, el maestro de Literatura quien con intensidad volcánica solía declamar poemas de Salvador Díaz Mirón, su héroe universal.
Y Primitivo Herrera, en la clase de Geografía y quien conocía la mitad del mundo y la otra mitad en los libros pues nunca, jamás, había salido (ni salió) de Veracruz.
Joven, muy joven, era el maestro Héctor Fuentes Valdés en la clase de Sociología, dueño de una inteligencia incandescente y talento y quizá el mejor abogado del Golfo de México.
PASILLOS: Fue el viejo del barrio feliz a los 17 años en la ciudad jarocha y más de sesenta años después recuerda con mucho cariño y admiración a trío de condiscípulos lumbreras en el salón de clases.
Uno, Joel Hurtado Ramón. Dos, Gustavo Zamora. Y tres, Eliseo Saure Ferman.
La vida, canija como es, los alejó, pero siempre han estado en el recuerdo y la nostalgia.
Y la gratitud, porque fuero generosos y solidarios y extendieron la mano a aquel pobre y jodido rancherito de Cantarranas llegado a la ciudad.